Sentados en un banco, compartían anécdotas, risas, nostalgias, tristezas, incertudumbres... De tanto en tanto, fumaban a medias un cigarrillo... A veces, uno de los dos, como cariñosa afrenta, decía alguna frase con picardía o picante, que siempre resultaba respondida en el mismo tono.
Ángela era, para Alfonso, una persona importante. Su caja de secretos oscuros. Su luz en días grises. Una botella de lealtad sin fondo. Sentía profunda admiración por aquella muchacha que escondía más de lo que mostraba. Y se sentía el hombre más dichoso del mundo por conocer aquella parte de ella, que sólo unos pocos llegaban a ver trás aquella dura mirada de felino hambriento.
Alfonso era para Ángela el ejemplo perfecto de que su concepto de hombre y de amigo no era irreal. Tenía principios, trataba de comprenderla y lo conseguía. Era una de las pocas personas con quien sentía que podía ser ella misma, sin disfraces ni máscaras que distorsionaran, por pura ncesidad, lo que en verdad era.
En resumen, eran dos viejos y buenos amigos.
Pero aquel día, en aquel banco, él la sorprendió con una frase:
Alfonso: ¿Sabes? Algún día, tú y yo, buscaremos tesoros ocultos bajo sábanas de blanco satén... Como dice esa canción.
Le sorprendió precisamente porque el tono de su voz no era el de la típica broma de siempre y encerraba un aplastante deseo de una realidad no alcanzada:
Ángela: Lo dudo...- Respondió con cuidado al saberse pisando arenas movedizas.
Alfonso: ¿De verdad nunca lo has pensado o deseado?.- Volvió a preguntar Alfonso, sorprendido de aquella escueta respuesta carente del ácido humor que la caracterizaba.
Ángela: Sí, lo he hecho. Pero va a ser imposible.
Alfonso: Tú siempre dices que no hay cosas imposibles... A lo sumo, poco probables.
Ángela: Sí, lo digo. Esto es una excepción. Es imposible. No hay más.
Alfonso: ¿Ya no lo deseas?
Ángela: No tiene nada que ver con mis deseos. Si no con la realidad del después...
Alfonso: Angi, ¿Qué ocurre?... Da igual. Dejaló. No debí insinuar nada parecido. Lo siento.
Ángela: No sientas jamás algo que ha dicho o hecho tu crazón. No es eso. No es por tí, es por mí.
Alfonso: ¿Tú? ¿Usando un tópico? Esto sí es algo nuevo...
Ángela: No es un tópico. Esta vez es la pura verdad.
Alfonso: ¿Es porque tengo pareja?
Ángela: No. Tu sabrás a quien traicionas, yo no tengo cuentas que rendir a nadie. Y yo juzgo a las personas por su comportamiento conmigo, así que, definitivamente no es por eso... Aunque tiene relación. Es "por el después".
Alfonso: ¿El después?... Después seguiría todo igual, somos amigos, eso no va a cambiar...
Ángela: ¿Estás seguro?... Sí que cambiará. Te voy a poner una situación y te haré una pregunta, contéstame la verdad... Después de esa noche de "sábanas de blanco satén", ella se entera. El cómo da igual, porque los modos son casi infinitos, pero se entera. Estalla la tormenta. Me convierto en el blanco de sus insultos y en el centro de tus excusas. Al final, si conseguís arreglarlo y, ojo, esto nunca se arregla del tod,o pues saldrá a colación en la primera discusión que tengáis, me convertiré en un arma arrojadiza con la que herirte... Pero, en un primer momento, siempre parece que va a solucionarse, cuando ella, te pone una condición: "Elige, ella o yo. Y si soy yo, has de cortar todo tipo de contacto o relación con ella". ¿Que harías tú, amigo mío, a quién elegirías?
Alfonso se quedó pensativo unos instantes. Nunca le había mentido.
Alfonso: La elegiría a ella... Pero tienes que entenderlo.- Respondió con apenas un hilo de voz.
Ángela: Y lo entiendo. Es más, sabía cual sería tu respuesta. Siempre es la misma elección. Siempre la eligen a ella, por encima de la amistad. Soy yo quien tiene cambiadas las prioridades, pero eso es problema mío, como mía lo fue la decisión de cambiarlas. Por eso es imposible, amigo mío, porque valoro demasiado nuestra amistad como para perderla, como valoraba las que perdí. Pero el último dejó la última cicatriz. Ya no existen huellas de nadie en mi corazón, solo cicatrices que pican en los días de lluvia.
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