Eloisa, sentada en una terraza de Lavapies, miraba a su alrededor distraída... Hasta que reconoció los graffitis de una puerta. Madrid estaba repleta de casualidades, pero aquella en concreto se repetía a menudo cuando visitaba aquella ciudad a la que siempre volvía.
No pudo evitar que su imaginación volase y tampoco la quiso detener. Le pareció distinguir su esbelta figura entre la gente, pero sólo era fingida ilusión de un deseo no satisfecho. Aquellos ojos grises, que llevaría siempre tatuados un rincón oculto de su corazón, cobraron vida en los adoquines. Aquella mirada profunda e inquietante, el mismo tiempo capaz de revelar una ternura sobrehumana.
Se trasladó a aquella noche, en aquel pub que visitaba por primera vez, dados en aquellos sillones, uno frente al otro, rodeados de sus amigos... Ellos hablaban y debatía acerca de no sé qué cosa. Eloísa y aquel hombre que miraban fijamente a los ojos. Hablaban sin palabras, se entendían sin argumentos. Los vocablos solamente hubieran enturbiado el lenguaje de dos corazones conectados inevitablemente.
Eloísa, a las puertas de aquel laberinto gris que Roberto tenían dentro de sus iris, se adentró en aquel complejo mundo que le llevaba al fondo de su alma.
Se besaban con los ojos, se tocaban con la sonrisa, se acariciaban en la distancia con la complicidad. Sin palabras se lo decían todo. Fuera nevaba y Madrid se cubría de blanco. Más tarde jugaron como niños a tirarse bolas de nieve.
Habían pasado años desde aquello, y Eloísa lo recordaba con la viveza del instante anterior. Sabía que él, estuviera donde estuviese, también la recordaría ella de vez en cuando. Una conexión como la suya no la podía destruir ni la distancia ni el tiempo. Y la mayor prueba es que, de tanto en tanto, el volví a aparecer en su vida aunque fuera a través del mensaje enterrado en una botella de cristal.
Siempre habían sido bucle infinito en una historia imposible. Siempre habían sido no solo corazón, dividido en dos cuerpos separados por las circunstancias.
Quizá en otro tiempo, en otra vida, en otro lugar... Hubiera sido posible.
Por muchas lluvias que tronasen, siempre había en Madrid, algo gris que le recordaba al inhóspito laberinto que se hallaba dentro de los ojos de Roberto.
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