sábado, 7 de marzo de 2015

La historia repetida de los gatos bajo la luna

La luna era testigo, cada noche, de todos sus juegos. Y todos sus juegos eran secretos al abrigo de la noche.
Corrían por los tejados, susurraban en su lenguaje de dos, que nunca fue uno. Aullaban en silencio. Ronroneaban en suspiros.
Siempre bajo la luna. Siempre amparados en la noche quién, cómplice, ocultaba sus pecados.
Ella, gata parda. Solitaria. Juguetona ante la apetencia. Con férreos principios de gata.
El, gato con collar. Vivía en aquel hogar al calor de la lumbre. Viendo la luna a través de los cristales empañados, desde la seguridad de aquel sofá al que ya se había acostumbrado. La veía allí, siempre que salía la luna, encima del tejado de enfrente. Su silueta de sombras era inconfundible.
Un día decidió salir a buscarla. Quería saber más de ella y la gata se prendó de aquel intruso en su vida. Primero rehuyó el contacto, como hacía siempre que algo era capaz de tambalear su nocturna realidad. Estuvieron juntos un tiempo. Ella le descubrió lugares nuevos en una ciudad perdida. El rió bajo su abrazo, piel contra piel.
Una noche, la gata lo esperaba. El no volvió a aparecer.
Le esperó una noche y otra y otra... Pero nadie volvió a subir a aquel tejado que habían hecho suyo. "Otra vez, la luna y yo", pensó la gata desde el centro del dolor de un corazón roto.
La gata parda continuó su vida. La herida fue cerrando lentamente. A veces, aún sin querer, se acordaba del sonido del cascabel de aquel gato de hogar. Sacudía con fuerza la cabeza para desechar los recuerdos y, con ellos, el dolor aún latente. Ella era una gata parda. Parda y nocturna. Una gata de luna.
Pasaron años. La vida, la suerte o simplemente la causalidad, les volvió a cruzar en un tejado diferente. La gata parda lo miró altiva. Había sido traicionada una vez, sin explicación que valiese la pena. No habría una segunda oportunidad. El gato de hogar se acercó a ella. La gata bufó. Y así pasaron el tiempo, como dos gatos que se rehuyen hasta que lo inevitable ocurre.
Fue una noche, piel contra piel, bajo la caja de secretos de la luna. Ella se rindió. Poco después, olvidó el dolor pasado. Volvió a confiar. Le contó travesuras, preocupaciones, tesones, sinrazones... Hicieron planes, fantasearon con siguientes lunas y los días fueron pasando, entre risas y deseo.
Cuando la gata comenzó a escuchar aquella frase "La caja de los secretos de la luna se ha roto...", sabía como acabaría aquella historia. Esta vez, ni siquiera pensó que sería diferente. El le daría una explicación, que en nada cambiaría el final de la historia de los gatos bajo la luna, después, se iría al calor de la lumbre. No todos los gatos están preparados para vivir en las sombras, aunque sea injusto probar sin advertirlo. Ella no diría nada. Sabía, por repetidas experiencias, que nada valdría la pena decir. El gato se iria y no volvería más. Si acaso, alguna vez, la miraría de soslayo a través del cristal empañado, fingiendo que nunca le importó aquella gata parda, aunque con algún que otro recuerdo anudado en la garganta.
La gata, de nuevo, solitaria e hija de la luna, sin más corazón para romper, volvería a frecuentar sus tejados, su noche, su oscura realidad. Pero sin él. Sabía que el gato nunca la habría elegido. La amistad no suele ganar el juego del fuego de la chimenea. Así que, realmente, nunca fue su amigo.
Y así fue, tal cual imaginó. Lo supo porque, la historia repetida de los gatos bajo la luna, siempre acaba del mismo modo y sin perdices. No hay finales felices para los gatos pardos. No hay cenizas que quemar en los corazones en ruinas.

1 comentario:

  1. WoW! Hermosa historia sobre 2 mininos bajo la luna! En verdad me encantó tu historia sigue así :3

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