Recuerdo la primera vez que, con su trajín, nos juntó la vida... Aún no era un Ángel Negro que se escondía entre sombras en el valle de las telas de araña. Entonces era jóven y aún creía en la lealtad, la justicia, el amor, la amistad... Creía en muchas cosas, como creí en él.
¿Qué nos sucedió? Me reí a carcajada carnavalesca, mi cuerpo ardió en la hoguera que compartimos sin quemarnos. Hablamos de la vida, y del mundo, y de cosas que nos importaban, de proyectos futuros y viajes pasados. Y una mariposa nueva crecía a cada segundo en la boca del estómago. Traté de ignorarlas, pero fue imposible. Como imposible era aquel amor a medias, que duraría lo mismo que tardase yo en marcharme. Me sentía bien a su lado. Me encantaba aquel juego tan nuestro del "tira y afloja". Lo admiraba, por demasiadas cosas, aunque él nunca lo supo. Luego me fui.
De vez en cuando, el azar o el destino favorecían que apareciese fugazmente. Apenas unos instantes que nunca eran suficientes. La casualidad nos forzaba a seguir en contacto. Luego se iba. Sin más besos, sin más hogueras, sin más carcajadas.
Lustros pasaron sin que el azar, duende jugueton, sus hilos moviera. Apareció como una gigantesca ola, que todo lo barre sin destruirlo. Olvidé por unos instantes que era un Ángel Negro y ya nada quedaba del Fénix. Consiguió remover los rescoldos en el momentos más oportuno. Pude ser aquella que fui una vez, sin guerra ni destrucción. Lo necesitaba y él brilló por azar. Dio sentido a mi mundo en ruinas. Y volví a creer. Aquella vez venía para quedarse. Estaba segura.
Poco tardé en sentir el error de la equivocación. Y vinieron las mentiras piadosas, el deseo disfrazado de un "de verdad me importas", las conversaciones rutinarias sobre las hogueras en los pliegues de su cama, las promesas que jamás habría que cumplir. Y, por último, la traición.
Mis alas se desplegaron con más tristeza que furia. No sabía que me quedaran lágrimas. Me arrancó un trozo de corazón que se le deshizo, en cenizas, sobre su mano. Ya no había nada más que romper.
Me confundí con su llegada y dejó un vacío que tuve que llenar de sombras. Volví a mirar dentro de mi, con ese escorpión en dónde debería de haber un corazón. Que ingénua había sido. Cuanto tiempo mal invertido. Cuantos ideales vendidos por menos de nada. Cuantas mentiras e hipocresía. Cuanto dar para luego obtener un hondo silencio cargado de significado.
Volvió la sonrisa desdibujada a mi rostro. Tuve sed de venganza y pude forjarla. Pero no lo hice. Le perdoné la vida.
De nada.
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