Mostrando entradas con la etiqueta Retablos Cortos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Retablos Cortos. Mostrar todas las entradas

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Adictos al silencio

Esta es la historia de dos personas poco comunes, que se cruzaron en la línea que va de lo cotidiano a lo extraordinario, y cuenta la leyenda que, al final de los finales, ni las estrellas de mar pudieron contener su llanto.

Es una de esas historias en que los nombres son solo palabras que no definen, ni existe diccionario que contenga ni un solo término con el significado perfecto. Así que pongamos que él se llamaba Alfonso y era un marinero en tierra firme. Ella bien podía llamarse Luna, una sirena que prendía en llama todos los faros.

Alfonso la observaba antes de que Luna lo supiera. Admiraba su libertad, dibujando piruetas vestidas de saltos que querían volar. Sabía donde encontrarla y la buscaba. Más nunca decía nada, pues una cruz invisible sellaba sus labios.

Pero un día, Luna se cayó en el oceano de sus ojos y él vió las hogueras en los iris negros de la sirena. Las chispas que electrizaban el aire, creaban castillos artificiales, a medida, en un mundo de dos. La sirena llenó su vida de olas que le impulsaban, irremediablemente, a navegar las aguas que ansiaba pero a las que también temía. Le cogía fuertemente su mano y se zamullían juntos en donde las palabras no eran más que un aderezo de la felicidad que brotaba en cada poro, erizando la piel del alma de los dos.

Pero el mundo no es perfecto, la realidad es traicionera, querer no siempre es suficiente, los sentimientos desbocados acuchillan corazones y las peores tormentas no son siempre las que vienen de los cielos. La negrura todo se lo tragó.

Luna ya no hacía piruetas en el aire, sino que trataba de aferrarse a cualquier tronco que no la succionase a las profundidades del abismo. Alfonso ya no reinaba mundos perdidos, ni buscaba alas para volar junto a la sirena, solo trataba de resistir el huracán que todo lo devastaba.

Se separon tantas veces... Siempre el mismo vacío cargado de nostalgia. La sirena soñando con los oceanos de sus ojos, Alfonso deseando ver las estrellas dentro de su abrazo... Por eso, siempre volvían. Cada vez más rotos. Cada vez, más hechos jirones. Cada vez más cenizas. Pero siempre volvían. El siempre con miedo a decir de más y ella aterrada a soñar de menos.

Luego todo pasó. El tiempo también. Luna volvió a hacer piruetas en el aire queriendo volar, aunque con cuidado de no acercarse a aquellas rocas, no por falta de valor, sino por exceso de respeto. Alfonso no volvió a construir naves y se levantaba malhumorado si Luna aparecía, a traición, de la mano de Morpheo.

Y así es como se hicieron adictos a un silencio que jamás les había pertenecido. Ni este es final digno para una historia de sineras y marineros. Pero fue real.

viernes, 21 de abril de 2017

Entre promesas y ojalás


Ahora que estamos, tú y yo, a solas. Cada uno con su soledad. Cada uno sin estar. Como dos que se desconocen hasta no llegar ni a desconocidos.

Yo, con un recuerdo herido de muerte por el disparo, a boca jarro, de una realidad tirana que le acarició la sien. Tú, porque no se puede envidar al destino yendo de farol, sin más mano que una repleta de promesas vacías, sin comodines que jugar.

Yo, con un ojalá muerto de inspiración, estrangulado por el interrogante asesino del invierno de tus ojos. Sin reglas en las que atrincherarse. Sin bandera blanca o tregua.

Que no permitan los cielos que halles nunca ese macabro laberinto del que escapé, a tientas, a la luz de los fuegos fatuos, que anunciaban el carnaval de nuestros difuntos. Que no permitan los cielos que tu mundo se cubra de espejismos, ni del silencio que emana de los muertos, solo roto por la campana que nunca tocó a Réquiem.

Entre promesas y ojalás, traté de dilatar un tiempo que no me pertenecía, esperando en el anden de las dudas, por dónde no pasan ya los trenes, pero sin querer perder la espernza, mientras me dedicaba a mendigar un mendrugo de palabras.

Apreté el frasco que contenía el veneno disfrazado de cariño. Las esquirlas laceraron mis manos hasta pintar con sangre, en la ventana, un S.O.S. Un "te necesito más que nunca", porque nunca te necesité realmente, mientras dejaba que el espíritu del pasado abofetease mi mejilla al tiempo que, el del presente, me hincaba la Espada de Damocles en medio del corazón. Los afilados dientes de las comparaciones invitables me arrancaron la venda del alma impíamente y, por un instante, me volví estatua de sal.

La vela polar no marcaba el sur y yo no hallaba mi norte. No quería quedarme en aquel horrendo y dantesco lugar, pero tampoco me quise ir.

Lunas después, una mano apareció en la negrura, asiendo con fuerza la mía. "No estarás sola", susurró una conocida voz que no supe identificar. Cargó conmigo, más yo no era capaz de recorrer el camino que nos separaba. Paso a paso, por una senda que no había visto, bajo el manto de una luna que comenzaba a parecer hermosa desde allí. Sin prisa, pero sin pausa, siguió caminando. Paso a paso. A veces, gemía contrariada, muerta de nostalgia, pérdida y vacío. Otras, me quejaba en vano.

"No estarás sola...", volvió a decir, "se unirán a ti aquellos a los que preguntaste por sus sueños, te seguirán a los que regalaste la esperanza, te recorarán todos aquellos a los que les regalaste alas, tiempo, detalles de valor incalculable, a los que devolviste la risa, a los que enseñaste a reir... Se unirán a tu cruzada aquellos a los que tocaste el corazón bajo la piel de piedra, a los que les regalaste tu aliento y abrazo, los que protegiste hasta de sí mismos". Y siguió andando, paso a paso, cargando con mi cuerpo.

Poco después, recordé como se reía a carcajadas. Seguí caminando, ya por mi propio pie, paso a paso. "¿Quién eres?", me atreví a preguntar al fin. La voz respondió: "Tu instinto". Y se produjo un silencio, por fin, desbordante de contenido.

Así fue como no volví a pensar nunca más en nuestras ciudad de ruinas.

Así fue como juré no volver a recordar el dantesco laberinto que se encuentra ente las promesas y los ojalás.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Aquellos días

Lejos quedan aquellos días...

Lejos quedan aquellos días en los que sacrificabas tus prioridades ante el altar de las ganas.

Lejanas quedan aquellas risas, aquellas cervezas de rincón con sabor a partida de billar mal jugada, aquella sinrazón exhalada en el vaho que empañaba los cristales de un coche.

Lejos quedan aquellos días en los que, un leve roce de tu dedo, erizaba toda la piel de mi espalda.

Lejos quedan aquellos días en los que mi curiosidad jugaba una partida de ajedrez con mi razón y, a la voz de "jaque mate", claudicaron todos los consejos sensatos.

Lejos quedan aquellos días en los que hacíamos malabarismos con la prisa.

Lejos quedan aquellos días... Aunque fuera ayer.

sábado, 4 de abril de 2015

De tanto en tanto

La cercanía fue corta y efímera pero, tan intensa, que volvió del revés la vida de los dos. Su recuerdo, sin embargo, consiguió el galardón de la inmortalidad por negarse a morir cuando el olvido vino a visitarlo; demasiada pasión contenida en ese pasado que nunca acabó del todo, dejándose ver de tanto en tanto...

Comenzó como comienzan las historias más hermosas, ésas que se hacen eternas... Se conocieron por una extraña casualidad. Ella, al mirarse en ellos, se cayó dentro de sus ojos. El se encaramó de aquel abrazo tan oportuno, espontáneo a la par que añorado. La impredecible energía de ella, le conquistó al primer vistazo y aquella risa fue su himno, durante un rato. Su inquietante misterio la atrajo hasta que no quedó aire entre sus cuerpos. Diez minutos después, se besaban bajo la lluvia, depojándose del traje de sus propios nombres. Después, unieron sus manos, entralazando fuertemente sus dedos, con el mundo bajo sus pies y la vida reverenciando aquella llama que todo incendiaba sin chamuscarlo... Se cogieron de la mano para no separarse jamás... Hasta cinco días después.

Cinco días memorables, grabados a hierro encendido en su memoria. Recordaba cada instante como si hubiese sido ayer. Indeleble al tiempo. Resistente al espacio. Indisoluble en la mente. Indispensable en el corazón.... La sensación de conocerse desde siempre. Disfrutar de los silencios que jamás les parecieron incómodos. Quedarse mirando fija y mutuamente, a los ojos, hasta acariciarse el alma. Aquel corazón dibujado, a mano alzada por su dedo, en la espalda de ella. Dos exploradores en busca de tesoros escondidos debajo de las sábanas. Un café a media tarde. Más lluvia. Canciones. Un paseo por la playa, siempre cogidos de la mano. La sutil ironía de ella. La pronfunda e inquietante mirada de él. Una admiración mutua.... Pero también, una despedida cercana que habían conseguido olvidar.

No hay amor implacable que no duela hasta el tuétano de los huesos. Y ese día llegó. El principio del final. Un inoportuno reloj de arena que volaba fugaz descontando minutos. Unos ojos, apunto del llanto, atrincherados detrás de una fingida sonrisa. Un corazón, que nunca supo perder, aterido de miedo. Un silencio hecho añicos por un "No te vayas, quédate a mi lado". Una garganta que se anuda. Unos ojos expectantes. Un alma en pena sin gloria. Un deseo vibrando en el centro de lo imposible. Un conocido pánico que muerde con saña en "lo que ella quería". Un suspense que ametrallaba "lo que quería él". Mismo deseo irracional. Mismo "quiero", diferentes "puedo". La bolsa de la excusas que se vacía. El mismo ruego, rozando ya la desesperación. La misma negativa colmada de inseguridad. Él insiste. Ella se niega y no sabe por qué. Él ya no vuelve a pedírselo. Ella no siente alivio. Un "hasta ahora, nos vemos en tres horas". Un beso con sabor a estación. Una cara tras el cristal del tren que se aleja. Unos ojos clavados en ella hasta que se pierden en la distancia. La espera más larga de todos los tiempos. Los segundos se detienen a saludar a cada perro. Tres horas. Cinco horas. No llega. Ella llora. Seis horas. Ella espera. Siete horas. El llanto enloquece. Ocho horas. No quiere perder la esperanza ya perdida. El dolor que le provoca el eco de una pregunta es insoportable: ¿Esa ha sido la última vez que lo volveré a ver?. Un teléfono apagado. Treinta y seis llamadas perdidas. Amanace. Sin él.

Primer día sin su mano: un corazón desgajado. Un taxi que se aleja, camino del aeropuerto. Campiñas verdes que pasan rápidas. Nostalgia. Llueve. El sabor a sus besos corriendo por sus venas. Síndrome de abstinencia. Aquellos malditos ojos grises por todas partes. Las nubes no ayudan a olvidar. Una lágrima impía se decuelga sin consentimiento. Una llamada. Una duda. Dos disculpas. Una promesa de volver.

Los días pasan, mientras la esperanza de encontrarlo, esperándola en su puerta, se mantiene aún sabiéndola imposible. Su rostro en todos los cristales. El color de sus ojos refulgiendo en el asfalto. Recuerdos que la estremecen. Una distancia que no perdona. El tiempo que corre. El se rinde, sin poder decir adiós, pero incapaz de luchar por lo que sabe que es imposible, no la verá más y ese pensamiento le gana la encarnizada batalla a un corazón que desea lo único inaccesible. Ella persiste. Volverá. Le dio su palabra y volverá. El no la puede creer. El silencio insondable se levanta, como poderoso muro, entre ambos. Un "No te puedo encontrar". Un "No quiero que me encuentres".

Meses. Y el recuerdo no termina de morir.

Un reencuentro a distancia.Una habitación que se ilumina con la sonrisa de ella, mientras fuera, la lluvia y todos los recuerdos que ésta contiene, martillea los cristales. Un corazón que no es capaz de olvidar. Un traidor "Te echo de menos" que él no fue capaz de contener. Una promesa pendiente de cumplir. El no quiere creerla. Ella está covencida de que, mas vale tarde... Un "hasta pronto".

Y, de nuevo, algo parecido al olvido que no termina de llegar.

Aprender a vivir sin mirar a su recuerdo tatuado. Aprender a olvidar aquel corazón dibujado, que aún siente en la espalda. Aprender a no sucumbir ante el conjuro de sus ojos grises. Silencio sordo y ciego. De tanto en tanto, maldecir su suerte. Volver a reir con los amigos. Reaprender a romper la rutina. Fotos viejas que, a veces, no puede evitar mirar.

Meses.

De tanto en tanto, él volvía. De tanto en tanto, ella regresaba. Sin despedidas posteriores. Sin adioses cura-heridas. Sin cerrar este círculo vicioso de encuentros desencontrados.

Una promesa cumplida: El reencuentro. Más intenso, más corto. El no la esperaba, ni podía creérselo. ¿Quién era aquella mujer que volvía su mundo del revés? ¿Qué hacía de nuevo allí ahora que había conseguido sacarla, a empujones contra él, fuera de su vida? Era imposible que él mereciese ese honor. Una noche mágica en que volvieron a tener el mundo bajo sus pies. Una frase, hecha susurró, que ella no entendió. Un "mañana te lo vuelvo a repetir". Una inseguridad que mata aquellas palabras. Un "jamás lo sabré". Ella pudo imaginar el contenido y hubiera dado todo su universo porque él lo hubiese vuelto a repetir. Pero las historias más hermosas, no tienen giros obvios. Ella se siente la mujer más especial sobre la faz de la tierra. El no sabe que ha hecho para merecer aquella felicidad. Un "ojalá y nos hubiéramos conocido antes". Besos con sabor a lluvia. Labio contra labio empapado. Palabras que desatan mariposas. Arrullos que erizan la piel. Miradas colmadas de contenido. Cogidos de la mano. Mirándose a los ojos.... Como si hubiese sido ayer. El se tiene que marchar. Ella siente una espada al rojo que le parte en dos un corazón demasiado gastado por el uso. Una lágrima escondida. Un viaje de vuelta. El primer silencio incómodo. El no lo aguanta y pregunta. Ella le responde un monosílabo. Dolor. Dolor compartido. El le dice "a lo mejor mañana puedo venir....". "Hazlo", asevera ella, "Pero no me lo digas". Una despedida sin despedida. Ella lo ve salir de la habitación con el alma muerta de frío. El se gira un instante. La mira. Abre ligeramente los labios. Hace la intención... Se traga la frase a duras penas. "Es imposible ¿Recuerdas?", se repite él para sus adetros. La razón gana la segunda batalla. Los corazones malheridos se recosen los jirones.

Silencio. Días. Bolas de nieve en el Sol. Miradas cómplices entre la gente. Más intensidad, menos tiempo. Dos manos que se agarran. Dos cuerpos que se funden en un abrazo. La magia revive hasta la mañana siguiente. Una despedida sin adiós. Un círculo vicioso que no acaba.

Silencio. Meses. Años.

De tanto en tanto, fugaz y furtivamente, tratando siquiera de no ser visto, urgaba en la vida de ella. A veces, le bastaba con leer una de sus frases. Otras con atisbar una foto durante segundos. A veces,  también quería y deseaba más, pero no podía permitírselo.

De tanto en tanto, su recuerdo caía con la lluvia aplastándole el corazón. Luchaba contra su deseo en guerra perdida antes de la primera escaramuza. Se maldecía. Trataba de evitarlo. Respetaba su espacio y su silencio. Hasta que ya no podía más y "lo que quería" se convertía en necesidad imperiosa. Entonces entraba como una ladrona agazapada en las sombras. Lo buscaba sin que lo supiera. Comprobaba que todo le iba bien. Conocía retazos de su vida. Era feliz y ella se alegraba... Y se alegraría más sino fuera por ese maldito "¿Y si...?", que siempre venía a recordarle que, por lo menos una vez en su vida, fue una cobarde que no arriesgó.

Silencio. Caminos separados definitivamente en todas las distancias. Labios que no se besan. Cuerpos que no se tocan. Un recuerdo que se niega a morir.

A veces él, a veces ella. A lo largo de los años. Sin verse, sin tocarse, sin hablarse, sin besarse... Pero con una historia eterna, con unas cuantas preguntas sin responder y con los bolsillos llenos de recuerdos que acaban por convertirse en inmortales.

Hoy. Silencio. A veces él, a veces, ella. Un instante fugaz. Un mensaje no verbal y ambiguo que siempre es respondido de alguna manera. Un hacerse notar, pero no lo suficiente. Ya no duele, pero pica cada vez que el cielo amenaza lluvia, de tanto en tanto.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Ante el Mar



Dedicado a “mi verdadero Chacal”
"Ella, sentada sobre el frío banco de piedra, a su lado, trataba de no seguir escuchándole. Centrarse en el hipnótico ir y venir de las olas. Eran del color de sus ojos.
Él se despedía de ella, con un notable nudo en su garganta que estrangulaba las palabras en el instante de salir. Le ofrecía los motivos que ella jamás pidió. Las explicaciones y justificaciones que le habían llevado a aquella obligada decisión.
Ella recordaba los retazos de promesas incumplidas, las ensoñaciones quiméricas de lo que, algún día, harían juntos. Y sentía… Sentía más de la cuenta. Por eso, al oírle, la desesperación clavó una dentellada en su ventrículo derecho. Podía notar la sangrante herida. Aquel dolor lacerante y profundo de la derrota sin resistirse a la pérdida. No hablaba. Solo intentaba tragarse el cianuro de sus lágrimas.
Él la quería, a su modo, pero la quería. Ella lamentaba no saber a dónde les hubiera conducido aquel sentimiento mutuo, de haberlo dejado a su libre albedrío."
Extracto del Relato "Ante el Mar",
contenido en el Primer Libro "Retablos Cortos" 

domingo, 21 de diciembre de 2014

Quiero



"Quiero que me hagas reír a manos llenas...                             
Enterrar todas mis armas y dejar de luchar contra todo y contra todos. No quiero construir inciertos futuros de una vida, quiero vivir un segundo plenamente, sin el miedo inherente a perderlo todo al segundo siguiente. Te quiero aquí y ahora.
Quiero ver el mundo a través de tus ojos y maravillarme de su belleza.
Escucharte durante horas, embelesada, contando historias. Hablando de todo y nada. Perderme en tu voz y no buscar el camino de vuelta, por no querer regresar.
Quiero aferrarme a tu mano con titánica fuerza para que nada pueda romper ese lazo invisible que nos une. Brincar sobre los charcos sin la preocupación de mojarme. Pasear bajo la lluvia sin paraguas y en compañía. Recorrer los parques en otoño, perdiéndome en la alfombra de hojas ocres."

Extracto del relato "Quiero",
Contenido en el primer libro, "Amores bajo el manto de la Luna",
del libro "Retablos cortos".

Todos, menos uno.

- Extracto del relato "Todos, menos uno" contenido en la Colección de Libros "Retablos Cortos", concretamente en "Amores bajo el Manto de la luna"


"Seré un gato que no siente, ni padece... Con un corazón de piedra. Solitario y altanero, lleno de vida en cada poro, pero con un negro agujero vacío en esencia. Conociendo muy bien lo que me robaron y ocultando su falta a la vista de todos... Los sueños son eternos, pero también lo es el tiempo perdido. Y cada noche soñaré: "Todos, menos uno"."