La cercanía fue corta y efímera pero, tan intensa, que volvió del revés la vida de los dos. Su recuerdo, sin embargo, consiguió el galardón de la inmortalidad por negarse a morir cuando el olvido vino a visitarlo; demasiada pasión contenida en ese pasado que nunca acabó del todo, dejándose ver de tanto en tanto...
Comenzó como comienzan las historias más hermosas, ésas que se hacen eternas... Se conocieron por una extraña casualidad. Ella, al mirarse en ellos, se cayó dentro de sus ojos. El se encaramó de aquel abrazo tan oportuno, espontáneo a la par que añorado. La impredecible energía de ella, le conquistó al primer vistazo y aquella risa fue su himno, durante un rato. Su inquietante misterio la atrajo hasta que no quedó aire entre sus cuerpos. Diez minutos después, se besaban bajo la lluvia, depojándose del traje de sus propios nombres. Después, unieron sus manos, entralazando fuertemente sus dedos, con el mundo bajo sus pies y la vida reverenciando aquella llama que todo incendiaba sin chamuscarlo... Se cogieron de la mano para no separarse jamás... Hasta cinco días después.
Cinco días memorables, grabados a hierro encendido en su memoria. Recordaba cada instante como si hubiese sido ayer. Indeleble al tiempo. Resistente al espacio. Indisoluble en la mente. Indispensable en el corazón.... La sensación de conocerse desde siempre. Disfrutar de los silencios que jamás les parecieron incómodos. Quedarse mirando fija y mutuamente, a los ojos, hasta acariciarse el alma. Aquel corazón dibujado, a mano alzada por su dedo, en la espalda de ella. Dos exploradores en busca de tesoros escondidos debajo de las sábanas. Un café a media tarde. Más lluvia. Canciones. Un paseo por la playa, siempre cogidos de la mano. La sutil ironía de ella. La pronfunda e inquietante mirada de él. Una admiración mutua.... Pero también, una despedida cercana que habían conseguido olvidar.
No hay amor implacable que no duela hasta el tuétano de los huesos. Y ese día llegó. El principio del final. Un inoportuno reloj de arena que volaba fugaz descontando minutos. Unos ojos, apunto del llanto, atrincherados detrás de una fingida sonrisa. Un corazón, que nunca supo perder, aterido de miedo. Un silencio hecho añicos por un "No te vayas, quédate a mi lado". Una garganta que se anuda. Unos ojos expectantes. Un alma en pena sin gloria. Un deseo vibrando en el centro de lo imposible. Un conocido pánico que muerde con saña en "lo que ella quería". Un suspense que ametrallaba "lo que quería él". Mismo deseo irracional. Mismo "quiero", diferentes "puedo". La bolsa de la excusas que se vacía. El mismo ruego, rozando ya la desesperación. La misma negativa colmada de inseguridad. Él insiste. Ella se niega y no sabe por qué. Él ya no vuelve a pedírselo. Ella no siente alivio. Un "hasta ahora, nos vemos en tres horas". Un beso con sabor a estación. Una cara tras el cristal del tren que se aleja. Unos ojos clavados en ella hasta que se pierden en la distancia. La espera más larga de todos los tiempos. Los segundos se detienen a saludar a cada perro. Tres horas. Cinco horas. No llega. Ella llora. Seis horas. Ella espera. Siete horas. El llanto enloquece. Ocho horas. No quiere perder la esperanza ya perdida. El dolor que le provoca el eco de una pregunta es insoportable: ¿Esa ha sido la última vez que lo volveré a ver?. Un teléfono apagado. Treinta y seis llamadas perdidas. Amanace. Sin él.
Primer día sin su mano: un corazón desgajado. Un taxi que se aleja, camino del aeropuerto. Campiñas verdes que pasan rápidas. Nostalgia. Llueve. El sabor a sus besos corriendo por sus venas. Síndrome de abstinencia. Aquellos malditos ojos grises por todas partes. Las nubes no ayudan a olvidar. Una lágrima impía se decuelga sin consentimiento. Una llamada. Una duda. Dos disculpas. Una promesa de volver.
Los días pasan, mientras la esperanza de encontrarlo, esperándola en su puerta, se mantiene aún sabiéndola imposible. Su rostro en todos los cristales. El color de sus ojos refulgiendo en el asfalto. Recuerdos que la estremecen. Una distancia que no perdona. El tiempo que corre. El se rinde, sin poder decir adiós, pero incapaz de luchar por lo que sabe que es imposible, no la verá más y ese pensamiento le gana la encarnizada batalla a un corazón que desea lo único inaccesible. Ella persiste. Volverá. Le dio su palabra y volverá. El no la puede creer. El silencio insondable se levanta, como poderoso muro, entre ambos. Un "No te puedo encontrar". Un "No quiero que me encuentres".
Meses. Y el recuerdo no termina de morir.
Un reencuentro a distancia.Una habitación que se ilumina con la sonrisa de ella, mientras fuera, la lluvia y todos los recuerdos que ésta contiene, martillea los cristales. Un corazón que no es capaz de olvidar. Un traidor "Te echo de menos" que él no fue capaz de contener. Una promesa pendiente de cumplir. El no quiere creerla. Ella está covencida de que, mas vale tarde... Un "hasta pronto".
Y, de nuevo, algo parecido al olvido que no termina de llegar.
Aprender a vivir sin mirar a su recuerdo tatuado. Aprender a olvidar aquel corazón dibujado, que aún siente en la espalda. Aprender a no sucumbir ante el conjuro de sus ojos grises. Silencio sordo y ciego. De tanto en tanto, maldecir su suerte. Volver a reir con los amigos. Reaprender a romper la rutina. Fotos viejas que, a veces, no puede evitar mirar.
Meses.
De tanto en tanto, él volvía. De tanto en tanto, ella regresaba. Sin despedidas posteriores. Sin adioses cura-heridas. Sin cerrar este círculo vicioso de encuentros desencontrados.
Una promesa cumplida: El reencuentro. Más intenso, más corto. El no la esperaba, ni podía creérselo. ¿Quién era aquella mujer que volvía su mundo del revés? ¿Qué hacía de nuevo allí ahora que había conseguido sacarla, a empujones contra él, fuera de su vida? Era imposible que él mereciese ese honor. Una noche mágica en que volvieron a tener el mundo bajo sus pies. Una frase, hecha susurró, que ella no entendió. Un "mañana te lo vuelvo a repetir". Una inseguridad que mata aquellas palabras. Un "jamás lo sabré". Ella pudo imaginar el contenido y hubiera dado todo su universo porque él lo hubiese vuelto a repetir. Pero las historias más hermosas, no tienen giros obvios. Ella se siente la mujer más especial sobre la faz de la tierra. El no sabe que ha hecho para merecer aquella felicidad. Un "ojalá y nos hubiéramos conocido antes". Besos con sabor a lluvia. Labio contra labio empapado. Palabras que desatan mariposas. Arrullos que erizan la piel. Miradas colmadas de contenido. Cogidos de la mano. Mirándose a los ojos.... Como si hubiese sido ayer. El se tiene que marchar. Ella siente una espada al rojo que le parte en dos un corazón demasiado gastado por el uso. Una lágrima escondida. Un viaje de vuelta. El primer silencio incómodo. El no lo aguanta y pregunta. Ella le responde un monosílabo. Dolor. Dolor compartido. El le dice "a lo mejor mañana puedo venir....". "Hazlo", asevera ella, "Pero no me lo digas". Una despedida sin despedida. Ella lo ve salir de la habitación con el alma muerta de frío. El se gira un instante. La mira. Abre ligeramente los labios. Hace la intención... Se traga la frase a duras penas. "Es imposible ¿Recuerdas?", se repite él para sus adetros. La razón gana la segunda batalla. Los corazones malheridos se recosen los jirones.
Silencio. Días. Bolas de nieve en el Sol. Miradas cómplices entre la gente. Más intensidad, menos tiempo. Dos manos que se agarran. Dos cuerpos que se funden en un abrazo. La magia revive hasta la mañana siguiente. Una despedida sin adiós. Un círculo vicioso que no acaba.
Silencio. Meses. Años.
De tanto en tanto, fugaz y furtivamente, tratando siquiera de no ser visto, urgaba en la vida de ella. A veces, le bastaba con leer una de sus frases. Otras con atisbar una foto durante segundos. A veces, también quería y deseaba más, pero no podía permitírselo.
De tanto en tanto, su recuerdo caía con la lluvia aplastándole el corazón. Luchaba contra su deseo en guerra perdida antes de la primera escaramuza. Se maldecía. Trataba de evitarlo. Respetaba su espacio y su silencio. Hasta que ya no podía más y "lo que quería" se convertía en necesidad imperiosa. Entonces entraba como una ladrona agazapada en las sombras. Lo buscaba sin que lo supiera. Comprobaba que todo le iba bien. Conocía retazos de su vida. Era feliz y ella se alegraba... Y se alegraría más sino fuera por ese maldito "¿Y si...?", que siempre venía a recordarle que, por lo menos una vez en su vida, fue una cobarde que no arriesgó.
Silencio. Caminos separados definitivamente en todas las distancias. Labios que no se besan. Cuerpos que no se tocan. Un recuerdo que se niega a morir.
A veces él, a veces ella. A lo largo de los años. Sin verse, sin tocarse, sin hablarse, sin besarse... Pero con una historia eterna, con unas cuantas preguntas sin responder y con los bolsillos llenos de recuerdos que acaban por convertirse en inmortales.
Hoy. Silencio. A veces él, a veces, ella. Un instante fugaz. Un mensaje no verbal y ambiguo que siempre es respondido de alguna manera. Un hacerse notar, pero no lo suficiente. Ya no duele, pero pica cada vez que el cielo amenaza lluvia, de tanto en tanto.
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