Blog sobre Literatura, Guion y novedades de la escritora Eloisa Lua (pseudónimo)
domingo, 20 de diciembre de 2015
Aquellos días
Lejos quedan aquellos días en los que sacrificabas tus prioridades ante el altar de las ganas.
Lejanas quedan aquellas risas, aquellas cervezas de rincón con sabor a partida de billar mal jugada, aquella sinrazón exhalada en el vaho que empañaba los cristales de un coche.
Lejos quedan aquellos días en los que, un leve roce de tu dedo, erizaba toda la piel de mi espalda.
Lejos quedan aquellos días en los que mi curiosidad jugaba una partida de ajedrez con mi razón y, a la voz de "jaque mate", claudicaron todos los consejos sensatos.
Lejos quedan aquellos días en los que hacíamos malabarismos con la prisa.
Lejos quedan aquellos días... Aunque fuera ayer.
domingo, 20 de septiembre de 2015
"A flor de Piel". Apertura de Curso de Teatro del Desván
Más tarde, me esforcé por mejorar mi estilo literario, sin perder la esencia de lo que quiero transmitir. Escribía "para mí", al antojo de las musas, cuando aparecían y la pluma se movía sola. Más tarde, y muchas veces como terapia (junto al Teatro, creo que son las mejores terapias para expresar sentimientos), escribía para auténticos desconocidos en un blog al que titulé "Crónicas de un grano de arena"... Porque realmente somos eso... Granos de arena en mitad de desiertos o bajo la Magnanimidad de todo un Universo. Escribía sobre mi vida, mis sentimientos, mis pasiones y decepciones, mis batallas, mi amor y desamor, mi corazón roto y recosido... Bajo nombres y lugares ficticios, se encontraban historias reales y cotidianas.
Después, y hace relativamente poco, empecé a escribir "por encargo". Pero, como creo firmemente que es mi deber trasmitir esa pasión por las letras, no me cuesta nada regalar textos, publicarlos, difundirlos, tan sólo a cambio de poner la autoría y como "Cristina Martínez" es demasiado común, decidí usar el pseudónimo público de "Eloísa Lúa" (nombre muy especial y con mucho significado para mi).
Pero uno de los hitos en mi "historia de escritora" lo marcó Jose Salguero, persona a la que admiro y quiero a partes iguales, quien leyendo uno de esos alardes de las musas que me dan de vez en cuando, le sirvió de inspiración... Uhmmm ¡Espera!... ¿Le sirvió de inspiración?... Eso es una de las cosas más hermosas, bellas, impactantes y emocionantes que le pueden decir a un escritor: "Me inspiras". Eso es muy grande, pues pocos tienen ese don de remover dentro de los corazones hasta el punto de hacer gritar a la creatividad. Para mi fue un honor y un regalo su petición porque, de este maravilloso modo, se me empezaba a reconocer "como escritora", elevandome así, un peldaño más, hacia mi sueño más alto.
Pero hoy, me han hecho un regalo aún más hermoso, algo que me ha hecho llorar de emoción y alegría y que no esperaba: Me han dedicado este video y estas hermosas palabras. A algunos de esos actores que han acogido mis textos, como Raffaella, no los conozco y no puede haber honor más alto que, además de como base de una interpretación, haya removido un corazón, haya derribado una pared en alguien que se ha sentido identificado. No tengo palabras, solo lágrimas de emoción. Me habéis hecho muy feliz hoy, aún escribo emocionada y con lágrimas en los ojos estas letras. Así que, aunque no encuentre palabra suficientemente grande, tendrá que ser "GRACIAS" en mayúsculas a José Salguero, Javi Soto, Cristina Polo, Paloma Cavas, Sonia Gainzarain y Raffaella Guerci (y Julián, que aunque no aparezca en este video, se que está preparando una gran actuación). Sois maravillosos y estoy deseando vivir esta nueva experiencia para mi, que es ver mis textos encima de un escenario en una performance (de la cual no se nada, ni quiero saber, para verla con los ojos de la niña que siempre ha vivido en mi). Y aparte de estar convencida de que será sublime, solo por el trabajo, la confianza, las ganas, vuestras palabras y este maravilloso regalo, ya lo sois.
viernes, 18 de septiembre de 2015
Hablar con los ojos
Eloisa, sentada en una terraza de Lavapies, miraba a su alrededor distraída... Hasta que reconoció los graffitis de una puerta. Madrid estaba repleta de casualidades, pero aquella en concreto se repetía a menudo cuando visitaba aquella ciudad a la que siempre volvía.
No pudo evitar que su imaginación volase y tampoco la quiso detener. Le pareció distinguir su esbelta figura entre la gente, pero sólo era fingida ilusión de un deseo no satisfecho. Aquellos ojos grises, que llevaría siempre tatuados un rincón oculto de su corazón, cobraron vida en los adoquines. Aquella mirada profunda e inquietante, el mismo tiempo capaz de revelar una ternura sobrehumana.
Se trasladó a aquella noche, en aquel pub que visitaba por primera vez, dados en aquellos sillones, uno frente al otro, rodeados de sus amigos... Ellos hablaban y debatía acerca de no sé qué cosa. Eloísa y aquel hombre que miraban fijamente a los ojos. Hablaban sin palabras, se entendían sin argumentos. Los vocablos solamente hubieran enturbiado el lenguaje de dos corazones conectados inevitablemente.
Eloísa, a las puertas de aquel laberinto gris que Roberto tenían dentro de sus iris, se adentró en aquel complejo mundo que le llevaba al fondo de su alma.
Se besaban con los ojos, se tocaban con la sonrisa, se acariciaban en la distancia con la complicidad. Sin palabras se lo decían todo. Fuera nevaba y Madrid se cubría de blanco. Más tarde jugaron como niños a tirarse bolas de nieve.
Habían pasado años desde aquello, y Eloísa lo recordaba con la viveza del instante anterior. Sabía que él, estuviera donde estuviese, también la recordaría ella de vez en cuando. Una conexión como la suya no la podía destruir ni la distancia ni el tiempo. Y la mayor prueba es que, de tanto en tanto, el volví a aparecer en su vida aunque fuera a través del mensaje enterrado en una botella de cristal.
Siempre habían sido bucle infinito en una historia imposible. Siempre habían sido no solo corazón, dividido en dos cuerpos separados por las circunstancias.
Quizá en otro tiempo, en otra vida, en otro lugar... Hubiera sido posible.
Por muchas lluvias que tronasen, siempre había en Madrid, algo gris que le recordaba al inhóspito laberinto que se hallaba dentro de los ojos de Roberto.
miércoles, 16 de septiembre de 2015
Un lugar al que regresar
Ya huelo a recuerdos de gaita y nieve. A nostalgia, a los que no están. A reencuentros con los viejos amigos y los nuevos conocidos.
El corazón ya me palpita lleno de Arte y Cultura y la belleza de las cosas pequeñas. Siempre tengo un lugar al que regresar: Madrid.
lunes, 7 de septiembre de 2015
Cuidado con lo que deseas - Cap. II "El perdón"
Una calma silenciosa e insípida. Un velo que caía de sus ojos y le mostraba, impío, la realidad. Estaba sola, como la amapola marchita en un campo de espinas de trigo... Como el vagón oxidado en vía muerta... Rodeada de gente, pero sola.
Ángela no recordaba esta parte. Fueron mil acontecimientos que le estamparon la copa de crudeza de la que Martín siempre la había intentado proteger. Solo que Martín no estaba y, a ella, poco le importaba ya nada. Sabe que se vieron. Sabe que el corazón ya no le bailaba en la presencia de nadie. Que ningunos ojos hacían brillar los suyos. Que la más desgarradora y secreta tristeza le emanaba en cada poro de su ajada piel. Sabe que se besaron y que ese sería el último porque no se quedó. Se fue y ella ya no podía pedirle nada. Nada puedes pedir a quien te ha dado y perdido todo.
Ángela murió dos veces. La segunda fue aquel día, que buscando no se qué en su ordenador, escondida, descubrió una nota que Martín le había escrito dos meses atrás, en una necesidad de expresarse cuando no era escuchado. La leyó como quien lee la esquela del ser más querido. Con el corazón en la garganta y un alma atrapada en un puño. Con unas alas rotas y chamuscadas por el sol. Con una nostalgia insoportable. Masticó cada palabra, la tragó como una píldora que no cura. Supo de sus lágrimas, de su dolor, de su vergüenza, de su corazón roto, de no haber seguido los consejos que le daban sus amigos simplemente porque la amaba... Supo, por segunda vez, que era una asesina. Martín respiraba, pero ya no era el mismo. Ni siquiera hubiera apostado a que se recuperaría en el futuro.
La leyó una y otra vez, en distintas entonaciones, con lágrimas, y con la voz yerma, y con el timbre ronco, la tocó con las manos, la borró y no se borraba... La leyó, pero tarde. "¡Maldito destino! ¡Maldita ceguera! ¡Maldita yo!", dijo antes de esconder su cara entre las manos y llorar hasta quedarse seca. Llorar durante horas y que el agua no lavase ninguna herida.
Apeló a Dios, siendo atea, y a los astros y a las fuerzas en las que no creía y al destino y a las divinidades antiguas y a la tierra y a la mar... Solo le devolvieron un condenatorio silencio.
Volvió a las telarañas inertes de su cama. A contar los minutos que quedaban para la siguiente hora, no esperando nada más allá que el propio paso del tiempo. Volvió al teléfono que sonaba, la sobresaltaba y la posterior decepción al descubrir que nunca era él. Recargaba su e-mail cada tres minutos, aunque sabía que aquellas palabras nunca llegarían.
Hoy en día no recuerda si le envió mensajes, no cuenta cuantas veces suplicó o pidió perdón. Era incapaz de recordar aquellos días con la preclaridad que recordaba el resto de tan hermosa historia.
Todas las tempestades cesaron. No había guerra que luchar o enemigo al que combatir. Solo unos días grises y opacos. Unos ojos secos y desdibujados y una línea recta en sus labios. Ya no habia risas, ni días de Vino y Rosas. Ya no se hacían promesas de futuro y los te quiero se refugiaron en tierras más seguras, más lejanas, menos hostiles.
Cuando volvía a casa, durante dos escasos segundos, la esperanza latía en su pecho creyendo que él estaría allí, la perdonaría, la brazaría, la besaría y serían felices para siempre. Quería el cuento de hadas sin ser Maléfica. Quería su final felíz, pero con él, solo con él.
Salía de casa, junto a su mejor amiga y guardiana de sus más íntimos secretos, y recorría los bares que los habían visto acariciarse como dos adolescentes. Siempre orquestando un encuentro en su mente y la excusa que le pondría para crear casualidad dónde solo existía causalidad. De vez en cuando, veía algún amigo de Martín que pasaba a su lado fingiendo no conocerla. Ella agachaba la cabeza, culpable y avergonzada. Pero seguía buscándole. Por otros sitios, por los mismos sitios, a diferentes horas... Y Martín no estaba. A veces, cuando la ansiedad apretaba y un beso de cicuta se contenía en sus labios, se sentaba en el portal de su casa y esperaba. De vez en cuando, entraba algún vecino, nunca Martín.
Y pasaron los días... Y no se perdonó.
Y pasaron varios meses... Y su perdón no llegaba. Y le contaba su historia a desconocidos en un bar, a cualquiera que la quisiese escuchar. El escarnio público no le bastaba como castigo y ni una sola palabra mala le traía el viento de aquel que motivos sobrados tenía. Así que ella se flagelaba con látigos de palabras, pero tampoco aliviaba aquella sensación, aquel odio hacia lo que se había convertido, aquella duda sobre quien realmente era... Y siempre, durante cada instante de todo aquel tiempo, la misma frase que jamás pudo olvidar, no por lo que decía, sino por lo que realmente callaba y que ella, aunque jamás lo admitió, vió dentro de sus ojos: "¡Ojalá le miraras a mi, como me miras a él!", y tras ella, las palabras de aquella nota. Un bucle continuo que Ángela alimentaba sin ningún pudor. Quería matarse. Respirar por obligación. Dejar de sentir. Ya no soportaba más aquel dolor sin pena ni gloria.
Escribió cartas que nunca le envió. Era su último y primer pensamiento. Era su guía y su vacío más insondable. Era la colección de recuerdos que repasaba. Todo se quedó sin sentido, él se lo llevó. Había confundido Elixir con veneno suave y ese fue, con diferencia, el mayor error de toda su vida. Si pudiera escucharla....
Prefería el odio y sabía bien que, a Martín, ya no le importaba nada que tuviera que ver con el mundo del que le había echado a patadas. Pero el odio no llegó. Solo aquel silencio que la estaba dejando sorda y sin perdón
domingo, 6 de septiembre de 2015
Teatro del Desván utiliza los textos de Eloisa Lúa
jueves, 3 de septiembre de 2015
Cuidado con lo que deseas - Cap. 1.- "Daño colateral"
- Yo te quiero... Creo que aún podríamos ser felices.- No pudo seguir mirando aquellos ojos, en los que solo había muerte y oscuridad, mientras decía aquello que, aunque verdad, parecía una mentira.
El la seguía mirando, intertérrito, con aquella expresión sin expresión y aquellos ojos sin mirada:
- Hubiera dado todo lo que tengo por escuchar eso hace dos meses.- Hizo una breve pero eterna pausa.- Pero ya no.
Y se fué.
Ella lloró las lágrimas más amargas de toda su vida, dentro de aquel cuarto desolado por la quietud de la parca. El ya no secaba sus lágrimas. Fue la primera vez que le había dicho "NO"... Cuando tantas veces le había implorado, suplicado y llorado el "Sí, por favor", las mismas que ella no supo apreciar. Pero sus ojos muertos... Esos los llevaría siempre tatuados en la piel del corazón, a hierro y fuego, para no olvidar.
No olvidar que era capaz de construir, pero también era dueña de la destrucción más violenta y envenenada.
Había conocido a Martín tres años atrás... Bueno, realmente se conocían de mucho tiempo, al menos él... Pero eso forma parte de otra historia.
Lo admiró al segundo de conocerlo, lo quiso a los tres segundos y solo tardó seis en enamorarse perdidamente de él. Aún a día de hoy recuerda casi cada instante con una vividez que asusta... El primer encuentro para un café que terminó conviertiéndose en casi 24 horas juntos... Aquella admiración mutua... Las ceverzas, un cocktel extraño con demasiadas bebidas, una borrachera no buscada, la tuna que él paró bajándose de un coche en marcha porque a ella le encantaba (aunque él no las soportara), aquella noche en su casa esperando que el alcohol descendiese a un nivel moderadamente normal, el primer beso, el primer contacto de sus cuerpos desnudos... Demasiados detalles y tan pocas palabras para describirlos.
Fue como todas las historias de amor. Bueno, como todas no, pues Ángela siempre creyó haber encontrado "al hombre de su vida". Discutían como todos y se reconciliaban después. Probablemente, Martín, fue la única persona que la había amado de verdad en toda su vida. Con ese amor incondicional que no te cambia ni palidece. Con esa fuerza motriz que le da aire a tus alas. Con esa pasión desgarrada del que es capaz de dejarlo todo en pos de los pasos de la persona amada. Martin era tantas cosas... Y ella lo amó, más que a nada y durante más tiempo del que él jamás imaginó.
Podría describir con detalle la situación que atrajo al Caballo de Atila que todo lo mató. Y, probablemente, muchos lo comprenderían, e incluso justificarían y perdonarían lo que hizo. Pero, para ella, jamás fue justificación y no hay mayor carga que el perdón que uno mismo no es capaz de concederse.
Martín solo fue un daño colateral de una complicada historia de auto-destrucción, abocada al abismo. Lo utilizó, le arrancó demasiadas lágrimas, demasiado dolor, demasiadas piedras... Con cada una, ella se abría una brecha más. Pero jamás le mintió. Jamás. También era consciente de que la verdad absoluta, la sinceridad más diáfana, era arma más mortifera que una mentira elaborada. El pensó que sí le había mentido, en una cosa, en una sola. Ella le juró que no... Pero también entendió que él no la creyese nunca. Martín ya estaba herido de muerte. Y ella pasaba noches enteras llorando, que él no veía, pues no sabía salir de aquella espiral de auto-destrucción o no quería. Sentía que no moría sola, que Martín era el daño colateral que jamás tuvo que suceder. Porque si alguien en este mundo no se merecía eso, era aquel hombre que se lo había dado todo incondicionalmente, que la había intentado proteger de todo y de todos, hasta de sí misma. Aquel hombre, todo un caballero, que teniendo sobrados motivos para ello, jamás pronunció en público ninguna manchar a Angela pudiera.
Y allí, de pie, mirándose en aquellos ojos muertos comprendió lo que había hecho realmente y se odió tanto a sí misma que murió fulminada por su propio rencor.
Habían roto muchas veces antes. Pero lo que le arrancó lágrimas de sangre fue saber que aquella era la última. La definitiva. La que no ganaría. Y, lo peor de todo, ella fue la única culpable. No hacía falta que él lo dijese, ella lo vio en el abismo gris de sus ojos.
También lo amaba en ese instante. Pero eso no era nada: Había matado al hombre de su vida y ya nada volvería a ser lo mismo. Ella tampoco.
lunes, 31 de agosto de 2015
Que entre solo la lluvia
Tras esa puerta está la tormenta, la prisa, los compromisos, las obligaciones y hasta nuestros nombres.
Olvidaló. Olvidaló todo. Que en tu cabeza no exista más instante que este instante, ni más piel desnuda que la que acaricia tu pecho. Bésame como si fuera tu último hálito de vida. Aspira mi deseo condensado de saliva. Sumérgete en el vergel de mi escote. Cierra la puerta y deja fuera todo lo que no seamos tú y yo.
Sorprendemé. Con cosas pequeñas que causan sentimientos inmensos. Hay tantas cosas pequeñas de ti que me hacen temblar... Tu abrazo, tu escondida timidez. ¿Te acuerdas de como sabía la pasión a los veinte años? Amamé así, con ese nudo en la garganta que aprieta sin ahogar. Con ese torbellino de mariposas en el estómago, batiendo sus alas en cada sutil roce.
No te vayas. Aún no. Fuera hay tormenta. Disfruta aquí y ahora. Seamos uno y olvidemos todo.
Trae tu mano aquí. Sobre mi pecho desnudo. ¿Lo sientes? Ahora late por tí. Eres mi heroína y tras esa puerta solo existe el síndrome de abstinencia. Cierralá. De un portazo si hace falta. Acaricia hasta el último poro de mi piel. Despacio, como el naufrago que se aferra a su tabla de salvación, como el niño que ve una película en el cine por primera vez, como la niña que mira por vez primera las olas del mar... Con ese deseo contenido en la punta de los dedos.
Espera. Un minuto más. Hagamos, de estos sesenta segundos, la eternidad. Susurráme al oído lo que sientes. Sin miedos. Sin expectativas. Sin esperanzas. Sin prejuicios. Solo palabras inconexas del corazón, sin pasar por la lógica del deber de tu razón. Dime que te cuesta arrancarme de tu interior. Que llevo tiempo ahí aunque podamos cruzarnos como dos conocidos que se desconocen. Reconoce que vibras y te sientes vivo cuando estoy cerca. Susurráme al oído lo que sientes con el tacto de mi piel. Verbaliza tus sueños conmigo.
Cierra la puerta. Deja fuera la tristeza, la rutina, los problemas, lo que somos y lo que jamás seremos. Dejaló todo fuera, pero trae la lluvia fresca que nos empape. Deja que entre solo tú y la lluvia.
jueves, 13 de agosto de 2015
La peor guerra
- ¿Cuáles?.- Preguntó sorprendido y fuera de juego.
- La del debo contra el quiero. Y, si el debo, viene acompañado de la seguridad y, el quiero, escoge, como vanguardia, al deseo es aún más cruenta. Es una guerra en donde sólo puede quedar uno. En la que no se hace prisioneros. Y no hay peor batalla que la que se libra contra uno mismo.- Aseveró ella con aquel tono circunstancial.
prohibida. Sin dar muestra en su pétreo rostro de la excitación que le provocaba, de aquella obsesión a la que se veía abocado y trataba de evitar. Miraba la mano con fingido tono de reproche:
- Perfectamente.- Replicó ella tajante.
- Si lo hubieras entendido no estarías acariciándome de esa tentadora manera.- Dijo él.
- Si no lo deseas, pídeme sinceramente que pare.- Retó ella con altanería, mientras fijaba sus ojos en aquella mirada de cielo y nubes de tormenta.- El guardó silencio y su mano siguió explorando caminos ya conocidos.- Lucha tus guerras que yo tengo las mías propias. Pero no aquí. No ahora. No conmigo. No desaproveches un sólo segundo pensando en que podría pasar mañana o si lo de ayer traerá consecuencias... Hazlo. Sólo. Pero aquí seamos completamente sinceros. Nadie sabe que ocurrirá dentro de un segundo, así que no los desperdicies como si fueran eternos. Aprovéchalos. Cuando acabe la guerra, dime quien ganó.
miércoles, 22 de julio de 2015
En un mundo perfecto
En un mundo perfecto saltarían sobre los charcos en la acera, jugarían con las ojas ocres del otoño lanzándolas contra el viento, harían rebotar las piedras sobre la superficie del agua. Serían dos niños locos ávidos de vivir.
En un mundo perfecto se pasarían notas bajo la mesa, compartirían una cerveza a medias. Se reirían de todo, incluídos ellos mismos. Bailarían agarrados bajo las farolas. Escribirían, con una llave, sus iniciales, una junto a otra, sobre la madera de cualquier banco. Harían suyos los sitios donde estuviesen. Florecerían cascadas de mariposas en el pecho de ambos, cada vez que estuvieran cerca.
En un mundo perfecto, él pondría todas las naves rumbo de vuelta a Ítaca y ella dejaría de bordar colchas esperando su regreso. Se abrazarían acurrucados al filo de la media noche. Ella dejaría de inventarse mentiras amables que hiciesen más fácil no soñarle despierta. Él le diría abiertamente que aquella adicción no tiene cura ni solución, que sus besos contienen demasiada energía para que uno solo se le caiga de sus labios, que él los recogería todos. Ella pasaría los dedos causando aquel escalofrío instántaneo. El provocaría sus carcajadas cada vez que el ingenio se lo permitiese. Ella sería el café expreso, él la infusión de melisa. Encenderían velas juntos alrededor de aquella cotidiana cena. Ella le regalaría todas las estrellas de mar, él le recitaría versos de amor. Serían dos locos enamorados que a nadie tienen que pedir permiso ni perdón.
El la cogería de la mano para explorar juntos el camino de baldosas amarillas. Ella no negaría verdades como puños. Él no le robaría minutos a la prisa. Ella le haría, cada día un regalo, porque sí, sin fechas señaladas en las que la obligación mediase. El apoyaría su cabeza sobre sus senos para oír su propio corazón sonando en estéreo. Ella le recosería sus alas maltrechas y lamería sus heridas. El dejaría de ser un funambulista ciego a merced de los vientos. Ella abriría la caja de Pandora, sin miedo a perder. El descubriría el brillo de la luna tras sus caderas. Ella se columpiaría en uno de sus rizos. El encendería el fuego que arde sin quemar. Ella y él se dirían tantas cosas, se besarían tantas veces, se amarían durante tantas madrugadas, se harían el amor a cada segundo...
En un mundo perfecto serían felices. En este trivial y mundono, simplemente, son.
jueves, 16 de julio de 2015
A mi lector más fiel: Entre líneas sin lupa.
lunes, 13 de julio de 2015
La ola y la roca
Ella como una ola. Agua fresca de mayo con cresta de nieve. Dedos fríos que envuelven con su caricia. Era calma y tempestad. Pura energía, hija de Eolo, coronada Reina por Neptuno. Acostumbrada a la vanguardia. Al choque. Al jaque mate.
Cayó sobre él con toda su fuerza. Volviendo su mundo del revés. Poniendo a prueba su pétrea realidad. Empapándolo de sueños. Llevándose el desaliento. Trayéndole la agitación y los sueños y la vida y la sed y el placer y el deseo y la pasión y el musgo fresco y el verano suave y las metas olvidadas y aquel "no te quiero querer". Pero EL acostumbraba a no ceder y ELLA no sabía perder.
Tempestad. Calma. Y otra vez la tempestad. Sus dedos tratando de encontrar la rendija exacta por la que minar aquella fortaleza de piedra. EL sin retroceder ni un milímetro. Estalló la más dulce y apasionada de las guerras. La más terrible y ávida de victoria. La más encarnizada lucha, ella por colarse dentro de él y él por seguir siendo la roca estoica que no cede al embrujo del mar.
Le embistió una y otra vez. Con toda su furia arremolinada de sentimientos contrapuestos. De un quiero sin puedo. De una playa sin arena. De un paraíso con días de lluvia. El no cedía. Ella no se rendía. Pasaron los meses. Y la roca no se rompía, mojando las ganas de estallar en la desvaída luz de aquel ocaso. La ola se retiró a costas tranquilas.
Le acariciaba con sus dedos. Siempre pendiente. Pero debilitada ya la tempestad de dos corazones destinados a fracasar en una realidad kafkiana. EL soñaba, a veces, con un mundo perfecto en que la tenía desnuda sobre él, fresca como el olor a lluvia. ELLA fantaseaba, a veces, con lo que pudo haber sido y jamás sería, con aquel sabor que tuvo en la punta de sus labios. Siempre juntos. Siempre lejos.
Un día, para sorpresa de la ola y la roca, aquella rendija cedió en un gemido. La piedrá estalló por su punto más débil. Por aquellas ganas reprimidas de los dos. La ola cayó sobre él refrescando aquella tediosa mañana. Estuvo dentro. Vio la piel que protegía. Cálida y húmeda a su contacto.
Ganaron los dos.
jueves, 2 de julio de 2015
Noche de San Juan
La yema de los dedos de ella buscaba carreteras secundarias que recordaba vivídamente aún en sus sueños. Él sucumbió al deseo contenido en aquella botella de cristal que, una vez, arrojaron juntos contra las rocas de aquella playa.
El mar cobró vida en sus pupilas, amenazando temporal.
Los dos cuerpos se vistieron con un fino manto de sudor y saliva compartidos. Él se resistía a lo prohibido... Pero le resultaba tan excitante...
Ella, cual Fénix, se mostró ante él, en todo su esplendor. sin más vestido que su piel desnuda.
Hasta ahora, ella siempre fue... Un cuerpo inaccesible. Un momento secreto. Un sueño alentador en las noches de tormenta. Un remolino que todo lo volvía del revés. Una ola que arrastraba, con su caricia, todas las conchas de su quimérica playa. Pero también era calma y paz, capaz de anular cualquier estímulo que no proviniese de aquel cuerpo de mujer.
Los rescoldos de un pasado, no tan lejano, comenzaron a calentar dos corazones ávidos el uno del otro. Un abrazo, casi eterno, avivó la llama que nunca se atrevieron a apagar del todo. Cassandra repitiendo una profecía olvidada. Un "no quiero querer" que se hace añicos contra aquel traidor beso. Unas manos que, a tientas, no quierer querer buscar. Otro abrazo que funde, en una sola, la desnudez de dos almas rodeadas ya de las llamas, que ardían sin quemar. Casi todo el tiempo del mundo para aquella fantasía hecha realidad.
Ella lo había soñado más de una vez, todas diferentes, pero la misma hoguera. Probablemente él, en su silencio, también la soñaba a veces. Pero la realidad prendió todas las mechas y la tentación se hizo mujer.
Y, al fin, la danza del fuego, cuerpo contra cuerpo, en aquella noche de pecados prohibidos, aunque largo tiempo deseados. Por fín, ardió en toda su magnificencia la Hoguera de San Juan.
Aunque no fuera de noche. Aunque no ocurriese en San Juan.
martes, 16 de junio de 2015
Diario de un Angel Negro: Juegos de Azar
¿Qué nos sucedió? Me reí a carcajada carnavalesca, mi cuerpo ardió en la hoguera que compartimos sin quemarnos. Hablamos de la vida, y del mundo, y de cosas que nos importaban, de proyectos futuros y viajes pasados. Y una mariposa nueva crecía a cada segundo en la boca del estómago. Traté de ignorarlas, pero fue imposible. Como imposible era aquel amor a medias, que duraría lo mismo que tardase yo en marcharme. Me sentía bien a su lado. Me encantaba aquel juego tan nuestro del "tira y afloja". Lo admiraba, por demasiadas cosas, aunque él nunca lo supo. Luego me fui.
De vez en cuando, el azar o el destino favorecían que apareciese fugazmente. Apenas unos instantes que nunca eran suficientes. La casualidad nos forzaba a seguir en contacto. Luego se iba. Sin más besos, sin más hogueras, sin más carcajadas.
Lustros pasaron sin que el azar, duende jugueton, sus hilos moviera. Apareció como una gigantesca ola, que todo lo barre sin destruirlo. Olvidé por unos instantes que era un Ángel Negro y ya nada quedaba del Fénix. Consiguió remover los rescoldos en el momentos más oportuno. Pude ser aquella que fui una vez, sin guerra ni destrucción. Lo necesitaba y él brilló por azar. Dio sentido a mi mundo en ruinas. Y volví a creer. Aquella vez venía para quedarse. Estaba segura.
Poco tardé en sentir el error de la equivocación. Y vinieron las mentiras piadosas, el deseo disfrazado de un "de verdad me importas", las conversaciones rutinarias sobre las hogueras en los pliegues de su cama, las promesas que jamás habría que cumplir. Y, por último, la traición.
Mis alas se desplegaron con más tristeza que furia. No sabía que me quedaran lágrimas. Me arrancó un trozo de corazón que se le deshizo, en cenizas, sobre su mano. Ya no había nada más que romper.
Me confundí con su llegada y dejó un vacío que tuve que llenar de sombras. Volví a mirar dentro de mi, con ese escorpión en dónde debería de haber un corazón. Que ingénua había sido. Cuanto tiempo mal invertido. Cuantos ideales vendidos por menos de nada. Cuantas mentiras e hipocresía. Cuanto dar para luego obtener un hondo silencio cargado de significado.
Volvió la sonrisa desdibujada a mi rostro. Tuve sed de venganza y pude forjarla. Pero no lo hice. Le perdoné la vida.
De nada.
lunes, 8 de junio de 2015
Así llegó
Así llegó una tarde a mediados de Mayo. Por pura causalidad... Demasiado contenido para unas desangeladas líneas que nunca conseguirían describir como se sintió. La ola se la había tragado a profundidades inexploradas, desde el mismo momento en que se vio reflejada en aquellos ojos color marino. Cuando aquella sonrisa le provocaba una eterna carcajada. Después, se fue. En silencio. Aunque nunca llegó a irse del todo, como una ola.
Pasaron muchas lluvias y primaveras y olas más pequeñas y menos intensas y el sol y la tormenta... Y el tiempo se volvió lento sin él.
Hasta que, de nuevo, llegó. Años después. En el momento más oportuno. Como una ola que volvió, de nuevo, todo su mundo del revés. Y los segundos se aceleraron y lo que parecían minutos, se convrtían en largas horas. Y las endorfinas a flor de piel coloreaban su demacrada realidad. Y era feliz, sin olvidar que, al fin y al cabo, era una ola gigantesca y como toda ola, algún día, se iría dejando un inmenso vacío.
lunes, 1 de junio de 2015
Dirario de un Angel Negro: El cinismo
No esperéis nunca cinismo en mis palabras. Soy muchas cosas, pero no una cínica. El látigo de la verdad siempre fue mucho más cruento e impío.
Cometí muchos errores por tradiciones estúpidas que me hicieron creer que eran leyes a seguir ciegamente. Pero la confianza, la lealtad, el honor, el respeto, la sinceridad, la amistad, el amor, incluso el sexo... Todo está sobrevalorado. Y, al final, cualquiera, si tiene ocasión, te venderá por una bolsa de monedas de cobre. Cualquiera. Nadie se libra de la quema. Nadie es tan estoico para no sucumbir a la tentación de su propio egoísmo... Ni siquiera tu mejor amigo. Nadie se salva. Todos acaban cayendo. Puse demasiadas veces la mejilla y me partieron el labio las mismas veces. Sangré todas ellas y fue esa misma sangre la que ahora me atrae a las sombras.
La vida está llena de cínicos que dicen predicar con el ejemplo, pero en los actos subyace la verdad, agazapada, escondida, disfrada de piel de cordero.
Me envidian y lo se. ¿Tengo que mentir para que me acepten en el grupo al que nunca pertenecí? No. Yo no miento por motivaciones tan vanas. No pueden soportar que, al desplegar mis alas, ahora negras, brille con luz propia. No pueden soportar que su mediocridad no se me contagie.
Las mujeres me odian porque ellos se sienten atraídos por mi y el no saber por qué, les conduce a la frustración que no soportan. Ellos reniegan de mi porque son tan cobardes, que usan la mentira para esconder sus propios fantasmas, pero no me olvidan. Me llaman sobervia por reconocer la verdad y escupirla cuando es necesaria.
Nos han enseñado a doblegarnos ante Goliat; a no enorgullecernos de nuestros éxitos; a sentirnos culpables de nuestros errores, cuando el error es la base de todo aprendizaje; a que la inteligencia es algo malo porque les hace sentir inferiores... Te enseñan a repudiarla, porque los inteligentes son peligrosos; a idolatrar la superficialidad y excluir a los diferentes; nos han mentido con el castigo del Infierno... Cuando el Infierno y el Cielo, la Virtud y la Deshonra, La Verdad y la Mentira, todo se encuentra dentro de nosotros. Tú eliges la actitud que usas en cada momento.
Soy muchas cosas, pero jamás fuí una cínica. Algo que no soportáis. Algo que me resulta tediosamente indiferente.
miércoles, 20 de mayo de 2015
II Marquesa de Casa Tilly y su ama de llaves. En Cartagena.
Organiza: Visual Dreams
Colabora: Gran Casino de Cartagena (Palacio de Casa Tilly)
Dramaturgia: Eloísa Lúa
Dirección, vestuario, ambientación y puesta en escena: Cristina Martínez.
II Marquesa de Casa Tilly: Belén Escudero
Ama de llaves: Cristina Martínez
jueves, 14 de mayo de 2015
El indómito mundo de los sueños
Compuso esa sonrisa cínica con la que se reía de sí misma.
Aquel sueño la había transportado años atrás, como si viajar a través del tiempo, fuera cosa de niños... Habían caído demasiadas lluvias y florecido otras tantas primaveras, como para recordarlo con aquella cantidad de detalle.
No sabía demasiado bien como él había consegiodo adueñarse de su corazón cerrado "a cal y canto" y no estaba dispuesta a dejar pasar aquel tren sentada en la estación del "¿Y si...?". Se habían mandado cientos de mensajes, pero no bastaba. Habían hablado durante horas, pero nunca fue suficiente. Así que decidió quemar los kilómetros que los separaban para buscar aquello que había ansiado desde la primera noche que lo conoció. Calmar o avivar aquel nido de furiosas mariposas que le rugían en la boca del estómago cada vez que pensaba en él, que era la mayor parte del tiempo.
Había fantaseado mil veces con aquel primer encuentro, hasta encontrar la perfección del momento en una realidad inventada en su cabeza. Se verían. El abriría los brazos y ella se agarraría con fuerza a aquella tabla de salvación. Se mirarían a los ojos con el deseo contenido de tantas horas siendo el uno y la otra, en lugar de nosotros. Y sus labios se unirían en ese primer beso, repleto de pasión y ternura, como dos enamorados queriendo parar el tiempo entre el lazo de sus manos.
Pero la realidad le abofeteó tres veces aquella noche, recordándole que los cuentos de hadas solo son eso... Cuentos. Con mentiras sin alas de hada.
La primera bofetada. Se rió de su ropa. Debió de ser una broma, pero ella notó como se replegaba sobre sí misma hasta sentirse tan pequeñita que estuvo apunto de la extinción. El abrazo y el beso vino después, para aliviar aquella primera herida abierta.
Segunda bofetada. El tocaba en un grupo y ella quiso asistir a aquel concierto. Pero estuvo muy lejos de ser la "Dancing Queen". Lo justificó en silencio, mintiéndose a sí misma, diciéndose que era su noche y que, aquello, era solo producto del momento; que, después, en la intimidad, él le diría todas aquellas cosas que guardaba en su teléfono y que, aquella noche, leía de tanto en tanto para recordarse que hacía allí en dónde el aire le sabía a cianuro. Lo cierto es que se sintió terriblemente sola, en una esquina, observando como el mundo giraba de espaldas a ella. Como él reía con sus amigos sin apenas dirigirle una sonrisa. La cerveza no aliviaba la tristeza. Ella también sonreía, pero al vacío de la nada, sin motivo que sostuviese aquella fingida inflexión de los labios. Le dedicó una canción, pero se la había pedido, así que jamás supo si era obligación o devoción. Mientras escuchaba crujir su corazón, agrietándose cada pesado segundo de aquella interminable noche. Se sentó, sola. Mirando a su alrededor. Sin saber muy bien que hacía allí. Sin poder ir a otro lugar. Salió a la puerta. El ni siquiera notó su ausencia. Llamó a un amigo. Necesitaba escuchar una voz conocida, sentir el cariño de alguien, en aquellos oídos ateridos de frío. Lloró. Solo la noche y su amigo fueron testigos de aquella injustificada tristeza. Lloró más. Colgó el teléfono. Borró el rastro salado de sus mejillas con la manga de su cazadora. Volvió a ponerse aquella máscara de alegría, antes de entrar de nuevo al Pub de la mala suerte, en el que él cantaba rock y ella ahogaba su tristeza en un vaso de cerveza caliente.
Tercera bofetada. Por fin, él y ella cara a cara, en un nudo de dos cuerpos desnudos bajo las sábanas. Jugando a amarse. Violentando la calma. Resurgiendo mariposas entre sus dedos, acariciándo con sus alas la espalda desnuda de aquel hombre. Todo era casi perfecto hasta que... Morpheo la traicionó y él cayó dormido, momentos después de iniciarse aquella batalla cuerpo a cuerpo. No dijo nada. Se recostó, de espaldas a él, agazapada como en el vientre de una madre, buscando un lugar seguro ante la temible caída por el precipició del borde del colchón. Volvió a llorar en aquella Soledad acompañada. Empapó las sábanas con lágrimas. No le importó. Se habrían secado antes del amanecer y él no lo sabría nunca.
También se hizo onírica realidad el momento de vuelta en aquel tren. Ya no lloraba. Sostenía una copa de vino mientras maldecía la realidad. Mirando como el paisaje se emborronaba reflejado en sus ojos tristes. Nunca debió de ir, así se hubiera ahorrado aquella vuelta cargada de musas y servilletas emborronadas con frases inconexas. Aquello dolería durante bastante tiempo. Se conocía, era un hecho. ¿Cómo borrar ahora las huellas de lo que ella sentía?
En ese punto se despertó, con esa pregunta aún latiendo en su red neuronal y esa sonrisa cínica. ¡Cuántas veces se había equivocado!
Cogió papel y lápiz y comenzó aquel encabezamiento dirigido a él. Quería herir el papel con las cicatrices que tanto le había conseguido cerrar. Quería explicarle que, una vez, sintió algo parecido al amor. Que lo perdonó. Que luego volvió a quererlo otra vez, de otro modo, pero con igual intensidad... Quería decirle tantas cosas que arrugó el papel con saña, arrojándolo a la papelera. El no había querido saber como se sentía. Así que el silencio le pareció mejor opción que aquella carta sin acabar.
Volvió a sonreír, con menos cinismo, con más ironía. Es curioso como el indómito mundo de los sueños es capaz de hacerte revivir recuerdos sumergidos en el lodo más intenso.
Comenzaba un nuevo día con los primeros rayos de sol. Sonrió, por fin, de verdad. Aunque sin compartirlo con él.
martes, 12 de mayo de 2015
Somos Cultura. No mercenarios.
#SomosCultura. No Mercenarios. Para los grandes, medianos, pequeños, profesionales, aficionados, por placer, por vocación, por profesión... El que lee, el que asiste a los teatros, el que va a los conciertos... Los actores, técnicos de todas las artes, escultores, escritores, músicos, cantantes, artesanos... Los que "malviven de ella" y no se rinden, los que lo hacen "por amor al arte", los que la defienden, los que no la pisotean, los que la difunden, los que la consumen... Todos ellos (en los que nos incluímos), somos cultura. No somos un arma política, no somos meretrices en venta al mejor postor. Somos soñadores, valientes (si pretendemos vivir de ella), protectores de lo más valioso que poseé el ser humano. No somos carne "de elecciones". No queremos promesas. No queremos tener que mendigar un escenario. No queremos tener que "auto-editarnos" las novelas. No queremos una cultura "al servicio del Rey", no somos corsarios. No somos enemigos aunque traten de enemistarnos. Somos personas, con diferentes ideas políticas, con diferentes modos de hacer las cosas, con diferentes pasiones... Pero con un mismo punto en comun "Defendemos una cultura de calidad y accesible, no politizada". Si tu eres también cultura, si te identificas con este manifiesto... ¡Comparteló!, Eleva la voz, da un paso al frente. Grita por lo que te corresponde. Da igual si vives de ello o no, o si la consumes. Bajo el hastag #SomosCultura, difunde este manifiesto. Llenemos todas las redes sociales. Para que nadie, nunca, jamás, se considere un "ciudadano de tercera" por crear, interpretar, hacer sentir... Sin la cultura no somos nada. Es tu derecho tenerla y tu deber defenderla. Adhiérete a este manifiesto.
viernes, 1 de mayo de 2015
Diario de un Angel Negro
martes, 28 de abril de 2015
Metamorfosis
jueves, 23 de abril de 2015
El reflejo en el Espejo
Apunto estuvo de autocompadecerse. De caer en el victimismo al que se tiene derecho cuando te lo han arrebatado todo. A ese llanto silencioso que quema como la hiel.
- Bienvenida.- Saludo aquella voz que envolvía el aire y no había sido pronunciada por garganta alguna.
Miró incrédula a su imagen desnuda reflejada en aquel espejo. Aquella imagen de sonrisa sardónica y gélida que no era suya. Se asustó, pero no se fue.
- ¿Quién eres?.- Quiso saber.
- Tú.- Replicó aquella femenina voz.
- No puede ser...- Creyó que, finalmente, había enloquecido.
- Eres lo que querías. Soy una parte de tí. Una parte que te asusta pues carece del exceso de compasión que vistes. Una parte a la que no escuchas, pero que te ha dado los mejores consejos de tu vida. Esa faceta tuya que conoce el dolor pero no se queda inmóvil ante la agresión hacia ti misma. Soy ese lado que niegas, esa voz que no quieres oir...
- ¿Qué haces aquí? No te he llamado.
- Tú no, me reclamaron tus cenizas apagadas. Te han hecho añicos, tratas de reconstruirte sobre cimientos falsos y te vuelves a romper, una y otra vez. Estoy aquí, porque ahora soy necesaria.
La imagen del espejo, tendía su mano hacia ella. Sentía miedo de lo que podía llegar a ser, pero también alivio porque ahora era conocedora de la verdad. La sangre derramada por las heridas, era la suya. Nadie luchó por ella. Quizá fuera verdad, a lo mejor, era necesaria.
Cogió aquella helada mano y atravesó el espejo. Ya nunca volvería a ser la misma. Se había perdido la esencia de lo que fue y la raíz de lo que la destruyó. Y, como en un círculo macabro y vicioso, se había repetido tantas veces en su vida que el frío invierno ya había llegado.
Ya no sentía miedo al otro lado del espejo, aunque sabía cual era el precio: Jamás volvería a ser la misma. Aquella guerra la había cambiado.
viernes, 10 de abril de 2015
Cicatrices
Ángela era, para Alfonso, una persona importante. Su caja de secretos oscuros. Su luz en días grises. Una botella de lealtad sin fondo. Sentía profunda admiración por aquella muchacha que escondía más de lo que mostraba. Y se sentía el hombre más dichoso del mundo por conocer aquella parte de ella, que sólo unos pocos llegaban a ver trás aquella dura mirada de felino hambriento.
Alfonso era para Ángela el ejemplo perfecto de que su concepto de hombre y de amigo no era irreal. Tenía principios, trataba de comprenderla y lo conseguía. Era una de las pocas personas con quien sentía que podía ser ella misma, sin disfraces ni máscaras que distorsionaran, por pura ncesidad, lo que en verdad era.
En resumen, eran dos viejos y buenos amigos.
Pero aquel día, en aquel banco, él la sorprendió con una frase:
Alfonso: ¿Sabes? Algún día, tú y yo, buscaremos tesoros ocultos bajo sábanas de blanco satén... Como dice esa canción.
Le sorprendió precisamente porque el tono de su voz no era el de la típica broma de siempre y encerraba un aplastante deseo de una realidad no alcanzada:
Ángela: Lo dudo...- Respondió con cuidado al saberse pisando arenas movedizas.
Alfonso: ¿De verdad nunca lo has pensado o deseado?.- Volvió a preguntar Alfonso, sorprendido de aquella escueta respuesta carente del ácido humor que la caracterizaba.
Ángela: Sí, lo he hecho. Pero va a ser imposible.
Alfonso: Tú siempre dices que no hay cosas imposibles... A lo sumo, poco probables.
Ángela: Sí, lo digo. Esto es una excepción. Es imposible. No hay más.
Alfonso: ¿Ya no lo deseas?
Ángela: No tiene nada que ver con mis deseos. Si no con la realidad del después...
Alfonso: Angi, ¿Qué ocurre?... Da igual. Dejaló. No debí insinuar nada parecido. Lo siento.
Ángela: No sientas jamás algo que ha dicho o hecho tu crazón. No es eso. No es por tí, es por mí.
Alfonso: ¿Tú? ¿Usando un tópico? Esto sí es algo nuevo...
Ángela: No es un tópico. Esta vez es la pura verdad.
Alfonso: ¿Es porque tengo pareja?
Ángela: No. Tu sabrás a quien traicionas, yo no tengo cuentas que rendir a nadie. Y yo juzgo a las personas por su comportamiento conmigo, así que, definitivamente no es por eso... Aunque tiene relación. Es "por el después".
Alfonso: ¿El después?... Después seguiría todo igual, somos amigos, eso no va a cambiar...
Ángela: ¿Estás seguro?... Sí que cambiará. Te voy a poner una situación y te haré una pregunta, contéstame la verdad... Después de esa noche de "sábanas de blanco satén", ella se entera. El cómo da igual, porque los modos son casi infinitos, pero se entera. Estalla la tormenta. Me convierto en el blanco de sus insultos y en el centro de tus excusas. Al final, si conseguís arreglarlo y, ojo, esto nunca se arregla del tod,o pues saldrá a colación en la primera discusión que tengáis, me convertiré en un arma arrojadiza con la que herirte... Pero, en un primer momento, siempre parece que va a solucionarse, cuando ella, te pone una condición: "Elige, ella o yo. Y si soy yo, has de cortar todo tipo de contacto o relación con ella". ¿Que harías tú, amigo mío, a quién elegirías?
Alfonso se quedó pensativo unos instantes. Nunca le había mentido.
Alfonso: La elegiría a ella... Pero tienes que entenderlo.- Respondió con apenas un hilo de voz.
Ángela: Y lo entiendo. Es más, sabía cual sería tu respuesta. Siempre es la misma elección. Siempre la eligen a ella, por encima de la amistad. Soy yo quien tiene cambiadas las prioridades, pero eso es problema mío, como mía lo fue la decisión de cambiarlas. Por eso es imposible, amigo mío, porque valoro demasiado nuestra amistad como para perderla, como valoraba las que perdí. Pero el último dejó la última cicatriz. Ya no existen huellas de nadie en mi corazón, solo cicatrices que pican en los días de lluvia.
sábado, 4 de abril de 2015
De tanto en tanto
Comenzó como comienzan las historias más hermosas, ésas que se hacen eternas... Se conocieron por una extraña casualidad. Ella, al mirarse en ellos, se cayó dentro de sus ojos. El se encaramó de aquel abrazo tan oportuno, espontáneo a la par que añorado. La impredecible energía de ella, le conquistó al primer vistazo y aquella risa fue su himno, durante un rato. Su inquietante misterio la atrajo hasta que no quedó aire entre sus cuerpos. Diez minutos después, se besaban bajo la lluvia, depojándose del traje de sus propios nombres. Después, unieron sus manos, entralazando fuertemente sus dedos, con el mundo bajo sus pies y la vida reverenciando aquella llama que todo incendiaba sin chamuscarlo... Se cogieron de la mano para no separarse jamás... Hasta cinco días después.
Cinco días memorables, grabados a hierro encendido en su memoria. Recordaba cada instante como si hubiese sido ayer. Indeleble al tiempo. Resistente al espacio. Indisoluble en la mente. Indispensable en el corazón.... La sensación de conocerse desde siempre. Disfrutar de los silencios que jamás les parecieron incómodos. Quedarse mirando fija y mutuamente, a los ojos, hasta acariciarse el alma. Aquel corazón dibujado, a mano alzada por su dedo, en la espalda de ella. Dos exploradores en busca de tesoros escondidos debajo de las sábanas. Un café a media tarde. Más lluvia. Canciones. Un paseo por la playa, siempre cogidos de la mano. La sutil ironía de ella. La pronfunda e inquietante mirada de él. Una admiración mutua.... Pero también, una despedida cercana que habían conseguido olvidar.
No hay amor implacable que no duela hasta el tuétano de los huesos. Y ese día llegó. El principio del final. Un inoportuno reloj de arena que volaba fugaz descontando minutos. Unos ojos, apunto del llanto, atrincherados detrás de una fingida sonrisa. Un corazón, que nunca supo perder, aterido de miedo. Un silencio hecho añicos por un "No te vayas, quédate a mi lado". Una garganta que se anuda. Unos ojos expectantes. Un alma en pena sin gloria. Un deseo vibrando en el centro de lo imposible. Un conocido pánico que muerde con saña en "lo que ella quería". Un suspense que ametrallaba "lo que quería él". Mismo deseo irracional. Mismo "quiero", diferentes "puedo". La bolsa de la excusas que se vacía. El mismo ruego, rozando ya la desesperación. La misma negativa colmada de inseguridad. Él insiste. Ella se niega y no sabe por qué. Él ya no vuelve a pedírselo. Ella no siente alivio. Un "hasta ahora, nos vemos en tres horas". Un beso con sabor a estación. Una cara tras el cristal del tren que se aleja. Unos ojos clavados en ella hasta que se pierden en la distancia. La espera más larga de todos los tiempos. Los segundos se detienen a saludar a cada perro. Tres horas. Cinco horas. No llega. Ella llora. Seis horas. Ella espera. Siete horas. El llanto enloquece. Ocho horas. No quiere perder la esperanza ya perdida. El dolor que le provoca el eco de una pregunta es insoportable: ¿Esa ha sido la última vez que lo volveré a ver?. Un teléfono apagado. Treinta y seis llamadas perdidas. Amanace. Sin él.
Primer día sin su mano: un corazón desgajado. Un taxi que se aleja, camino del aeropuerto. Campiñas verdes que pasan rápidas. Nostalgia. Llueve. El sabor a sus besos corriendo por sus venas. Síndrome de abstinencia. Aquellos malditos ojos grises por todas partes. Las nubes no ayudan a olvidar. Una lágrima impía se decuelga sin consentimiento. Una llamada. Una duda. Dos disculpas. Una promesa de volver.
Los días pasan, mientras la esperanza de encontrarlo, esperándola en su puerta, se mantiene aún sabiéndola imposible. Su rostro en todos los cristales. El color de sus ojos refulgiendo en el asfalto. Recuerdos que la estremecen. Una distancia que no perdona. El tiempo que corre. El se rinde, sin poder decir adiós, pero incapaz de luchar por lo que sabe que es imposible, no la verá más y ese pensamiento le gana la encarnizada batalla a un corazón que desea lo único inaccesible. Ella persiste. Volverá. Le dio su palabra y volverá. El no la puede creer. El silencio insondable se levanta, como poderoso muro, entre ambos. Un "No te puedo encontrar". Un "No quiero que me encuentres".
Meses. Y el recuerdo no termina de morir.
Un reencuentro a distancia.Una habitación que se ilumina con la sonrisa de ella, mientras fuera, la lluvia y todos los recuerdos que ésta contiene, martillea los cristales. Un corazón que no es capaz de olvidar. Un traidor "Te echo de menos" que él no fue capaz de contener. Una promesa pendiente de cumplir. El no quiere creerla. Ella está covencida de que, mas vale tarde... Un "hasta pronto".
Y, de nuevo, algo parecido al olvido que no termina de llegar.
Aprender a vivir sin mirar a su recuerdo tatuado. Aprender a olvidar aquel corazón dibujado, que aún siente en la espalda. Aprender a no sucumbir ante el conjuro de sus ojos grises. Silencio sordo y ciego. De tanto en tanto, maldecir su suerte. Volver a reir con los amigos. Reaprender a romper la rutina. Fotos viejas que, a veces, no puede evitar mirar.
Meses.
De tanto en tanto, él volvía. De tanto en tanto, ella regresaba. Sin despedidas posteriores. Sin adioses cura-heridas. Sin cerrar este círculo vicioso de encuentros desencontrados.
Una promesa cumplida: El reencuentro. Más intenso, más corto. El no la esperaba, ni podía creérselo. ¿Quién era aquella mujer que volvía su mundo del revés? ¿Qué hacía de nuevo allí ahora que había conseguido sacarla, a empujones contra él, fuera de su vida? Era imposible que él mereciese ese honor. Una noche mágica en que volvieron a tener el mundo bajo sus pies. Una frase, hecha susurró, que ella no entendió. Un "mañana te lo vuelvo a repetir". Una inseguridad que mata aquellas palabras. Un "jamás lo sabré". Ella pudo imaginar el contenido y hubiera dado todo su universo porque él lo hubiese vuelto a repetir. Pero las historias más hermosas, no tienen giros obvios. Ella se siente la mujer más especial sobre la faz de la tierra. El no sabe que ha hecho para merecer aquella felicidad. Un "ojalá y nos hubiéramos conocido antes". Besos con sabor a lluvia. Labio contra labio empapado. Palabras que desatan mariposas. Arrullos que erizan la piel. Miradas colmadas de contenido. Cogidos de la mano. Mirándose a los ojos.... Como si hubiese sido ayer. El se tiene que marchar. Ella siente una espada al rojo que le parte en dos un corazón demasiado gastado por el uso. Una lágrima escondida. Un viaje de vuelta. El primer silencio incómodo. El no lo aguanta y pregunta. Ella le responde un monosílabo. Dolor. Dolor compartido. El le dice "a lo mejor mañana puedo venir....". "Hazlo", asevera ella, "Pero no me lo digas". Una despedida sin despedida. Ella lo ve salir de la habitación con el alma muerta de frío. El se gira un instante. La mira. Abre ligeramente los labios. Hace la intención... Se traga la frase a duras penas. "Es imposible ¿Recuerdas?", se repite él para sus adetros. La razón gana la segunda batalla. Los corazones malheridos se recosen los jirones.
Silencio. Días. Bolas de nieve en el Sol. Miradas cómplices entre la gente. Más intensidad, menos tiempo. Dos manos que se agarran. Dos cuerpos que se funden en un abrazo. La magia revive hasta la mañana siguiente. Una despedida sin adiós. Un círculo vicioso que no acaba.
Silencio. Meses. Años.
De tanto en tanto, fugaz y furtivamente, tratando siquiera de no ser visto, urgaba en la vida de ella. A veces, le bastaba con leer una de sus frases. Otras con atisbar una foto durante segundos. A veces, también quería y deseaba más, pero no podía permitírselo.
De tanto en tanto, su recuerdo caía con la lluvia aplastándole el corazón. Luchaba contra su deseo en guerra perdida antes de la primera escaramuza. Se maldecía. Trataba de evitarlo. Respetaba su espacio y su silencio. Hasta que ya no podía más y "lo que quería" se convertía en necesidad imperiosa. Entonces entraba como una ladrona agazapada en las sombras. Lo buscaba sin que lo supiera. Comprobaba que todo le iba bien. Conocía retazos de su vida. Era feliz y ella se alegraba... Y se alegraría más sino fuera por ese maldito "¿Y si...?", que siempre venía a recordarle que, por lo menos una vez en su vida, fue una cobarde que no arriesgó.
Silencio. Caminos separados definitivamente en todas las distancias. Labios que no se besan. Cuerpos que no se tocan. Un recuerdo que se niega a morir.
A veces él, a veces ella. A lo largo de los años. Sin verse, sin tocarse, sin hablarse, sin besarse... Pero con una historia eterna, con unas cuantas preguntas sin responder y con los bolsillos llenos de recuerdos que acaban por convertirse en inmortales.
Hoy. Silencio. A veces él, a veces, ella. Un instante fugaz. Un mensaje no verbal y ambiguo que siempre es respondido de alguna manera. Un hacerse notar, pero no lo suficiente. Ya no duele, pero pica cada vez que el cielo amenaza lluvia, de tanto en tanto.
jueves, 26 de marzo de 2015
Recreación Histórica en el Casino de Cartagena
viernes, 20 de marzo de 2015
Cortometraje "El Terrorista"
Muy ilusionados con este proyecto y con el calor y cariño de la gente que nos augura muy buen futuro.
lunes, 16 de marzo de 2015
Los que siempre estuvieron
Ella compartía chistes y opiniones y recordaban juntos anécdotas de un pasado compartido. Un pasado no pasado de moda. De tanto en tanto, ella se aislaba brevemente de la conversación, para grabar en su mente aquellos recuerdos.
Escuchó la primera nota de aquella canción y la reconoció al instante. No había vuelto a escucharla desde aquella noche, años atrás, en un concierto en el que él la cantó. Recordaba aquella noche con memoria fotográfica. Se había sentido demasiado sola, aún rodeada de gente. La hicieron sentir así, aunque ella buscase una barata justificación para lo que nunca la tuvo.
Contrajo sus labios como reacción al recuerdo que le mordió el corazón causando una pequeña y sangrante herida. Hizo recuento y faltaba alguien a quien había considerado importante. Se desdibujó su sonrisa hasta conformar una mueca neutra y vacía de todo sentimiento. Una voz interior le recordó: "Si de verdad hubiese querido ser tu amigo, habría encontrado el modo. Deja de engañarte, no era para él lo suficientemente importante". Sus ojos se tornaron opacos y su gesto infranqueable. Había vuelto a construir aquel inaccesible muro que la protegía. Pero ellos se dieron cuenta, la conocían demasiado bien. Y preguntaron el motivo de aquel cambio, sacándola así de la carcel de su mente. "Nada. No es nada. Acabo de darme cuenta que, a veces, te acuerdas de quien no está y la nostalgia te anuda los ojos. Sin ebargo, estáis los que habéis estado siempre. Ni más ni menos. Así que gracias por permanecer, a pesar de todo".
No le dio más vueltas. El no iba a arrepentirse. Ya había elegido, sacrificando lo único real que ella creyó tener: su amistad. No había que darle más vueltas. Al fin y al cabo, mejor haberse dado cuenta a tiempo.
martes, 10 de marzo de 2015
La Danza Prohibida
Dos a dos. Piel contra piel. Labio con labio. Jugando a dos locos a los que no les queda un mañana.
Entonces... Un rayo de sol aguijoneó sus párpados. Miró la mesa. Tal y como había pedido en recepción la noche anterior, su desayuno estaba a la hora prevista. Miró el reloj. Mojó sus ganas en el café y se comió lentamente una magdalena. Desnuda, pero sola.
lunes, 9 de marzo de 2015
El espejo roto del baño
domingo, 8 de marzo de 2015
El eslabón más débil
El agua mojaba sus pies desnudos. Lamiendo las invisibles heridas que, el camino, había causado.
Su rostro pétreo, no mostraba expresión alguna. Sostenía una rama en su mano. Dibujaba palabras inconexas en la arena, que luego borraba el agua. "Amistad", "Lealtad", "Justicia", "Amor", "Batalla", "Honor", "Honestidad"... Utopías y no realidades. Conceptos que ya poco importaban en una realidad que no eligió.
El cielo, cada vez más endrino, amenazaba furiosa tormenta. Ni el inminente peligro, consiguió que se moviese de allí.
No sentía nada. Le habían arrancado lo que llegó a ser un día. No culpaba a nadie. No los había. La única culpa era la suya. Si las historias acaban del mismo modo y las batallas las pierdes por el mismo flanco, es que la cadena se rompe siempre por el eslabón más débil.
Ella sabía cual era. Se arrancó el corazón como el que desgaja un trozo de naranja. Metió las ruinosas cenizas que aún quedaban en aquella botella de cristal. E hizo lo único que podía hacer. Lanzarlo con fuerza contra las olas.
sábado, 7 de marzo de 2015
La historia repetida de los gatos bajo la luna
Corrían por los tejados, susurraban en su lenguaje de dos, que nunca fue uno. Aullaban en silencio. Ronroneaban en suspiros.
Siempre bajo la luna. Siempre amparados en la noche quién, cómplice, ocultaba sus pecados.
Ella, gata parda. Solitaria. Juguetona ante la apetencia. Con férreos principios de gata.
El, gato con collar. Vivía en aquel hogar al calor de la lumbre. Viendo la luna a través de los cristales empañados, desde la seguridad de aquel sofá al que ya se había acostumbrado. La veía allí, siempre que salía la luna, encima del tejado de enfrente. Su silueta de sombras era inconfundible.
Un día decidió salir a buscarla. Quería saber más de ella y la gata se prendó de aquel intruso en su vida. Primero rehuyó el contacto, como hacía siempre que algo era capaz de tambalear su nocturna realidad. Estuvieron juntos un tiempo. Ella le descubrió lugares nuevos en una ciudad perdida. El rió bajo su abrazo, piel contra piel.
Una noche, la gata lo esperaba. El no volvió a aparecer.
Le esperó una noche y otra y otra... Pero nadie volvió a subir a aquel tejado que habían hecho suyo. "Otra vez, la luna y yo", pensó la gata desde el centro del dolor de un corazón roto.
La gata parda continuó su vida. La herida fue cerrando lentamente. A veces, aún sin querer, se acordaba del sonido del cascabel de aquel gato de hogar. Sacudía con fuerza la cabeza para desechar los recuerdos y, con ellos, el dolor aún latente. Ella era una gata parda. Parda y nocturna. Una gata de luna.
Pasaron años. La vida, la suerte o simplemente la causalidad, les volvió a cruzar en un tejado diferente. La gata parda lo miró altiva. Había sido traicionada una vez, sin explicación que valiese la pena. No habría una segunda oportunidad. El gato de hogar se acercó a ella. La gata bufó. Y así pasaron el tiempo, como dos gatos que se rehuyen hasta que lo inevitable ocurre.
Fue una noche, piel contra piel, bajo la caja de secretos de la luna. Ella se rindió. Poco después, olvidó el dolor pasado. Volvió a confiar. Le contó travesuras, preocupaciones, tesones, sinrazones... Hicieron planes, fantasearon con siguientes lunas y los días fueron pasando, entre risas y deseo.
Cuando la gata comenzó a escuchar aquella frase "La caja de los secretos de la luna se ha roto...", sabía como acabaría aquella historia. Esta vez, ni siquiera pensó que sería diferente. El le daría una explicación, que en nada cambiaría el final de la historia de los gatos bajo la luna, después, se iría al calor de la lumbre. No todos los gatos están preparados para vivir en las sombras, aunque sea injusto probar sin advertirlo. Ella no diría nada. Sabía, por repetidas experiencias, que nada valdría la pena decir. El gato se iria y no volvería más. Si acaso, alguna vez, la miraría de soslayo a través del cristal empañado, fingiendo que nunca le importó aquella gata parda, aunque con algún que otro recuerdo anudado en la garganta.
La gata, de nuevo, solitaria e hija de la luna, sin más corazón para romper, volvería a frecuentar sus tejados, su noche, su oscura realidad. Pero sin él. Sabía que el gato nunca la habría elegido. La amistad no suele ganar el juego del fuego de la chimenea. Así que, realmente, nunca fue su amigo.
Y así fue, tal cual imaginó. Lo supo porque, la historia repetida de los gatos bajo la luna, siempre acaba del mismo modo y sin perdices. No hay finales felices para los gatos pardos. No hay cenizas que quemar en los corazones en ruinas.