Blog sobre Literatura, Guion y novedades de la escritora Eloisa Lua (pseudónimo)
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sábado, 23 de junio de 2018
Que lo limpie el Fuego
Hacía dos años. Setecientos días y un mes. Una condena que nadie previó. La crónica de una muerte anunciada que ninguno supo sortear.
Setecientos días de daños colaterales, de metralla absurda en el corazón, de preguntas como puñales sin respuestas que los esquivasen. Setecientas lunas, ni una más ni una menos, de recuerdos anudados en lo más profundo del SER. De añoranzas y rencores. De deseos y frustraciones. De intentos fallidos y sirenas de bombardeos inminentes.
Primero fueron las promesas, ya no sabría decir si banales o verdaderas. Seguidamente el miedo a que el camino se torciese, y quedase atrapada en las arenas movedizas, que tanto terror le causaban, porque perderle era perderse también a sí misma. Después la tranquilidad de haberse reconstruido de otras guerras. De nuevo, las ganas de luchar y bajarle la luna si soñaba con ella. De cazar dragones si era lo que anhelaba.
En su espera, ya no sentiría la mordedura de las hienas con sus sardónicas sonrisas. Se había levantado con titánica fuerza. Pronto, la lealtad, curaría heridas y calmaría cicatrices. La risa colorearía las avenidas y los fantasmas serían desterrados al infierno, que ellos mismos habían creado.
Cómo el Fénix se irguió, porque podría fallar a todos... Pero a él no.
Y, sin explicación que aliviase el profundo dolor que fingía no sentir, todo se volvió del revés. Cada virtud fue un defecto. Cada promesa, un calvario. Cada duda, una penitencia. Cada abrazo, un impuesto a pagar en sangre... Y así, sin verla venir, llegó la más cruenta de las guerras. La última, acabará como acabase... Si conseguía sobreponerse, sería la última.
Setecientos días de paciencia autoimpuesta. De irse, pero sin irse del todo.
Aquel día no había perdido la esperanza, sino la fe. Cogió una caja vieja de zapatos. Fue depositando, uno a uno, cada recuerdo. Las cartas, las conversaciones, las fotografías, los momentos compartidos, las servilletas, los relatos y poemas... Ya no esperaba nada de nadie, salvo de ella misma. Ahora que volvía a ser más ELLA que nunca. Ahora que, por encima de las heridas, aún sin cerrar, y de todas las cicatrices, se alzaba la esencia de lo que era.
Frente a la hoguera pagana del solsticio de verano, lanzó la caja con todas las fuerzas que pudo, mientras exclamaba a los vientos: ¡Que lo limpie el Fuego!
viernes, 22 de diciembre de 2017
Al filo de la navaja
(O puntos finales y apartes. No hay suspensivos. Recuento del año)
Justo en el mismo instante en que sus pies rozaron tierra firme, rió de aquel sárdonico modo. Entre la histeria y la alegría del que ha mirado a los ojos a la muerte y vive para contarlo. Quizá no fue consciente hasta ese momento. No podía dejar de reí, a pesar de sus pies sangrantes y su lacerado cuerpo.
Plegó sobre su cuerpo las alas negras. Habían crecido desde que se rompieron. Recordó la tempestad y lo difícil que fue orientarse sin faro ni brújula. Aquel tiempo en que se agarró a cualquier tronco, esperando un "viento a favor" que nunca llegó. Aún podía sentir en sus entrañas aquel fuego desgarrado de dolor cuando vió como le habían arrancado las alas. Nunca había querido la piedad, hasta rozar ese infierno. Y aquella falta de toda Justicia, aniquiló parte de lo que había sido. Ni aún entonces, cuando creyó que no soportaría el dolor, se podía imaginar que el peor escenario le parecería, días después, un pequeño oasis.
Lo que llegó no hay palabra humana que se acerque a describirlo. Era caminar sobre la cuerda floja. Sobre aquel interminable filo de navaja en el que, el más mínimo descuído, arrojaría sus huesos contra la herrumbre y los cristales de aquel precipicio. Paso a paso. Sintiendo como se clavaba el filo en la piel, como caía la sangre, pero adelante, sin un descuído. Ya no podía volar. Ya no quería retroceder. Ya estaba atrapada en la tela de araña, viendo como la parca afilaba su guadaña en el borde de la luna.
Pensaba en lo que dejaba atras y lo echaba de menos a boca jarro. Pero seguía, paso a paso. De vez en cuando una suave brisa le hacía tambalearse en exceso. Otras veces, la tierra temblaba y llegaba a resbalar. Pero se quedaba agarrada de sus manos, ahora también sangrando. Y así, paso a paso, no viendo nada que indicase el final de aquel afilado cordel. Quizá estuviera mirando hacia el lugar equivocado, pero lo cierto es que ella no veía más que negrura. No sentía nada que no fuese dolor.
Acabó por acostumbrarse de algún modo. Quizá soltó algunas prendas. A lo mejor cayeron sobre el fuego y la lava que había bajo sus pies. Paso a paso, se repetía para sí en una lúgubre letanía. Y lo hizo.
De ahí, la risa histiónica de sentimientos arremolinados cuando sintió sus alas y tocó la tierra. Aún había dolor, pero su murmullo era lejano y la luna ya no servía a la justa muerte. El murmullo de las hojas de los árboles, fue transformándose en un siseo que podía entender:
"Has pasado esa prueba guerrera, más no tienes alas negras. Grises las veo yo. No aprendiste la crueldad. Y tornarán blancas cuando lo requieras. Escogiste ese camino y has aprendido tu lección más valiosa. Pero mantén a buen recaudo toda tu esencia y nunca olvides a dónde no quieres volver".
La muchacha sonrió. Miró atras unos instantes y emitió la palabra más alta de toda, la dada a sí misma: no volveré a pasar nunca por ese filo de navaja.
sábado, 2 de diciembre de 2017
Apuesta a ciegas
Ya, ya lo sé. No tienes nada que ofrecer y tú nunca vas de farol. ¿Qué hacemos entonces? ¿Brindar por nuestra mala suerte y jugar al black jack hasta perderlo todo? Recuerda que un día tuvimos las estrellas bajo nuestros pies. Aquella noche que, al amparo de una luna furtiva, nos buscábamos desesperadamente como dos adolescentes, sin portal que nos cobijase de la lluvia.
Yo tampoco tengo nada que ofrecerte. Apenas si un abrazo de los que te quitan el aliento, o te lo dan. El don de pintar una sonrisa en tu cara, los días grises y fríos. Las ganas de luchar y volar tan alto como alcancen mis alas, sin quitar una sola molécula de tu cielo.
Ya ves, no es mucho. Te prometo la incertidumbre de mañana, pero pongo sobre la mesa la luz de hoy y el calor que despierta almas en pena, que hace resurgir del letargo todos los dragones. No me apuesto los besos... Sin duda, son infintamente mejores cuando tú me los robas y yo finjo que no te dejo. Escenas sueltas de una película sin final. De unos besos de estación sin despedida que los cierre.
Yo quiero tu nada. Porque a lo mejor, sumada a la mía, conseguimos el póker de ases. Una lástima no saber que cartas irán en la siguiente mano. Pero, ¿y si las hubiera? ¿y si todo es posible, porque nada está escrito? Yo quiero hacerte reír a carcajadas. Abrir los siete candados de la caja de Pandora. Recorrer los laberintos de tus ojos sin brújula. Quiero descubrirte capa a capa, sin prisas, en un mundo demasiado acelerado. Quiero descubrirte cada día con la misma emoción con la que te encontré la vez primera. ¿Hace cuanto ya, viejo amigo?
Lo entiendo. Es un riesgo no calculado. Quizá yo misma sea Lucifer en el vestido y cuerpo de una dama, pero en ese caso es el fuego de mi infierno el que te quita el sueño; el que te ocupa la mente arrasando la concentración cotidiana; el que te hace sentir y al que temes por ello. Es mi fuego, aunque tú no quieras salir de las cálidas tierras baldías del desierto.
¿Cómo dejarlo todo en pos de una terrible inseguridad? De todos modos da igual, el mundo se derrumba pero tu no eres Rick, esto no es París, ni yo me marché para no volver.
¿Más cartas, viejo amigo? Esta partida está llegando a su fin. Apenas si queda otra mano. La última mano hasta la siguiente vez. Pero, ¿lo has pensado? Quizá el mundo acabe mañana y nos condenaremos al purgatorio. por haber cometido el terrible delito de haber traicionado al destino en el que no creemos. Tranquilo, no me mires así. Si el mundo sigue en pie y, en mí, continúa un hálito de vida, seguiré aquí.
Ya, ya lo se. Tú no puedes ofrecerme nada. Yo no tengo nada que ofrecer. Más no confundas nunca la comodidad con la felicidad. Sería nuestro mayor fracaso.
Sí, sé lo que te estoy ofreciendo. Una apuesta a ciegas.
Yo tampoco tengo nada que ofrecerte. Apenas si un abrazo de los que te quitan el aliento, o te lo dan. El don de pintar una sonrisa en tu cara, los días grises y fríos. Las ganas de luchar y volar tan alto como alcancen mis alas, sin quitar una sola molécula de tu cielo.
Ya ves, no es mucho. Te prometo la incertidumbre de mañana, pero pongo sobre la mesa la luz de hoy y el calor que despierta almas en pena, que hace resurgir del letargo todos los dragones. No me apuesto los besos... Sin duda, son infintamente mejores cuando tú me los robas y yo finjo que no te dejo. Escenas sueltas de una película sin final. De unos besos de estación sin despedida que los cierre.
Yo quiero tu nada. Porque a lo mejor, sumada a la mía, conseguimos el póker de ases. Una lástima no saber que cartas irán en la siguiente mano. Pero, ¿y si las hubiera? ¿y si todo es posible, porque nada está escrito? Yo quiero hacerte reír a carcajadas. Abrir los siete candados de la caja de Pandora. Recorrer los laberintos de tus ojos sin brújula. Quiero descubrirte capa a capa, sin prisas, en un mundo demasiado acelerado. Quiero descubrirte cada día con la misma emoción con la que te encontré la vez primera. ¿Hace cuanto ya, viejo amigo?
Lo entiendo. Es un riesgo no calculado. Quizá yo misma sea Lucifer en el vestido y cuerpo de una dama, pero en ese caso es el fuego de mi infierno el que te quita el sueño; el que te ocupa la mente arrasando la concentración cotidiana; el que te hace sentir y al que temes por ello. Es mi fuego, aunque tú no quieras salir de las cálidas tierras baldías del desierto.
¿Cómo dejarlo todo en pos de una terrible inseguridad? De todos modos da igual, el mundo se derrumba pero tu no eres Rick, esto no es París, ni yo me marché para no volver.
¿Más cartas, viejo amigo? Esta partida está llegando a su fin. Apenas si queda otra mano. La última mano hasta la siguiente vez. Pero, ¿lo has pensado? Quizá el mundo acabe mañana y nos condenaremos al purgatorio. por haber cometido el terrible delito de haber traicionado al destino en el que no creemos. Tranquilo, no me mires así. Si el mundo sigue en pie y, en mí, continúa un hálito de vida, seguiré aquí.
Ya, ya lo se. Tú no puedes ofrecerme nada. Yo no tengo nada que ofrecer. Más no confundas nunca la comodidad con la felicidad. Sería nuestro mayor fracaso.
Sí, sé lo que te estoy ofreciendo. Una apuesta a ciegas.
viernes, 27 de octubre de 2017
Del corazón al viento
Había renacido. Recuperó sus alas y sus ganas de volar. Cogió su misma esencia y la metió en el cofré de los siete candados, detrás de las murallas del reino que atesoraba y cuya entrada había vedado a la mayoría. Era la misma y, a la vez, tan diferente...
No sucumbió a la tempestad, ni a la negrura de la noche que pareció eterna. Algunos susurros le recordaban, durante los días de herrumbre y olor a gasoil quemado, quien era. Quién había sido siempre. Mejoró su destreza en la espada y reforzó su escudo. Aprendió a distinguir el plomo del oro y elegió quedarse solo con el mithril. Con aquel extraño metal templado del que estaba hecha "su gente". Habían cerrado filas en torno a ella, ofreciéndole vías de escape para respirar. Lecho para dormir y abrazos para colgarse.
Volvía a brillar bajo las nubes. Los rayos de sol conseguían encontrar el camino de vuelta. Ya no había caos ni destrucción. De tanto en tanto, miraba hacia atrás, hacia el tiempo pasado, sin miedo a volverse sal. Lo cierto es que no se arrepentía de nada y daba gracias de las cicatrices que curtían su piel, pues cada una encerraba una enseñanza, otras un sitio al que no volver y, algunas, eran solo vestigios de personas que ya nada significaban... Todos menos uno, pensó. De nada, menos de una cosa... Había aún una espina clavada. Fingir que nada importaba lo que siempre importó. Algo que había abierto sangrante brecha reventando su corazón, pues no fue el acto, ni la situación, sino a quién implicó. Ese Alguien que nunca se fue del todo. Que pasaba como viento frío del norte ante su fingida indiferencia. Alguien que importó y que seguía importando.
No tuvo muchas razones, quizá no tuvo ninguna. Simplemente quiso hacerlo. Sin esperar nada a cambio. Sin expectativa que decepcionasen, ni siquiera esperó una respuesta. No lo había hecho con nadie, pues nadie del pasado que no continuase en el instante presente, le importaba ya. Pero Alguien era distinto a todos. Llevaba días pensándolo y aquel en cuestión nada tenía de diferente, respecto al resto. Simplemente lo hizo. Subió a una roca aislada y le susurró palabras al viento, desnudando su corazón al hacerlo. Tenía que decirle aquello a cambio de nada. Alguien tenía que saberlo.
El viento hizo su trabajo, recogió las palabras de quel corazón expuesto y voló con ellas.
Entregó el mensaje. Y Alguien lo recibió.
jueves, 31 de agosto de 2017
Esta noche
Esta noche teñiré de fuego mis alas negras y surcaré los cielos con tu alma de la mano. Blandí un recuerdo a modo de espada. Reduje a cenizas, durante un instante, las murallas que de todo te protegían. Tu corazón latente en una danza pohibida, hablaba aún con las últimas resistencias del que se sabe perdido.
Te traen los vientos del Norte que ponen mi brújula del revés, pues ahora eres mi Sur: un lugar al que siempre puedo volver.
Esta noche voy a ser feliz. Recorré las nocturnas calles y te contaré la historia que encierra cada farola. Quemaré todos los calendarios, dinamitaré la prisa, fusilaré los relojes y negaré la existencia del tiempo. Arrasaré las despedidas y los besos con sabor a estación. Bombardearé al tren del olvido, para que nunca pase por nuestro anden. Volveremos a reir bajo la lluvia, fumandonos un cigarro a medias, sin paraguas que nos resguarde. Nos empaparemos del cielo y de la tierra mojada. Enterraré mi cabeza en tu pecho y nos fundiremos en el abrazo que nos debemos.
Esta noche asesinaré, a traición, todos los compromisos que nos alejan. Ríos de sangre de otras lágrimas bajarán por las avenidas. Esta noche te prometo la risa.
Esta noche, yo fuego y tu tierra sobre la que arder, soñaremos el mismo sueño. Mi Ángel Negro siempre es fuego cuando agarro tu mano y tus alas negras y coraza pétrea, se deshacen en las hogueras que provocamos. Me dirás que tus días son grises sin mi sonrisa. Te diré que recuerdo cada instante a tu lado sin mella de tiempo que lo distorsione. Danzaré para tí con el alma desnuda, y un corazón para perder. Tú te sorprenderás a ti mismo hablando de más y las estrellas fugaces durarán eternamente.
Esta noche será nuestra y mañana... ya será otro día.
sábado, 22 de julio de 2017
El problema
El problema no fue el melodrama, la musa, el artificio que embellece lo mundano. No fue decir que "se arrancó el corazón, aún pulsátil, y eligió las alas negras frente a los monstruos que poblaban las paredes en las que ya no se reflejaba ni su sombra". No fue elegir o resurgir de las cenizas, ya muerto el Fénix, como el Angel Negro que sobrevuela la ciudad. Fue mucho más sencillo y, al tiempo, corrosivo.
El problema fue que desaprendieron lo aprendido. Y consiguiron convertir un metro escaso en un distancia insondable, separados por un abismo. Ella incendió los libros de poemas que le había escrito y él lanzó al mar las ganas. Ya no sumaban dos, y uno más uno arrojaba, cada vez, un resultado distinto. Fue mucho más sencillo, porque le habría perdonado casi todo. Todo. Por tres. Por cien. Por infinito menos uno. Como un escorpión acosado por un incendio. Si hizo algo mal, que lo hizo, pagó un precio demasiado alto. Fue lo injusto del después.
El problema no es que el tiempo pasase impío, lleno de promesas vanas de un pasado que olvidar. No fueron las lágrimas sobre la almohada sin hombro en el que poyarse. No fueron las horas mirando por la ventana, esperando que él se marchase en cualquier momento. No fue el miedo, ni el invierno, ni el silencio. No fue que mantuviese la esperanza, herida de muerte, agonizante... Pero la mantuviese. Fue más cotidiano. Fue que se cansó de las palabras que contradecían hechos, y de hechos que hablaban más que las palabras.
El problema no fue elegir arrojar contra la pared el reloj de arena o parar las manecillas del tiempo, en espera de un faro que se encendiese. No fue que por mirar ese punto negro, ansiando su brillo, se le olvidasen el resto de faros que seguían ahí, ante su ceguera. Ni siquiera fue la desidia desesperante de callarse que el tiempo es un regalo demasiado preciado, como para pedirlo con la boca pequeña. Que no se recupera. Que no sabemos cuando es el último segundo. No fue que prometiera esperar sin saber si podría cumplir esa palabra. Porque esperó. Fue mucho más ladino, fue darse cuenta de que todo era relativo menos los segundos, y que ella nunca fue prioridad por mucho que sus labios dijesen. El problema no fue creerle a él, sino dejar de escucharse a sí misma.
El problema no fueron los Dragones, ni las Mazmorras, ni las Brujas buenas pero brujas. No fueron las fuerzas que trataron de derribarla. No fue su claudicación. Su extinción. Su pérdida... La suya, porque se perdió a ella misma. El problema no era la razón y sus matices, sino que deseaba, a lágrima podrida, que la rescatase del naufragio, del que él también había removido aguas, y encontró otras manos. El problema no fue hundirse y ahogarse. Sino que estuvieron los de siempre. Menos él.
El problema no es que la deslealtad esté en desuso, que la traición pueble las aceras, que todo Doctor Jekill encierra un Mister Hide. No fue ver su peor lado. El que nunca había visto. No fue que llegara aterrarle a veces. No fueron los vómitos, ni lo que se dijeron, o se dejaron de hacer. No fue el miedo acechando en cada esquina. No fue aquella sonrisa que maquillaba cada día. No eran sus alas negras. Fue mucho más corriente, fue que no dudó en sacrificarla en el momento en el que tuvo algo que ganar, sin ver lo que podía perder.
El problema no fue que lo esperara hasta declararse la guerra a ella misma. Es que él nunca volvió.
Fue todo más elemental. La vida es una continúa elección y ella, por no volverse a perder, eligió no volverle a elegir.
lunes, 19 de junio de 2017
Del Fuego a las Cenizas
"¡¡Maldito seas por siempre!!" - Resonó aquel desgarrador grito, que quebró hasta los cráteres de la luna. Un grito que bramó hasta expulsar el último hálito, justo antes de caer vencida al suelo.
Un año antes...
Se había arrancado el corazón con sus propias manos, aún en la última contracción. Del fuego a las cenizas.
Aún unos meses antes...
De las cenizas al Fénix.
Katrhina sentía los caballos desbocados de un corazón arrancado hace tiempo. Sintió. Sintió infinidad de cosas... Sintió que aún no había muerto del todo. Pero solo él conseguía devolverle aquellos latidos de los que había decidido prescindir. Y, sin embargo, no era posible.
Lo supo desde que le vió por vez primera. Desde aquel abrazo que les unió hace ahora tantas lunas. Si las almas gemelas existiesen, desde luego, él era la suya. Aquel que conseguía crear delicioso caos en su nada rutinaria cotidianeidad. Como ella, con su sola presencia, tornaba la tierra en volcan, la cordura en loca desesperación adolescente. Porque juntos eran un todo y, separados, simplemente eran otra cosa. Pero siempre fue una vetada posibilidad.
Las idas y venidas. Los silencios y aquel torbellino de pasiones que, implacable, los unía en uno solo. al antojo de una vida mortal. Seguramente, en un mundo ideal, se amarían en todas las vidas. Porque había cambiado hasta la orografía del camin,o pero no lo que se despertaban mutuamente cuando se miraban en los ojos del otro. Y, sin embargo, nunca fue posible.
Habían sucumbido a la fruta prohibida de la pasión sin estación ni destino. Lo habia sentido tan dentro que se había quedado tatuado su nombre en las venas. Había leído en sus ojos hasta desnudarle la esencia. Contempló las ruinas y el paraíso, la lluvia embravecida en sus ojos sin faro que le alumbrase las noches de ausencia. Lo había ansiado con instinto animal. Y él a ella. Y, sin embargo, ambos sabían que no era posible.
Unas horas antes...
Susurró unas palabras de despedida a Eolo. Era cerrar los círculos o perderse ella. Era el fin de los finales, sin los puntos suspensivos.
Pero él apareció, por sorpresa, a medio de la letanía. Y, entonces, no pudo decirle adiós. El tampoco a ella. Como si esa palabra les hubiera sido robada, puro divertimento de unos impíos dioses. Siempre estarían sobre aquel tablero de locura del "no te puedo tener y sin embargo...".
Así que, se dio la vuelta, para que él no la viese sin corazón. Acababa de acuchillar al ave de fuego. Se desplomó. El la tomó en brazos. La besó en los labios, apenas roazóndola. "Nos volveremos a encontrar, mi Señora, cuando giren los vientos" - Sentenció. Después, alzó el vuelo y desapareció entre las nubes.
En aquel momento...
Gritó ante la injusticia de los recovecos de aquel enrevesado camino. Maldijo al destino al borde de aquel precipicio.
"Os volveréis a encotrar, en esta vida o en la otra".- Respondió, impasible, El Destino.
lunes, 12 de junio de 2017
Réquiem
No tocaron a Réquiem las campanas oficiosas y la lucha se alzó reina, como cada noche. Porque era una noche más, sin pena ni gloria, sin vino y ya sólo las espinas de las rosas.
Tampoco compuso ningún músico su pieza más triste, ni tenía a quien tocársela o dedicarla. No había alma que remover ni corazón que tocar. Un cuervo cantaba su estridente melodía a lo lejos. Alas negras para un Réquiem insípido.
Tampoco hubo lágrimas y las plañideras ya habían llorado a todos los muertos; alguna de ellas, incluso, se arrrancó por soleares, llorándole a los vivos. Solo había huesos sin nombre. Calaveras rajadas como en las películas de bajo presupuesto. Pero sin director, ni guionista, ni productor que se interesase.
Era un entierro sin público. Sin buenas palabras y malos sabores. Era el silencio de la muerte enmudeciendo a la parca. Era todo y nada a la vez, como el gato de schrödinger con una crisis de identidad.
Era la angustia de otros tiempos. El dolor de las heridas secas. Era el aullido solitario de un lobo desgastado. Era todo y era nada. Como esas novelas que te dejan a medias, como los finales de los libros que nunca leíste. Desde luego no era ni "la sentina de escombros", ni "la feroz cueva de náufrago" que lloraba Neruda. Era más bien el poema 22.
Era la verdad y la mentira, sin ser falso ni cierto. Era lo despojado de todo. Un entierro como nunca hubiera imaginado.
Y así acabó todo. Sin beso de estación, ni tren que lo gobierne. Ni golondrinas en su ventana. Era la nada que llega detrás del Fin sin retorno. Del adiós sin hasta pronto.
viernes, 21 de abril de 2017
Entre promesas y ojalás
Ahora que estamos, tú y yo, a solas. Cada uno con su soledad. Cada uno sin estar. Como dos que se desconocen hasta no llegar ni a desconocidos.
Yo, con un recuerdo herido de muerte por el disparo, a boca jarro, de una realidad tirana que le acarició la sien. Tú, porque no se puede envidar al destino yendo de farol, sin más mano que una repleta de promesas vacías, sin comodines que jugar.
Yo, con un ojalá muerto de inspiración, estrangulado por el interrogante asesino del invierno de tus ojos. Sin reglas en las que atrincherarse. Sin bandera blanca o tregua.
Que no permitan los cielos que halles nunca ese macabro laberinto del que escapé, a tientas, a la luz de los fuegos fatuos, que anunciaban el carnaval de nuestros difuntos. Que no permitan los cielos que tu mundo se cubra de espejismos, ni del silencio que emana de los muertos, solo roto por la campana que nunca tocó a Réquiem.
Entre promesas y ojalás, traté de dilatar un tiempo que no me pertenecía, esperando en el anden de las dudas, por dónde no pasan ya los trenes, pero sin querer perder la espernza, mientras me dedicaba a mendigar un mendrugo de palabras.
Apreté el frasco que contenía el veneno disfrazado de cariño. Las esquirlas laceraron mis manos hasta pintar con sangre, en la ventana, un S.O.S. Un "te necesito más que nunca", porque nunca te necesité realmente, mientras dejaba que el espíritu del pasado abofetease mi mejilla al tiempo que, el del presente, me hincaba la Espada de Damocles en medio del corazón. Los afilados dientes de las comparaciones invitables me arrancaron la venda del alma impíamente y, por un instante, me volví estatua de sal.
La vela polar no marcaba el sur y yo no hallaba mi norte. No quería quedarme en aquel horrendo y dantesco lugar, pero tampoco me quise ir.
Lunas después, una mano apareció en la negrura, asiendo con fuerza la mía. "No estarás sola", susurró una conocida voz que no supe identificar. Cargó conmigo, más yo no era capaz de recorrer el camino que nos separaba. Paso a paso, por una senda que no había visto, bajo el manto de una luna que comenzaba a parecer hermosa desde allí. Sin prisa, pero sin pausa, siguió caminando. Paso a paso. A veces, gemía contrariada, muerta de nostalgia, pérdida y vacío. Otras, me quejaba en vano.
"No estarás sola...", volvió a decir, "se unirán a ti aquellos a los que preguntaste por sus sueños, te seguirán a los que regalaste la esperanza, te recorarán todos aquellos a los que les regalaste alas, tiempo, detalles de valor incalculable, a los que devolviste la risa, a los que enseñaste a reir... Se unirán a tu cruzada aquellos a los que tocaste el corazón bajo la piel de piedra, a los que les regalaste tu aliento y abrazo, los que protegiste hasta de sí mismos". Y siguió andando, paso a paso, cargando con mi cuerpo.
Poco después, recordé como se reía a carcajadas. Seguí caminando, ya por mi propio pie, paso a paso. "¿Quién eres?", me atreví a preguntar al fin. La voz respondió: "Tu instinto". Y se produjo un silencio, por fin, desbordante de contenido.
Así fue como no volví a pensar nunca más en nuestras ciudad de ruinas.
Así fue como juré no volver a recordar el dantesco laberinto que se encuentra ente las promesas y los ojalás.
viernes, 31 de marzo de 2017
Cara y Cruz
![]() |
La imagen de María JJimenez que insipiró a "La Musa de la Luna" |
Me quedé un rato mirándolas, "una mujer sentada" las llamé huyendo de prejuicios y stereotipos de género... Pero viéndolas ahí... Dos instantes, la misma mañana y, aún así, separado por el tiempo. El angel y la diablo. "Ha conseguido captar la esencia, la jodida", me dije sin decírselo. ¿Cómo cambiar lo que era? ¿Cómo renunciar a mi esencia? ¿Y que importan los nombres en la magia de los momentos?
Pongamos que la mujer sentada sobre fondo negro, Eloísa, es el ángel. Pongamos que la mujeres retando al suelo rojo, La Ordago, es la diablo. Pero un diablo repudiado del Infierno. Nunca entendieron la ética. Y allí estaba: la cara y la cruz, la noche y el día... Eloísa y la desterrada "La Ordago".
Entonces recordó a aquel a quien quiso tanto como para no dejar de quererlo nunca. Aquel que con voz grave y rizos negros, en aquel momento, en aquella habitación, con aire preocupado y, aquella chica que bien conocía su alma, pudo atisbar hasta miedo - Fuera nevaba: "Estoy enamorado de Eloísa, no contaba con ella y puso mi mundo entero del revés, y todo lo seguro era inseguro, y todo lo malo bueno, y todo lo negro fue blanco, la niña que apaga farolas a su paso... Pero La Ordago, ésa es mi mejor amiga, la que siempre está ahí, la de la lealtad y palabra, la guerrera que no traiciona y ahora necesito a mi mejor amiga". Un precioso recuerdo. Por cierto, la tuvo (a su mejor amiga).
Eloísa es la fantasía de lo cotidiano, la pasión que vuelve los lunes en sábados, la dulzura que sale cuando no se la llama. La Ordago es la de lengua afilada y satírica, la que llamas a las tres de la mañana y acude sin pensarlo, la que protege a los suyos, a los amigos... A esa familia que se elige.
Eloísa es la de sesibilidad extrema que es capaz de tocar algunos corazones y sacar lo mejor de sí mismos, es la que te sorprende por que sí con una piruleta, la que te regala un no cumpleaños, la que sueña despierta, la que llora pero prefiere la sonrisa, la belleza de lo simple. La Ordago es la guerrera que no teme, la que enfrenta las afrentas, la que te cubre con su escudo y sacrifica una vida, que usa su lanza contra lo injusto y miserable. La que no teme hablar y aborrece la mentira y al que miente, la que no entiende la traición y nunca se planteó olvidar una. La que cae de rodillas, sangra, llora, mira al sol y se levanta.
Es todo eso y no es nada de lo anterior. Dos caras de la misma moneda, dos gotas en medio del oceáno. Dos realidades pero un solo corazón.
Para María José (Nakarte).
Un regalo de mi musa a la tuya.
martes, 18 de octubre de 2016
Palabras de Luto
“Si todos los caminos llevan a Roma… ¿Como se sale de
Roma?”… Así comenzaba el audio que le pasó, poco tiempo atrás, porque le
recordaba a él en cada palabra.
Resumir su historia era imposible. Describir la
naturaleza o intensidad de aquel amor que se tenían era imposible. Entender aquella
relación, alejada del romanticismo pero plagada de matices, era imposible… Así
que le llamaron Amistad.
Ella hubiera bajado y puesto la luna a sus pies. Se hubiera
enfrentado sola al mas poderoso ejército solo para protegerle e, incluso, se
habría echado a los pies de los caballos si con eso le salvaba.
Llevaba ya tiempo haciéndose aquella lacerante pregunta: ¿Realmente
se habrá parado a valorar lo que podría perder?. El tiempo es poderoso aliado
cuando juega a tu favor, pero ni cura todas las heridas ni repara los corazones
rotos. A veces, las cosas, hay que lucharlas. A veces, hay que saber ceder y
hablar y poner boca arriba las cartas del ricón más escondido del alma, porque tan peligroso es jugar
de farol como ir a ciegas. Y él estaba ya muy lejos de ella, a medio metro,
pero terriblemente lejos. Y su alma se retorcía por dentro como se consume en
la frustración el náufrago que no ve una sola gaviota.
Esperó. Espero más. Hizo acopio de toda su paciencia. Pero
todo caía. Los escombros taparon el sol. Ella moría. Poco a poco. Lenta e
insustancialmente. Delante de la mirada impasible de él. Su procesión iría por
dentro, seguro, pero ella ya desconocía hasta eso.
Aquel día inspiró profundamente… habían superado tantas
cosas… intentó algo más… y ahí estaban, aquellas palabras que se tornaron
cicuta. Hubiera jurado que, por momentos, se le había parado el corazón.
Buscó y buscó, mientras el aún hablaba y entonces encontró
aquella urna funeraria que encerraban los restos de lo que ya ni vibraba ni
latía.
El seguía hablando. Ella lloró la muerte sin que un solo indicio
de aquel desgarrador llanto se filtrase a través de la línea fría del teléfono. El
entierro duró hasta que acabo aquella llamada.
Ella le habló de aquella súbita muerte. El debía de saberlo. Nunca contestó.
Parecían hechas de aire y supieron a cristales rotos. Eran
mucho mas que palabras.
martes, 16 de junio de 2015
Diario de un Angel Negro: Juegos de Azar
Recuerdo la primera vez que, con su trajín, nos juntó la vida... Aún no era un Ángel Negro que se escondía entre sombras en el valle de las telas de araña. Entonces era jóven y aún creía en la lealtad, la justicia, el amor, la amistad... Creía en muchas cosas, como creí en él.
¿Qué nos sucedió? Me reí a carcajada carnavalesca, mi cuerpo ardió en la hoguera que compartimos sin quemarnos. Hablamos de la vida, y del mundo, y de cosas que nos importaban, de proyectos futuros y viajes pasados. Y una mariposa nueva crecía a cada segundo en la boca del estómago. Traté de ignorarlas, pero fue imposible. Como imposible era aquel amor a medias, que duraría lo mismo que tardase yo en marcharme. Me sentía bien a su lado. Me encantaba aquel juego tan nuestro del "tira y afloja". Lo admiraba, por demasiadas cosas, aunque él nunca lo supo. Luego me fui.
De vez en cuando, el azar o el destino favorecían que apareciese fugazmente. Apenas unos instantes que nunca eran suficientes. La casualidad nos forzaba a seguir en contacto. Luego se iba. Sin más besos, sin más hogueras, sin más carcajadas.
Lustros pasaron sin que el azar, duende jugueton, sus hilos moviera. Apareció como una gigantesca ola, que todo lo barre sin destruirlo. Olvidé por unos instantes que era un Ángel Negro y ya nada quedaba del Fénix. Consiguió remover los rescoldos en el momentos más oportuno. Pude ser aquella que fui una vez, sin guerra ni destrucción. Lo necesitaba y él brilló por azar. Dio sentido a mi mundo en ruinas. Y volví a creer. Aquella vez venía para quedarse. Estaba segura.
Poco tardé en sentir el error de la equivocación. Y vinieron las mentiras piadosas, el deseo disfrazado de un "de verdad me importas", las conversaciones rutinarias sobre las hogueras en los pliegues de su cama, las promesas que jamás habría que cumplir. Y, por último, la traición.
Mis alas se desplegaron con más tristeza que furia. No sabía que me quedaran lágrimas. Me arrancó un trozo de corazón que se le deshizo, en cenizas, sobre su mano. Ya no había nada más que romper.
Me confundí con su llegada y dejó un vacío que tuve que llenar de sombras. Volví a mirar dentro de mi, con ese escorpión en dónde debería de haber un corazón. Que ingénua había sido. Cuanto tiempo mal invertido. Cuantos ideales vendidos por menos de nada. Cuantas mentiras e hipocresía. Cuanto dar para luego obtener un hondo silencio cargado de significado.
Volvió la sonrisa desdibujada a mi rostro. Tuve sed de venganza y pude forjarla. Pero no lo hice. Le perdoné la vida.
De nada.
¿Qué nos sucedió? Me reí a carcajada carnavalesca, mi cuerpo ardió en la hoguera que compartimos sin quemarnos. Hablamos de la vida, y del mundo, y de cosas que nos importaban, de proyectos futuros y viajes pasados. Y una mariposa nueva crecía a cada segundo en la boca del estómago. Traté de ignorarlas, pero fue imposible. Como imposible era aquel amor a medias, que duraría lo mismo que tardase yo en marcharme. Me sentía bien a su lado. Me encantaba aquel juego tan nuestro del "tira y afloja". Lo admiraba, por demasiadas cosas, aunque él nunca lo supo. Luego me fui.
De vez en cuando, el azar o el destino favorecían que apareciese fugazmente. Apenas unos instantes que nunca eran suficientes. La casualidad nos forzaba a seguir en contacto. Luego se iba. Sin más besos, sin más hogueras, sin más carcajadas.
Lustros pasaron sin que el azar, duende jugueton, sus hilos moviera. Apareció como una gigantesca ola, que todo lo barre sin destruirlo. Olvidé por unos instantes que era un Ángel Negro y ya nada quedaba del Fénix. Consiguió remover los rescoldos en el momentos más oportuno. Pude ser aquella que fui una vez, sin guerra ni destrucción. Lo necesitaba y él brilló por azar. Dio sentido a mi mundo en ruinas. Y volví a creer. Aquella vez venía para quedarse. Estaba segura.
Poco tardé en sentir el error de la equivocación. Y vinieron las mentiras piadosas, el deseo disfrazado de un "de verdad me importas", las conversaciones rutinarias sobre las hogueras en los pliegues de su cama, las promesas que jamás habría que cumplir. Y, por último, la traición.
Mis alas se desplegaron con más tristeza que furia. No sabía que me quedaran lágrimas. Me arrancó un trozo de corazón que se le deshizo, en cenizas, sobre su mano. Ya no había nada más que romper.
Me confundí con su llegada y dejó un vacío que tuve que llenar de sombras. Volví a mirar dentro de mi, con ese escorpión en dónde debería de haber un corazón. Que ingénua había sido. Cuanto tiempo mal invertido. Cuantos ideales vendidos por menos de nada. Cuantas mentiras e hipocresía. Cuanto dar para luego obtener un hondo silencio cargado de significado.
Volvió la sonrisa desdibujada a mi rostro. Tuve sed de venganza y pude forjarla. Pero no lo hice. Le perdoné la vida.
De nada.
lunes, 1 de junio de 2015
Dirario de un Angel Negro: El cinismo
Camino entre las sombras más oscuras, de las que he hecho mi hábitat natural. Recogidas las alas negras, como parte de mi piel, me camuflo entre la multitud. Les observo. Aprendo las reglas del juego. Ellas me han enseñado que todo es una partida de ajedrez en donde conviene ser la Reina.
No esperéis nunca cinismo en mis palabras. Soy muchas cosas, pero no una cínica. El látigo de la verdad siempre fue mucho más cruento e impío.
Cometí muchos errores por tradiciones estúpidas que me hicieron creer que eran leyes a seguir ciegamente. Pero la confianza, la lealtad, el honor, el respeto, la sinceridad, la amistad, el amor, incluso el sexo... Todo está sobrevalorado. Y, al final, cualquiera, si tiene ocasión, te venderá por una bolsa de monedas de cobre. Cualquiera. Nadie se libra de la quema. Nadie es tan estoico para no sucumbir a la tentación de su propio egoísmo... Ni siquiera tu mejor amigo. Nadie se salva. Todos acaban cayendo. Puse demasiadas veces la mejilla y me partieron el labio las mismas veces. Sangré todas ellas y fue esa misma sangre la que ahora me atrae a las sombras.
La vida está llena de cínicos que dicen predicar con el ejemplo, pero en los actos subyace la verdad, agazapada, escondida, disfrada de piel de cordero.
Me envidian y lo se. ¿Tengo que mentir para que me acepten en el grupo al que nunca pertenecí? No. Yo no miento por motivaciones tan vanas. No pueden soportar que, al desplegar mis alas, ahora negras, brille con luz propia. No pueden soportar que su mediocridad no se me contagie.
Las mujeres me odian porque ellos se sienten atraídos por mi y el no saber por qué, les conduce a la frustración que no soportan. Ellos reniegan de mi porque son tan cobardes, que usan la mentira para esconder sus propios fantasmas, pero no me olvidan. Me llaman sobervia por reconocer la verdad y escupirla cuando es necesaria.
Nos han enseñado a doblegarnos ante Goliat; a no enorgullecernos de nuestros éxitos; a sentirnos culpables de nuestros errores, cuando el error es la base de todo aprendizaje; a que la inteligencia es algo malo porque les hace sentir inferiores... Te enseñan a repudiarla, porque los inteligentes son peligrosos; a idolatrar la superficialidad y excluir a los diferentes; nos han mentido con el castigo del Infierno... Cuando el Infierno y el Cielo, la Virtud y la Deshonra, La Verdad y la Mentira, todo se encuentra dentro de nosotros. Tú eliges la actitud que usas en cada momento.
Soy muchas cosas, pero jamás fuí una cínica. Algo que no soportáis. Algo que me resulta tediosamente indiferente.
No esperéis nunca cinismo en mis palabras. Soy muchas cosas, pero no una cínica. El látigo de la verdad siempre fue mucho más cruento e impío.
Cometí muchos errores por tradiciones estúpidas que me hicieron creer que eran leyes a seguir ciegamente. Pero la confianza, la lealtad, el honor, el respeto, la sinceridad, la amistad, el amor, incluso el sexo... Todo está sobrevalorado. Y, al final, cualquiera, si tiene ocasión, te venderá por una bolsa de monedas de cobre. Cualquiera. Nadie se libra de la quema. Nadie es tan estoico para no sucumbir a la tentación de su propio egoísmo... Ni siquiera tu mejor amigo. Nadie se salva. Todos acaban cayendo. Puse demasiadas veces la mejilla y me partieron el labio las mismas veces. Sangré todas ellas y fue esa misma sangre la que ahora me atrae a las sombras.
La vida está llena de cínicos que dicen predicar con el ejemplo, pero en los actos subyace la verdad, agazapada, escondida, disfrada de piel de cordero.
Me envidian y lo se. ¿Tengo que mentir para que me acepten en el grupo al que nunca pertenecí? No. Yo no miento por motivaciones tan vanas. No pueden soportar que, al desplegar mis alas, ahora negras, brille con luz propia. No pueden soportar que su mediocridad no se me contagie.
Las mujeres me odian porque ellos se sienten atraídos por mi y el no saber por qué, les conduce a la frustración que no soportan. Ellos reniegan de mi porque son tan cobardes, que usan la mentira para esconder sus propios fantasmas, pero no me olvidan. Me llaman sobervia por reconocer la verdad y escupirla cuando es necesaria.
Nos han enseñado a doblegarnos ante Goliat; a no enorgullecernos de nuestros éxitos; a sentirnos culpables de nuestros errores, cuando el error es la base de todo aprendizaje; a que la inteligencia es algo malo porque les hace sentir inferiores... Te enseñan a repudiarla, porque los inteligentes son peligrosos; a idolatrar la superficialidad y excluir a los diferentes; nos han mentido con el castigo del Infierno... Cuando el Infierno y el Cielo, la Virtud y la Deshonra, La Verdad y la Mentira, todo se encuentra dentro de nosotros. Tú eliges la actitud que usas en cada momento.
Soy muchas cosas, pero jamás fuí una cínica. Algo que no soportáis. Algo que me resulta tediosamente indiferente.
viernes, 1 de mayo de 2015
Diario de un Angel Negro
1 de Mayo del 2015
¿Cuántos personas hay que perder para quedarse sin alma? Yo las perdí todas, menos una. Conservo el alma pero vacía en esencia.
Recuerdo haber sido un Fénix que se alzaba, envuelto en vigorosas llamas, cada vez que era reducido a cenizas. Hasta que me agoté. Hasta que me consumieron. Hasta que me lo arrancaron todo, excepto ese alma carente de esencia y compasión.
Me lamenté. Rodaron lágrimas, primero sal y luego de sangre, hasta que se secó el manantial de la falsa culpabilidad por la pérdida. Hice de todo, lo que me dictó el corazón, pero nunca fue suficiente. O me laceraba el egoísmo o era utilizada por los hedonistas. O trataban de manipularme o me absorvían la energía, para luego dejarme en el estanque de arenas movedizas. Los amigos se quitaron sus pieles de cordero y rugieron cual lobos. Otros, simplemente, se fueron. Eligieron otras opciones más beneficiosas para su interés, más dañinas para mi corazón. Pero la culpa siempre fue mía, en el fondo, fui conocedora de la realidad que no me quise creer. No les culpo a ellos, me culpo yo por haberlo permitido.
El terremoto fue tan fuerte que demolió todos los cimientos de las creencias forjadas durante años, de las mentiras que me inventé, justificando lo que no tenía justificación, solo para que mi realidad fuera más amable. No funcionó. Seguían cayendo cascotes.
Pedí ayuda para contener la ruptura total de lo que un día fui, pero solo recibí, de vuelta, el sordo eco de mi propia voz rompiendo el ruidoso silencio. Se cayó la venda de los ojos. Vi la Verdad desnuda. Sin máscaras. Sin muros. Sin mentiras. Y fue aterrador.
Una vez elegí ser un Fénix y casi me consumen las llamas para siempre. Hasta perder a la última persona. Eleve los brazos y, de las sangrantes grietas de mi espalda fruto de la traición repetida, se elevaron dos poderosas alas negras. "¿¿Esto era lo que queríais?? Pues en esto me habéis convertido", bramé contra la tempestad.
Ahora desfilo entre las sombras, sin ocultar esa oscura parte de mi que siempre existió, habiendo asesinado a dentelladas a la parte que permitió que pasara de Fénix a Angel Negro. Os lo agradezco, a partir de ahora, se hará, por fin, Justicia.
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