viernes, 22 de diciembre de 2017

Al filo de la navaja


(O puntos finales y apartes. No hay suspensivos. Recuento del año)

Justo en el mismo instante en que sus pies rozaron tierra firme, rió de aquel sárdonico modo. Entre la histeria y la alegría del que ha mirado a los ojos a la muerte y vive para contarlo. Quizá no fue consciente hasta ese momento. No podía dejar de reí, a pesar de sus pies sangrantes y su lacerado cuerpo.
Plegó sobre su cuerpo las alas negras. Habían crecido desde que se rompieron. Recordó la tempestad y lo difícil que fue orientarse sin faro ni brújula. Aquel tiempo en que se agarró a cualquier tronco, esperando un "viento a favor" que nunca llegó. Aún podía sentir en sus entrañas aquel fuego desgarrado de dolor cuando vió como le habían arrancado las alas. Nunca había querido la piedad, hasta rozar ese infierno. Y aquella falta de toda Justicia, aniquiló parte de lo que había sido. Ni aún entonces, cuando creyó que no soportaría el dolor, se podía imaginar que el peor escenario le parecería, días después, un pequeño oasis.

Lo que llegó no hay palabra humana que se acerque a describirlo. Era caminar sobre la cuerda floja. Sobre aquel interminable filo de navaja en el que, el más mínimo descuído, arrojaría sus huesos contra la herrumbre y los cristales de aquel precipicio. Paso a paso. Sintiendo como se clavaba el filo en la piel, como caía la sangre, pero adelante, sin un descuído. Ya no podía volar. Ya no quería retroceder. Ya estaba atrapada en la tela de araña, viendo como la parca afilaba su guadaña en el borde de la luna.

Pensaba en lo que dejaba atras y lo echaba de menos a boca jarro. Pero seguía, paso a paso. De vez en cuando una suave brisa le hacía tambalearse en exceso. Otras veces, la tierra temblaba y llegaba a resbalar. Pero se quedaba agarrada de sus manos, ahora también sangrando. Y así, paso a paso, no viendo nada que indicase el final de aquel afilado cordel. Quizá estuviera mirando hacia el lugar equivocado, pero lo cierto es que ella no veía más que negrura. No sentía nada que no fuese dolor.

Acabó por acostumbrarse de algún modo. Quizá soltó algunas prendas. A lo mejor cayeron sobre el fuego y la lava que había bajo sus pies. Paso a paso, se repetía para sí en una lúgubre letanía. Y lo hizo.

De ahí, la risa histiónica de sentimientos arremolinados cuando sintió sus alas y tocó la tierra. Aún había dolor, pero su murmullo era lejano y la luna ya no servía a la justa muerte. El murmullo de las hojas de los árboles, fue transformándose en un siseo que podía entender:

"Has pasado esa prueba guerrera, más no tienes alas negras. Grises las veo yo. No aprendiste la crueldad. Y tornarán blancas cuando lo requieras. Escogiste ese camino y has aprendido tu lección más valiosa. Pero mantén a buen recaudo toda tu esencia y nunca olvides a dónde no quieres volver".

La muchacha sonrió. Miró atras unos instantes y emitió la palabra más alta de toda, la dada a sí misma: no volveré a pasar nunca por ese filo de navaja.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Por un copo de nieve...

(Lo escrí, tal día como hoy, hace justo un año. Las situaciones pueden ser tan parecidas como círculos viciosos de los que no se quiere uno salir. Hay "historias fugaces" sin final que las termine, que durán más de una década)

Apagó su cigarrillo y lo pisó, sin mucho afán, con la punta de la bota. Un solitario copo de nieve cayó en el dorso de su mano, encadenado a un recuerdo que no curaba el tiempo.

Quizá no era la mejor persona del mundo pero, para él, el mundo era un mejor lugar con ella. Quizá tampoco fuese la chica más guapa, pero él la sacaría a bailar, cada noche, como si fuera la reina de la fiesta. Para el resto, quizás, pareciera que se acaban de conocer... Pero ellos se sentían como si se conociesen desde siempre. Así se lo habían susurrado. 

No era su mejor amiga. No sería capaz de tenerla al lado y no abrazarla, pero era su mejor aliada. Probablemente estaba mal de la cabeza, tenía que estarlo para haberle ido a buscar, tan lejos, aquel día lejano ya en el tiempo. Seguramente no era lo correcto, ni lo mejor para él ni para ella y, desde luego, no era la única opción, y en gran medida tendría que ser amoral o inmoral o prohíbido... Sólo lo que es vedado puede ser de tal intensidad. Sin embargo, aunque su razón le diese mil motivos para no estar con ella, su corazón le daba mil uno para no dejarla escapar jamás.

Eligió. Se alejó de ella.

Habían pasado ya calendarios desde el dia en que su corazón se heló al saber que había roto el de ella.
Pero aquel copo solitario, sobre el dorso de la mano, la trajo a su mente con ferocidad... Otras veces se trataba de una canción, de oír el nombre de una ciudad compartida... Nunca se iba del todo.

Cerró los ojos y exhaló un hondo suspiro que dibujó humo sobre el frío. ¿Ella pensaría lo mismo estuviera donde estuviese? No existía respuesta creada en esta mentida realidad.

Suspiró de nuevo, esta vez pintado de conformismo, pero sin abrir los ojos... Porque con los ojos cerrados: "todos los diciembres nevaba en Cayao".

sábado, 2 de diciembre de 2017

Apuesta a ciegas

Ya, ya lo sé. No tienes nada que ofrecer y tú nunca vas de farol. ¿Qué hacemos entonces? ¿Brindar por nuestra mala suerte y jugar al black jack hasta perderlo todo? Recuerda que un día tuvimos las estrellas bajo nuestros pies. Aquella noche que, al amparo de una luna furtiva, nos buscábamos desesperadamente como dos adolescentes, sin portal que nos cobijase de la lluvia.

Yo tampoco tengo nada que ofrecerte. Apenas si un abrazo de los que te quitan el aliento, o te lo dan. El don de pintar una sonrisa en tu cara, los días grises y fríos. Las ganas de luchar y volar tan alto como alcancen mis alas, sin quitar una sola molécula de tu cielo.

Ya ves, no es mucho. Te prometo la incertidumbre de mañana, pero pongo sobre la mesa la luz de hoy y el calor que despierta almas en pena, que hace resurgir del letargo todos los dragones. No me apuesto los besos... Sin duda, son infintamente mejores cuando tú me los robas y yo finjo que no te dejo. Escenas sueltas de una película sin final. De unos besos de estación sin despedida que los cierre.

Yo quiero tu nada. Porque a lo mejor, sumada a la mía, conseguimos el póker de ases. Una lástima no saber que cartas irán en la siguiente mano. Pero, ¿y si las hubiera? ¿y si todo es posible, porque nada está escrito? Yo quiero hacerte reír a carcajadas. Abrir los siete candados de la caja de Pandora. Recorrer los laberintos de tus ojos sin brújula. Quiero descubrirte capa a capa, sin prisas, en un mundo demasiado acelerado. Quiero descubrirte cada día con la misma emoción con la que te encontré la vez primera. ¿Hace cuanto ya, viejo amigo?

Lo entiendo. Es un riesgo no calculado. Quizá yo misma sea Lucifer en el vestido y cuerpo de una dama, pero en ese caso es el fuego de mi infierno el que te quita el sueño; el que te ocupa la mente arrasando la concentración cotidiana; el que te hace sentir y al que temes por ello. Es mi fuego, aunque tú no quieras salir de las cálidas tierras baldías del desierto.

¿Cómo dejarlo todo en pos de una terrible inseguridad? De todos modos da igual, el mundo se derrumba pero tu no eres Rick, esto no es París, ni yo me marché para no volver.

¿Más cartas, viejo amigo? Esta partida está llegando a su fin. Apenas si queda otra mano. La última mano hasta la siguiente vez. Pero, ¿lo has pensado? Quizá el mundo acabe mañana y nos condenaremos al purgatorio. por haber cometido el terrible delito de haber traicionado al destino en el que no creemos. Tranquilo, no me mires así. Si el mundo sigue en pie y, en mí, continúa un hálito de vida, seguiré aquí.

Ya, ya lo se. Tú no puedes ofrecerme nada. Yo no tengo nada que ofrecer. Más no confundas nunca la comodidad con la felicidad. Sería nuestro mayor fracaso.

Sí, sé lo que te estoy ofreciendo. Una apuesta a ciegas.

jueves, 30 de noviembre de 2017

Injusta Justicia. Historia de un supuesto plagio anunciado


La Justicia no es ciega, no es igual para todos y mucho menos es justa. Hoy es el aciago día en el que dejo de creer. En el que escribo este artículo con mi opinión, mi verdad, sobre los hechos ocurridos en Cartagena ante la pasividad de tantos que asusta el mundo en el que nos movemos.

Hace tres años escribí (y registré como propiedad intelectual) una obra de teatro histórico titulada "Asesinato al Marqués de Camachos". Cuya investigación histórica me llevó más de un año, tratando de rescatar toda la verdad posible de una historia en la que algunas partes habían sido enterradas, obedeciendo a ciertos intereses. Se estrenó y estuvo realizándose durante un año, con una función al mes, en el Palacio de Casa Tilly. Lugar en dónde ocurrió el hecho histórico. Varias personas tuvieron acceso al libreto (insisto, registrado bajo Propiedad Intelectual). Fue un éxito y así lo dijero tanto medios de comunicación como las casi mil personas que pudieron verla.

Un año después, paseando, me encuentro un cartel del II Festival de Teatro Histórico de Cartagena, en la que aparece una obra titulada "Asesinato al Marqués de Camachos", en el que llama, además, la atención que es la única obra del cartel que no pone su autoría ni quién la representa. Algo que, en mi opinión, dice mucho. Este festival lo organiza Enrique Escudero Vera, persona a la que conozco bien, para mi desgracia, tanto su trayectoria en Madrid como en esta ciudad. Quién además ya ha sido denunciado con anterioridad por otras personas, presuntamente, por uso de artimañas y ardides, en mi opinión, bastante faltos de ética y moral. Algunas sentencias las perdió, aunque supuestamente nunca abonó las cuantías requeridas por, supuestamente, ser "insolvente".

Antes de continuar, aclaro lo que dice la Ley que es un plagio (puesto que hay de varias clases, entre ellos, el llamado "plagio encubierto"): "coincidencias estructurales básicas y fundamentales, y no a las accesorias, añadidas, superpuestas o a modificaciones no trascendentales (sentencia de 26 de noviembre de 2003)". (Fuente). Además, un amigo, experto en Ley de Propiedad intelectual me dijo que el título de la obra pertenece también al autor. Al ser este el caso de un personaje histórico, se podría usar el nombre de dicho personaje pero cambiando la parte registrada de "El Asesinato de...", puesto que de no hacerlo seguiría incurriendo en plagio.

La representación de la obra era inminente para agosto (mes de vacaciones de la justicia), además, en mi opinión, existe una supuesta mala fe basada en motivos personales de esta persona y allegados, en la que en mi opinión y supuestamente tienen fijación contra mi. Así que decido apelar a la Justicia e interpongo un escrito de "medidas cautelares previas a denuncia y urgentes, in audita parte, por peligro de mora procesal" hasta que se determine la autoría de la obra. El entrecomillado quiere decir "sin oir a la otra parte por peligro de retraso judicial". Pero la obra no se lleva a cabo. Aún así el Tribunal de 1ª Instancia de Cartagena, resuelve que este caso, al ser de propiedad intelectual, el Tribunal competente es el Juzgado de lo Mercantil que se encuentra en la ciudad de Murcia.

Enrique Escudero Vera vuelve a sacar fecha, con el mismo nombre de la obra pero achacándose la autoria. Por lo que a finales de Julio me voy a Murcia, e interpongo las medidas cautelares previas urgentes, mientras se redacta la denuncia. Como llega Agosto y con este mes, las vacaciones judiciales, la obra se hace (de lo que tengo capturas de pantalla de fotos, carteles y demás pruebas). La resolución llega tarde, después de realizado el acto. Así que confío en que Enrique Escudero Vera le entre la razón y la coherencia, y desista de su supuesto intento de aprovecharse, obteniendo supuestamente un lucro económico, del trabajo de dos años de la que escribe y firma este artículo.

Pero, en mi opinión, la supuesta fijación tanto de Enrique Escudero Vera como de las 4 personas que suelen acompañarle siempre, es tal, que vierten tremendos insultos e injurias y esparcen, supuestamente, oscuros rumores... Eso sí, sin pronunciar mi nombre, porque esto también es demandable. Pero dando tantos datos que cualquiera que me conozca pueda deducir que se habla de mi. Actos que, en mi opinión, considero viles y cobardes al negarme posibilidad alguna de defensa. Eso sí, cuando Enrique se cruza conmigo por la calle, supuestamente, baja la cabeza incapaz de mirarme a los ojos. Tampoco es que fuera a esperar mucho de alguien cuya trayectoria conozco demasiado bien y ya nada me sorprende de él (ni de los acólitos que le siguen).

Me cuentan que, supuestamente, el ha reconocido que sabe que la obra es mia y que él puede hacer lo que le de la gana. Palabras que, como no estaba yo delante, no puedo aseverar que ocurrieran de esa manera, aunque en mi opinión, de haber sido, tampoco me extrañan de una persona que siempre ha tenido ciertas actitudes. Por suerte, igual que yo conozco su trayectoria, es también conocida por otros muchos.

Ahora me encuentro de nuevo que esta obra se va a representar en formato de ruta teatralizada este domingo y que la única opción que yo tengo es que alguien compre una entrada, algo que no es posible puesto que, supuestamente, estos beneficios no son declarados ni existe tal entrada. Supuestamente, se abona en el acto y se ve. La segunda opción es que me entere de dónde va a ser y vaya y lo grabe con el movil, exponiendo de ese modo mi persona, supuestamente, a cualquier cosa, a cualquier posible tipo de agresión verbal o física. Algo que no haré. Por eso no creo en la Justicia ya, en esta injusta justicia que deja impunes a, en mi opinión, ladrones de guante blanco que copian obras que su ingenio no llega a imaginar. Porque, ¿Por qué creen ustedes que alguien anunciaría una representación teatral sin poner donde se representa, pero sí poniendo un precio, 10€ y un número móvil en el que salta un buzón de voz y depende de quién seas te contestan o no? ¿Creen ustedes que esta actitud es de alguien que no tiene nada que esconder?

Por supuesto, todo lo que hay aquí escrito es mi opinión y me amparo en mi derecho a expresarla libremente, que es lo único que me queda. Por supuesto, todo es "supuestamente". Pero cualquiera que quiera la carpeta de pruebas, registro de obra, capturas de pantalla y todo aquello que poseo, puede pedírmelo que gustosamente lo enseñaré. No tengo nada que esconder.

Enrique Escudero Vera esta vez no se sentará delante de un juez. No creo en esta justicia. Pero sí hay algo en lo que aún creo. En la opinión pública, así que saquen ustedes sus propias conclusiones. He tenido que resumir lo que llevo vivido todo este tiempo.

Eso sí, si, "supuestamente", ni opiniones personales... Es un mero hecho que yo no voy a dejar de hacer lo que me apasiona por personas de este tipo. Por lo que ya estoy preparando una nueva obra de teatro histórico sobre las historias de un legendario barrio que hubo en Cartagena. ¡¡Nos vemos en el teatro!!

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Adictos al silencio

Esta es la historia de dos personas poco comunes, que se cruzaron en la línea que va de lo cotidiano a lo extraordinario, y cuenta la leyenda que, al final de los finales, ni las estrellas de mar pudieron contener su llanto.

Es una de esas historias en que los nombres son solo palabras que no definen, ni existe diccionario que contenga ni un solo término con el significado perfecto. Así que pongamos que él se llamaba Alfonso y era un marinero en tierra firme. Ella bien podía llamarse Luna, una sirena que prendía en llama todos los faros.

Alfonso la observaba antes de que Luna lo supiera. Admiraba su libertad, dibujando piruetas vestidas de saltos que querían volar. Sabía donde encontrarla y la buscaba. Más nunca decía nada, pues una cruz invisible sellaba sus labios.

Pero un día, Luna se cayó en el oceano de sus ojos y él vió las hogueras en los iris negros de la sirena. Las chispas que electrizaban el aire, creaban castillos artificiales, a medida, en un mundo de dos. La sirena llenó su vida de olas que le impulsaban, irremediablemente, a navegar las aguas que ansiaba pero a las que también temía. Le cogía fuertemente su mano y se zamullían juntos en donde las palabras no eran más que un aderezo de la felicidad que brotaba en cada poro, erizando la piel del alma de los dos.

Pero el mundo no es perfecto, la realidad es traicionera, querer no siempre es suficiente, los sentimientos desbocados acuchillan corazones y las peores tormentas no son siempre las que vienen de los cielos. La negrura todo se lo tragó.

Luna ya no hacía piruetas en el aire, sino que trataba de aferrarse a cualquier tronco que no la succionase a las profundidades del abismo. Alfonso ya no reinaba mundos perdidos, ni buscaba alas para volar junto a la sirena, solo trataba de resistir el huracán que todo lo devastaba.

Se separon tantas veces... Siempre el mismo vacío cargado de nostalgia. La sirena soñando con los oceanos de sus ojos, Alfonso deseando ver las estrellas dentro de su abrazo... Por eso, siempre volvían. Cada vez más rotos. Cada vez, más hechos jirones. Cada vez más cenizas. Pero siempre volvían. El siempre con miedo a decir de más y ella aterrada a soñar de menos.

Luego todo pasó. El tiempo también. Luna volvió a hacer piruetas en el aire queriendo volar, aunque con cuidado de no acercarse a aquellas rocas, no por falta de valor, sino por exceso de respeto. Alfonso no volvió a construir naves y se levantaba malhumorado si Luna aparecía, a traición, de la mano de Morpheo.

Y así es como se hicieron adictos a un silencio que jamás les había pertenecido. Ni este es final digno para una historia de sineras y marineros. Pero fue real.

viernes, 27 de octubre de 2017

Del corazón al viento


Había renacido. Recuperó sus alas y sus ganas de volar. Cogió su misma esencia y la metió en el cofré de los siete candados, detrás de las murallas del reino que atesoraba y cuya entrada había vedado a la mayoría. Era la misma y, a la vez, tan diferente...

No sucumbió a la tempestad, ni a la negrura de la noche que pareció eterna. Algunos susurros le recordaban, durante los días de herrumbre y olor a gasoil quemado, quien era. Quién había sido siempre. Mejoró su destreza en la espada y reforzó su escudo. Aprendió a distinguir el plomo del oro y elegió quedarse solo con el mithril. Con aquel extraño metal templado del que estaba hecha "su gente". Habían cerrado filas en torno a ella, ofreciéndole vías de escape para respirar. Lecho para dormir y abrazos para colgarse.

Volvía a brillar bajo las nubes. Los rayos de sol conseguían encontrar el camino de vuelta. Ya no había caos ni destrucción. De tanto en tanto, miraba hacia atrás, hacia el tiempo pasado, sin miedo a volverse sal. Lo cierto es que no se arrepentía de nada y daba gracias de las cicatrices que curtían su piel, pues cada una encerraba una enseñanza, otras un sitio al que no volver y, algunas, eran solo vestigios de personas que ya nada significaban... Todos menos uno, pensó. De nada, menos de una cosa... Había aún una espina clavada. Fingir que nada importaba lo que siempre importó. Algo que había abierto sangrante brecha reventando su corazón, pues no fue el acto, ni la situación, sino a quién implicó. Ese Alguien que nunca se fue del todo. Que pasaba como viento frío del norte ante su fingida indiferencia. Alguien que importó y que seguía importando.

No tuvo muchas razones, quizá no tuvo ninguna. Simplemente quiso hacerlo. Sin esperar nada a cambio. Sin expectativa que decepcionasen, ni siquiera esperó una respuesta. No lo había hecho con nadie, pues nadie del pasado que no continuase en el instante presente, le importaba ya. Pero Alguien era distinto a todos. Llevaba días pensándolo y aquel en cuestión nada tenía de diferente, respecto al resto. Simplemente lo hizo. Subió a una roca aislada y le susurró palabras al viento, desnudando su corazón al hacerlo. Tenía que decirle aquello a cambio de nada. Alguien tenía que saberlo.

El viento hizo su trabajo, recogió las palabras de quel corazón expuesto y voló con ellas. 

Entregó el mensaje. Y Alguien lo recibió.

jueves, 12 de octubre de 2017

La tiranía de la realidad

Se habían querido. De eso, no le quedaba duda alguna. Pero todo se complicó tanto que fue su "único imposible". El lugar al que ya no volvería. Las cenizas apagadas con jarros de agua fría y sinrazones que la cobardía protegió bajo su manto de comodidad.

Se habían querido como dos adolescentes. Bajo la luz de la luna y a pleno medio día. Se cubrieron de besos y de caricias y también de malditos ojalás que no venían engarzados en promesas solidas. Ella le había cambiado sus pensamientos por un maravedí y él le abrió su corazón sin condiciones. Le protegió hasta de sí mismo, atrapándolo en su abrazo mientras el tiempo pasaba impío, sin previo aviso de que, al final, llegaría el final.

Presos de su historia, protagonistas de las manos de otros. Añicos de recuerdos esparcidos en el colchón. Risas a medio tejer. Sueños que no le contó. Y la esperanza aún martilleando sus sienes, hasta que también se disipó, como lo hizo la tormenta.

Quizá lo fácil habría sido disfrazarse de la rabia y proferir toda clase de despropósitos. Unos verdad y otros flecos sueltos de una mentira que le quedaba grande. Lo fácil habría sido lanzarse miradas asesinas del aire cuando el azar los cruzaba pero, en lugar de eso, ella miraba hacia un lado y él hacia los cielos o los infiernos, según soplase el aire aquel día.

Ya no escribía sobre él, aunque la musa gritase en medio de la tempestad y el rayo de la inspiración le atravesase la piel de piedra del corazón.

A veces, miraba su móvil. A una hora concreta y estaba tentada de enviar un mensaje en la botella de una aplicación de mensajería: "Nunca he sido capaz de odiarte, solo quería que lo supieras". Pero nunca lo escribía. El nunca lo supo tampoco.

Justo lo que menos lamentaba era la pérdida de aquello más complicado que simple amor. Pero el recuerdo de los días en los que se tenían el uno al otro, la complicidad, la energía que encendía su motor, mirarse en sus ojos... El fuego que alimentaba recíprocamente los sueños de ambos... Y dos personas que sueñan juntas, no se merecen el daño.

Pero los finales son así y ya no existen las princesas de cuento, ni los rescates de caballeros sobre corceles blancos. Ni reyes que juran lealtad a una Dama. Ni Brujas malas, ni hadas buenas. La realidad es una tirana y, con ellos, entró a matar.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Podría decirte

Podría decirte que no esperaba que la noche me sorprendiera con un cruce casual, en la escalera del último bar, cuando apunto estaba de marcharme. Que me caí dentro de tus ojos, prendiendo fuego al mapa de salida, atrapaba por aquel denso misterio por descubrir.

"¿Qué haces en este lugar, dónde los cuerpos no se tocan y la música te taladra los tímpanos? ¿Dónde estabas todo este tiempo? ¿En que escondido rincón? Cuéntame tu vida, tenemos toda la noche... Quiero saberlo todo, aunque nada me debas. Anda, abrazaté a mi, está lloviendo y así nos empaparemos juntos"... No se si hubo un antes, porque lo que recuerdo nítidamente es que sí hubo un después.

"Vuelve a abrazarme y no me sueltes". Y lo hicé, mientras entralazaba mis dedos a los tuyos, suplicando que se detuvieran los relojes y que la lluvia no cesase. Te podría decir que contigo aprendí el arte de fumar sin mojar el cigarrillo, o que recuerdo el color de la camisa que se secaba, horas después, colgada en mi puerta. Dibujaste un corazón invisible sobre la piel desnuda de mi espalda. Sobraban las palabras que no existían para describirnos. Tuvimos que inventar un lenguaje nuevo y los silencios nunca fueron incómodos.

Podría decirte que, hasta ese momento, nunca me habían asesinado de miedo las terminales de los aeropuertos. Con la soledad sangrando en mi boca ante el recuerdo de tu rostro alejándose en aquel tren maldito que no te devolvió al andén. Con aquel adiós que no pudimos pronunciar. La duda se atrincheró, con su arpía sombra, sobre el árbol de la fruta prohibida al que atracamos furtivos de la noche que nos pertenecía.

Podría decirte que te arrojé, tan lejos como pude, de mi cuerpo cuando el miedo a ser feliz me paralizó y el infierno se congeló en el "No puedo" que apenas acerté a susurrar. Que las palabras me flaquearon, las excusas huyeron despavoridas y me desarmaste en el primer asalto. Puede, quizá, quién sabe, que te resquebrajase un poco el corazón con la única locura que no cometí.

Ahora recorro los bares dónde nunca estuvimos, buscando ansiosamente tu cara entre la gente. De tanto en tanto, una canción dispara a matar. Y una frase que murió en tus labios, antes de ser pronunciada, acuchilla mi curiosidad. Podría decirte que aún te pienso y me desvelo soñando lo que pudo haber sido antes de rendirnos. Y la vida nos volvía a cruzar, una y otra vez, en los peores momentos, cuando lo queríamos todo y, sin embargo, nada era posible.

Podría decirte... tantas, tantas cosas....

Sin embargo, hablamos de lo trivial y callo. Aunque, de vez en cuando, el corazón te traiciona y hablas de más, y el mío te sigue diciendo aquello que debo callar.

jueves, 31 de agosto de 2017

Esta noche


Esta noche teñiré de fuego mis alas negras y surcaré los cielos con tu alma de la mano. Blandí un recuerdo a modo de espada. Reduje a cenizas, durante un instante, las murallas que de todo te protegían. Tu corazón latente en una danza pohibida, hablaba aún con las últimas resistencias del que se sabe perdido.

Te traen los vientos del Norte que ponen mi brújula del revés, pues ahora eres mi Sur: un lugar al que siempre puedo volver.

Esta noche voy a ser feliz. Recorré las nocturnas calles y te contaré la historia que encierra cada farola. Quemaré todos los calendarios, dinamitaré la prisa, fusilaré los relojes y negaré la existencia del tiempo. Arrasaré las despedidas y los besos con sabor a estación. Bombardearé al tren del olvido, para que nunca pase por nuestro anden. Volveremos a reir bajo la lluvia, fumandonos un cigarro a medias, sin paraguas que nos resguarde. Nos empaparemos del cielo y de la tierra mojada. Enterraré mi cabeza en tu pecho y nos fundiremos en el abrazo que nos debemos.

Esta noche asesinaré, a traición, todos los compromisos que nos alejan. Ríos de sangre de otras lágrimas bajarán por las avenidas. Esta noche te prometo la risa.

Esta noche, yo fuego y tu tierra sobre la que arder, soñaremos el mismo sueño. Mi Ángel Negro siempre es fuego cuando agarro tu mano y tus alas negras y coraza pétrea, se deshacen en las hogueras que provocamos. Me dirás que tus días son grises sin mi sonrisa. Te diré que recuerdo cada instante a tu lado sin mella de tiempo que lo distorsione. Danzaré para tí con el alma desnuda, y un corazón para perder. Tú te sorprenderás a ti mismo hablando de más y las estrellas fugaces durarán eternamente.

Esta noche será nuestra y mañana... ya será otro día.

jueves, 17 de agosto de 2017

Perseidas a media tarde


Llovían Perseidas aquella media tarde y, cada una, bailaba en el fuego fatuo que ardía sin quemar.

Danzaban las musas, subía la moral de los ejércitos, los Gladios cortaban alientos, y las armas despertaban conciencias dormidas.

Ella viajaba, sin moverse de sitio, a aquella ciudad sin nombre, custodia de sus iniciales, a la que siempre podían volver. Aunque ella se sintió más Rick que Ilsa Lund en aquella época.

Las Perseidas caían a media tarde arrancando, en su fugaz carrera, hasta el último jirón gris de recuerdo. Con la imaginación volaba a endoquinadas callejuelas de chocolate, que te devolvían siempre al mismo punto, al son de más de doscientas campanas que habían perdido un réquiem.

Sus alas recordaban el vuelo por el simple placer de sentir el viento, sin miedo a que la tempestad la derribase tras la Esquina Incierta. Sobrevolaba los sueños de hoy, que pensaba convertir en las realidades de su mañana, sin sentirse en la cuerda floja atravesando el campo de minas de tra época no tan lejana.

Había ramas como brazos de los que colgarse en cada encrucijada. Las suficientes para afrentar una realidad de la que ya no cabía huída, ni volvería a cambiar por un quimérico quizás mañana. Los escudos la bordeaban en el centro de todos, mientras un bosque de espadas se levantaba con refulgiente fulgor, muchos habían sido protegidas por las alas de fuego, inquebrantablemente leales para con los suyos.

Caían Perseidas a media tarde y ella tornó, en noches con estrellas, todas las sonrisas que se cruzó aquel día. Se cumplieron sus deseos y también alguno que no alcanzó a imaginar. Reencntró una inagotable fuente de energía incondicional al alcance de sus dedos.

No sonaron violines. Ni echaron al vuelo las campanas. Sin embargo, el Universo le había regaldo estrellas fugaces en una taza de cafe.

sábado, 22 de julio de 2017

El problema


El problema no fue el melodrama, la musa, el artificio que embellece lo mundano. No fue decir que "se arrancó el corazón, aún pulsátil, y eligió las alas negras frente a los monstruos que poblaban las paredes en las que ya no se reflejaba ni su sombra". No fue elegir o resurgir de las cenizas, ya muerto el Fénix, como el Angel Negro que sobrevuela la ciudad. Fue mucho más sencillo y, al tiempo, corrosivo.

El problema fue que desaprendieron lo aprendido. Y consiguiron convertir un metro escaso en un distancia insondable, separados por un abismo. Ella incendió los libros de poemas que le había escrito y él lanzó al mar las ganas. Ya no sumaban dos, y uno más uno arrojaba, cada vez, un resultado distinto. Fue mucho más sencillo, porque le habría perdonado casi todo. Todo. Por tres. Por cien. Por infinito menos uno. Como un escorpión acosado por un incendio. Si hizo algo mal, que lo hizo, pagó un precio demasiado alto. Fue lo injusto del después.

El problema no es que el tiempo pasase impío, lleno de promesas vanas de un pasado que olvidar. No fueron las lágrimas sobre la almohada sin hombro en el que poyarse. No fueron las horas mirando por la ventana, esperando que él se marchase en cualquier momento. No fue el miedo, ni el invierno, ni el silencio. No fue que mantuviese la esperanza, herida de muerte, agonizante... Pero la mantuviese. Fue más cotidiano. Fue que se cansó de las palabras que contradecían hechos, y de hechos que hablaban más que las palabras.

El problema no fue elegir arrojar contra la pared el reloj de arena o parar las manecillas del tiempo, en espera de un faro que se encendiese. No fue que por mirar ese punto negro, ansiando su brillo, se le olvidasen el resto de faros que seguían ahí, ante su ceguera. Ni siquiera fue la desidia desesperante de callarse que el tiempo es un regalo demasiado preciado, como para pedirlo con la boca pequeña. Que no se recupera. Que no sabemos cuando es el último segundo. No fue que prometiera esperar sin saber si podría cumplir esa palabra. Porque esperó. Fue mucho más ladino, fue darse cuenta de que todo era relativo menos los segundos, y que ella nunca fue prioridad por mucho que sus labios dijesen. El problema no fue creerle a él, sino dejar de escucharse a sí misma.

El problema no fueron los Dragones, ni las Mazmorras, ni las Brujas buenas pero brujas. No fueron las fuerzas que trataron de derribarla. No fue su claudicación. Su extinción. Su pérdida... La suya, porque se perdió a ella misma. El problema no era la razón y sus matices, sino que deseaba, a lágrima podrida, que la rescatase del naufragio, del que él también había removido aguas, y encontró otras manos. El problema no fue hundirse y ahogarse. Sino que estuvieron los de siempre. Menos él.

El problema no es que la deslealtad esté en desuso, que la traición pueble las aceras, que todo Doctor Jekill encierra un Mister Hide. No fue ver su peor lado. El que nunca había visto. No fue que llegara aterrarle a veces. No fueron los vómitos, ni lo que se dijeron, o se dejaron de hacer. No fue el miedo acechando en cada esquina. No fue aquella sonrisa que maquillaba cada día. No eran sus alas negras. Fue mucho más corriente, fue que no dudó en sacrificarla en el momento en el que tuvo algo que ganar, sin ver lo que podía perder.

El problema no fue que lo esperara hasta declararse la guerra a ella misma. Es que él nunca volvió.

Fue todo más elemental. La vida es una continúa elección y ella, por no volverse a perder, eligió no volverle a elegir.

lunes, 10 de julio de 2017

Fortaleza de Zafiro


Aún quedaba un largo trecho, aunque podía contemplar, al fondo, la magnificencia de aquella fortaleza. El lugar al que le habían dicho en Ciudad Esmeralda que debeía dirigirse.

Era imponente, a la vez que escondía las maravillas que ansiaba. El camino prometía ser un desafío, algo a lo que estaba acostumbrada.

Katrhina saltó de su caballo negro, con agilidad felina y gesto contrariado. El puente que tenía delante no parecía demasiado seguro. Miró de soslayo a su ejército. A ese pequeño batallón que continuba a su lado, ondeando la lealtad con orgullo. Los caballos no pasarían por allí, era una temeridad correr el riesgo, pero sin monta tardarían mucho más.

Estaba tan absorta calculando las posibilidades, evaluando el terreno, que no vio al extraño caballero que apareció ante ella. El huargo, que caminaba siempre a su siniestra, gruñó al tiempo que tornaba en tormenta sus ojos grises. Ese conocido sonido fue lo que la devolvió a la realidad. Sonrió al animal en gesto tranquilizador. Después se irguió, con su brillante armadura y la diestra en el pomo de la espada, mirando con fuego en sus pupilas al que su rostro cubría con un negro yelmo, y una capa del mismo color tapaba la mitad de su endrina armadura.

Lo miró altiva. Detrás, su escuadra, también estaba de pie y lista. El huargo caminaba delante de ella, de un lado a otro, marcando la distancia entre el desconocido y Katrhina.

  - ¿Qué es eso?.- Inquirió profunda y metálica voz, señalando con el índice, la bolsa de cuero que Kat llevaba a su espalda.
  - ¿Quién lo pregunta?
  - El Guardian del Puente del Sacrificio, vasallo del Señor Zafiro, dueño y señor de estas tierras... Deberías ser más educada cuando estéis de invitada, my Lady.- Hubiera jurado que existía algo de ironía y divertimento, bien camuflado por el eco del metal.
  - Son piedras.- Replicó la mujer.
  - ¿Piedras? ¿Es vuestra arma una pueril honda?

Katrhina se molestó. El huargo se puso en guardía. El ejército cerró filas. Respiró hondo antes de que la pasión le hiciese contestar con el merecido desdén:

  - Sí, piedras. De diferentes colores, tamaños, textura y formas. Piedras.
  - ¿Quién viaja con una mochila de piedras?
  - Yo. ¿Queréis algo más, mi señor?
  - Creo que no podrás pasar por este carcomido puente, sin perder a toda vuestra guarnición de fieles amigos.- Aseveró el guerrero.

Katrhina susurró unas palabras en arcano idioma. Los ojos del huargo relucían como la espada del guerrero. Las nubes se descubrieron, sus cabellos rojos se incendiaron al contacto.

  - ¿Pretendéis amedrentarme con un truco de magia, mi señora?.- Katrhina no respondió.- Solo os digo que el puente no va a ser capaz de soportar todo el peso. Creedme, mi señora, no estoy aquí para batallar con vos... Los peligros, si los hay, los encontraréis al otro lado.
  - No serán peores peligros que los ya pasados, ni son de mucha ayuda vuestras observaciones...- Aguijoneó Katrhina con el arma de la palabra.
  - Debéis dejar la mochila de piedras.
  - ¡No!.- Exclamó.
  - Son solo piedras...
  - Pero son mis piedras...
  - Pero os impiden el paso. O vuestras piedras o vuestros compañeros de viaje. Debéis de elegir, mi señora.
  - No hay elección posible.

Todos la miraban sin entender. Incluso el huargo elevó las orejas.

  - Cada piedra es una cicatriz. Algunas, aún son heridas abiertas. Forman parte de mi historia. Dejar las piedras es renunciar a la memoria.
  - Dejar las piedras es no aferrarse. Es admitir las cicatrices como parte de una historia indeleble. Es curar las heridas, sin olvidar la caída que las provocó. Tu historia es tu camino, la senda escogida y hasta las risas y las lágrimas. No renuncies a tu memoria, abraza al futuro, sin un pasado que te lastre.

Sonó un silencio eterno.

  - Hay piedras que no quieron perder. Que quiero seguir llevando. Que no quiero dejar aquí, por el resto de los tiempos.
  - Pero son piedras y lastran y te impiden el vuelo alto y sesgan tu perspectiva y no te van a devolver lo que nunca fue... Pero sobre todo, son piedras y, como piedras que son, te hacen sangrar.

Sonó un silencio de tres días. Solo roto por el grito de las pesadillas, que solo ella podía escuchar. Sus compañeros esperaron pacientes. El huargo gris parecía marmórea estatua.

A la cuarta luna, se descolgó la bolsa. La lanzó por el acantilado y volvió a subir a su caballo de un salto. El puente se volvió piedra. El caballero se diluyó en el aire y, aún con el sabor de la nostalgia por lo perdido, cabalgó hacia adelante.

miércoles, 5 de julio de 2017

Bendita Tormenta

Aparecía en su mundo y... El sol se cubría con las nubes de sus ojos. Y, si había nubes, se tornaban grises. Los cirros se volvían cúmulos. El aire se impregnaba de esa fragancia de tierras fértiles en las que nunca echó raíces. Aún hoy, de vez en cuando, ese maldito "¿y si...?", la aguijoneaba en la cicatriz del miedo de su alma. Una cruz invisible sin clavo que la sangrase.

Aparecía en su mundo y no había preguntas. Ni respuestas. Ni palabra alguna que evitase el porvenir.

Aparecía en su mundo y las nubes amenazaban lluvia. Y, si ya llovía, entonces ella bailaba y reía. Como aquellos días frente al mar. Como antaño. Como cuando aprendió a fumar un cigarrillo a medias sin paraguas. Esa carcajada hacia dentro que le traía recuerdos de abrazos, de cuando el mundo se rindió bajo sus pies. Del agua rompiendo la roca, mientras él le susurraba al oído lo increíble que era haberse cruzado con ella, en mitad de aquel abismo insondable. O se callaba y se comunicaban con la mirada, a través de las profundidades su sus ojos, en grises y negro. Con un idioma hecho a medida, que solo aquellos dos habitantes de la Tierra eran capaces de comprender.

Aparecía en su mundo y estallaba la tormenta. ¡Bendita tormenta que la zarandeaba hasta ponerle del revés el corazón!. Y en su rostro se dibujaba la sonrisa que él causaba solo con acercarse. Y, si ya sonreía, entonces, reía más. O la sonrisa más abierta, brillaba con furor, ensombreciendo al sol. Eres luz e ilumunas mis sombras, le decía como si presa de un influjo irresistible, hubiera derribado todas sus murallas, dejando al desnuedo su fortaleza y su cuerpo.

Pasaban los años y seguía provocando aquella chispa eléctrica cada vez que aparecía. ¡Bendita tormenta que bien valía el vacío de la ausencia que dejaba tras de sí!

lunes, 26 de junio de 2017

Tomar distancia

Se alejó de ella y, por eso, le acarició los rebeldes mechones con exquisita dulzura. Tenía que alejarse. Bien sabía que aquello no era posible y, mucho menos, viable. Bien sabía que solo era posible en el mundo de los sueños, en los cielos del deseo y en el Universo de su boca...

Se alejó de él y, por eso, paró todos los relojes que no marcaban la hora del principio. Sabía que no podía ser. Lo había sabido siempre. Quizá en el futuro... Pero no le iba a esperar eternamente, mientras la vida pasaba, como silencioso testigo, del crimen que cometieron al soltar sus manos.

Alejarse de ella era volver a la rutina sin sobresaltos. A la llama del hogar, sin el ojo del huracán que lo gobierne. Era la calma, sin la brisa fresca de las mañanas. en las que le regalaba las verdades, que no le eran vedadas, como si aquella mujer pudiese leer dentro de los ninboestratos de sus ojos.

Alejarse de él era aserverar que nunca le volvería a ver aunque sus caminos se cruzasen. Era quedarse con un saco vívido de recuerdos de otros tiempos. Era la nostalgia de mañana con distinto sabor a la de ayer. Era renunciar a su corazón columpiándose en la garganta. No volverse a mirar en sus ojos y no adentrarse, nunca más, en las profundidades del volcán de su cuerpo.

Se alejó de ella tantas veces... Era lo correcto. La forma de no herir a nadie, abriendo una herida, aún mayor, en el fondo de su esperanza. Era lo que debía de ser. A lo mejor, no era su mejor opción pero era lo mejor para todos, incluída ella que merecía tantas cosas que jamás le había dicho.

Le vio partir, tantas veces, en silencio... Y dolía como la vez primera. Se notaba el agujero que dejaba en el muro invisible de las lamentaciones que nunca profirió. Era oír aquel silbato del tren dentro de su cabeza, mientras se le escurría, entre las manos, los restos del naufragio que había dejado el penúltimo beso. Era perder la fuente misma de toda magia.

Pasaba el tiempo. El volvía.

Quitaba hojas del calendario. Ella volvía.

Ese era su particular y recurrente modo de distanciarse. Al fin y al cabo, paseaban bajo la misma lluvia.

lunes, 19 de junio de 2017

Del Fuego a las Cenizas


"¡¡Maldito seas por siempre!!" - Resonó aquel desgarrador grito, que quebró hasta los cráteres de la luna. Un grito que bramó hasta expulsar el último hálito, justo antes de caer vencida al suelo.

Un año antes...

Se había arrancado el corazón con sus propias manos, aún en la última contracción. Del fuego a las cenizas.

Aún unos meses antes...

De las cenizas al Fénix.

Katrhina sentía los caballos desbocados de un corazón arrancado hace tiempo. Sintió. Sintió infinidad de cosas... Sintió que aún no había muerto del todo. Pero solo él conseguía devolverle aquellos latidos de los que había decidido prescindir. Y, sin embargo, no era posible.

Lo supo desde que le vió por vez primera. Desde aquel abrazo que les unió hace ahora tantas lunas. Si las almas gemelas existiesen, desde luego, él era la suya. Aquel que conseguía crear delicioso caos en su nada rutinaria cotidianeidad. Como ella, con su sola presencia, tornaba la tierra en volcan, la cordura en loca desesperación adolescente. Porque juntos eran un todo y, separados, simplemente eran otra cosa. Pero siempre fue una vetada posibilidad.

Las idas y venidas. Los silencios y aquel torbellino de pasiones que, implacable, los unía en uno solo. al antojo de una vida mortal. Seguramente, en un mundo ideal, se amarían en todas las vidas. Porque había cambiado hasta la orografía del camin,o pero no lo que se despertaban mutuamente cuando se miraban en los ojos del otro. Y, sin embargo, nunca fue posible.

Habían sucumbido a la fruta prohibida de la pasión sin estación ni destino. Lo habia sentido tan dentro que se había quedado tatuado su nombre en las venas. Había leído en sus ojos hasta desnudarle la esencia. Contempló las ruinas y el paraíso, la lluvia embravecida en sus ojos sin faro que le alumbrase las noches de ausencia. Lo había ansiado con instinto animal. Y él a ella. Y, sin embargo, ambos sabían que no era posible.

Unas horas antes...

Susurró unas palabras de despedida a Eolo. Era cerrar los círculos o perderse ella. Era el fin de los finales, sin los puntos suspensivos.

Pero él apareció, por sorpresa, a medio de la letanía. Y, entonces, no pudo decirle adiós. El tampoco a ella. Como si esa palabra les hubiera sido robada, puro divertimento de unos impíos dioses. Siempre estarían sobre aquel tablero de locura del "no te puedo tener y sin embargo...".

Así que, se dio la vuelta, para que él no la viese sin corazón. Acababa de acuchillar al ave de fuego. Se desplomó. El la tomó en brazos. La besó en los labios, apenas roazóndola. "Nos volveremos a encontrar, mi Señora, cuando giren los vientos" - Sentenció. Después, alzó el vuelo y desapareció entre las nubes.

En aquel momento...

Gritó ante la injusticia de los recovecos de aquel enrevesado camino. Maldijo al destino al borde de aquel precipicio.

"Os volveréis a encotrar, en esta vida o en la otra".- Respondió, impasible, El Destino.


lunes, 12 de junio de 2017

Réquiem


No tocaron a Réquiem las campanas oficiosas y la lucha se alzó reina, como cada noche. Porque era una noche más, sin pena ni gloria, sin vino y ya sólo las espinas de las rosas.

Tampoco compuso ningún músico su pieza más triste, ni tenía a quien tocársela o dedicarla. No había alma que remover ni corazón que tocar. Un cuervo cantaba su estridente melodía a lo lejos. Alas negras para un Réquiem insípido.

Tampoco hubo lágrimas y las plañideras ya habían llorado a todos los muertos; alguna de ellas, incluso, se arrrancó por soleares, llorándole a los vivos. Solo había huesos sin nombre. Calaveras rajadas como en las películas de bajo presupuesto. Pero sin director, ni guionista, ni productor que se interesase.


Era un entierro sin público. Sin buenas palabras y malos sabores. Era el silencio de la muerte enmudeciendo a la parca. Era todo y nada a la vez, como el gato de schrödinger con una crisis de identidad.

Era la angustia de otros tiempos. El dolor de las heridas secas. Era el aullido solitario de un lobo desgastado. Era todo y era nada. Como esas novelas que te dejan a medias, como los finales de los libros que nunca leíste. Desde luego no era ni "la sentina de escombros", ni "la feroz cueva de náufrago" que lloraba Neruda. Era más bien el poema 22.

Era la verdad y la mentira, sin ser falso ni cierto. Era lo despojado de todo. Un entierro como nunca hubiera imaginado.

Y así acabó todo. Sin beso de estación, ni tren que lo gobierne. Ni golondrinas en su ventana. Era la nada que llega detrás del Fin sin retorno. Del adiós sin hasta pronto.

domingo, 4 de junio de 2017

La pantera y el Templario

Por las noches montaba sobre aquella salvaje pantera negra que, en cierto modo, era parte de ella. Se alejaba de su ejército para contemplar el mundo desde la felina perspectiva.

Se movía lenta y sigilosamente, como si el enemigo acechase. Aunque no lo hubiera. Era su ritual nocturno del arco. De vez en cuando, bajaba del animal y ambos se bañaban desnudos en un estanque, bajo la luz azulada de la luna. Era su momento de paz y reencuentro con su esencia, lejos del clamor de la batalla y de los filos invisibles pero letales. Era el descanso de la guerrera y su fiel montura nocturna. Katrhina Tassar amaba aquellos instantes por encima de todos los demás.

Fue una noche cualquiera, durante el baño desnuda, cuando le vio por primera vez. Una sombra entre la maleza se había movido. Buscó visual e instantáneamente, con instinto de defensa animal, el arco y el carcaj. Las orejas del felino se irguieron también. Sin embargo, no detuvo su ritual. Continuó como si ignorase la furtiva presencia de alguien.

Como siempre que terminaba su baño, continuaba su excursión. Con aquella lentitud frente al frenético paso de la vida cotidiana.

Y cada noche lo repetía. Pero ahora sabía que alguien andaba sobre sus pasos. Aunque no dio muestras de saberlo, ni varió su ritual lo más mínimo.

Pasó un ciclo lunar completo.

Estaba agazapada sobre la rama de un árbol, daga en mano, conteniendo hasta su respiración. Mientras la pantera negra descansaba, apaciblemente, en la base del árbol. La sombra apareció en el pequeño claro. Katrhina saltó sobre ella, derribándola al suelo y apoyando el filo de su daga sobre una sorprendida yugular, inflamada por la adrenalina del inesperado asalto.

Katrhina había clavado sus ojos negros en aquellos otros, reflejo de la mar enbravecida. Fue entonces, cuando vió aquella noble insignia: La cruz Templaria.

Exhaló el aire de sus pulmones. Aflojó la daga y se puso en pie. La pantera se posicionó a su lado. Ella seguía perdida en la tempestad de sus ojos y el tiempo se detuvo unos instantes. El universo reverenció el encuentro.

El por qué la siguió, o como se hicieron compañeros de la luna, pertenecen a otros retazos de la misma historia. Lo que también era cierto es que coniguió desnudarle la piel del cuerpo y del alma, mentras se besaban con pasión adolescente producto del paraíso encarcelado de sentimientos. Nadie hubiera podido imaginar que Katrhina Tassar, la Princesa sin reino, líder del ejército rebelde... en aquellas noches, ya solo era Kat, la mujer que ronroneaba ante sus caricias como un cachorro de gatito. La que ya no arañaba si no era para tatuar corazones en su espalda. Kat, la amiga, la compañera, la amante... Pero simplemente Kat.

Eso fue hace tiempo... Antes de separar sus caminos.

Ahora, arrodillada ante el estanque, absorta en su propio reflejo proyectado sobre él, recordaba cada instante de aquel recuerdo, paseando por ocultos rincones. Pero también recordaba cuando la negó. Cuando la arojó a los pies de los caballos, manchando su noble insignia con la cobardía. La negó y vendió a cambio de nada, cuando Katrhina Tassar hubiera sido capaz de crear un mundo a medida para el Lobo y la Pantera.

No lo odió. No podía hacerlo. Lo había querido demasiado, eso sí podía jurarlo. Rogó a los dioses que maldijeran a todos los hombres con la obligación de "decir todas las verdades", aunque solo fuera un día. Pero ese día no llegó. Y ella desapareció a lomos de su Pantera, bajo la luna azulada, en silencio dando por perdida aquella batalla.

Se mimetizó entre los árboles y dejó de creer en caballeros Templarios. Aunque éste hubiera dejado tatuada una marca en la piel del alma que, a veces, se podía ver bajo la sangrante luna de los vientos.

domingo, 7 de mayo de 2017

Cristal templado


La muchacha miró aquel desastre con aparente gesto contrariado. Incrédula. Paralizada. Como si se hubiera vuelto roca en el mismo instante en el que, aquel espejo, tocó el suelo.

Le habían prometido estar hecho de un extraño cristal templado, irrompible. Con una nitidez de imagen indeleble, ni por el impío paso de los años. Aquel espejo que valía tanto para mirarse en él como a través de él.

Y allí estaba, esparcido por en suelo. Salpicando de esquirlas sus pies. Invadiendo el espacio y el tiempo. Succionando el aire hasta ahogarla. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo vería? La había dejado ciega.

Tras la primera impresión, se agachó resuelta a recogerlo. Cada uno de los trozos, algunos casi invisibles, le laceraron las manos sin poder detenerla.

Los tenía todos y, sin embargo, no encajaban. Como un puzzle sin solución. Como una tarde de verano gris. Como un otoño sin lluvia. Como el vacío sin materia.

Lloró. Y trató de pegarlo con aquellas lágrimas. En cada junta, en cada pequeño cristal. Pero distorsionaba la imagen. Se parecía, pero no reflejaba lo mismo. Cayó otra lágrima y lo volvió a quebrar más todavía.

Se le detuvo el corazón un segundo eterno.

Miró sus sangrantes manos. No era la primera vez que sangraba, pero era la única sin sentido. La usó para pegarlo. Quizá cambiara el color, pero tenía que recuperarlo como sea porque aquel espejo era único, de valor incalculable, más allá de todo precio. Las piezas volvieron a unirse, pero distorsionaba y tornasolaban, sin permiso, tonos cobrizos que la confundían.

La desesperación se apoderó de ella.

Recordó el poder que pueden llegar a tener las palabras. Así que le habló desde lo más hondo de su corazón. De expectativas, de sueños, de anecdotas pasadas y momentos futuros, de lo que habían pasado juntos. De las batallas que habían resistido y de las que todavía no habían librado. Y las piezas se unieron, solas, ante su vista, encajando casi a la perfección. Se miró en el espejo incrédula y... Vio como estallaba, antes sus ojos, dejándola casi sin alma.

Lloró. Sangró. Y volvió a recogerlos todos. Tardó varios días esta vez.

Exhausta, pero sin detenerse, usó una pasta de unir, la más poderosa que conocía: los sueños. Los puso todos sobre la mesa. Si los usaba para unir el espejo, los perdería. Lo sabía bien. Pero no podía perder aquel espejo único, así que sacrificó casi todos. Las esquirlas, cada vez más pequeñas, encajaron de nuevo.

Pero al mirarse... No era más que un mosaico que reflejaba una silueta amorfa y oscura, sin saber donde acaba ella y dónde empezaban las sombras que habitan en las paredes.

No se dio por vencida. Usó fuego y rayos y lluvia, de temporal y de rocío, rayos de alba, noches en vela... Le suplicó, le rogó, lo mimó, le gritó. Usó tardes únicas, noches inolvidables, madrugadas de confidencias. La risa, la carcajada.

Ya nada reflejaba. Pero siguió intentándolo, una y otra vez, volviendo a herirse las manos sobre heridas ya abiertas. Hasta peder el último ápice de fuerza y esperanza.

Realmente, ella, lo supo desde el primer instante que tocó, por primera vez, aquel suelo de zarzas y espinas. Nunca volvería a reflejar igual. Ya no era su espejo único e irrompible de cristal templado, sino un mosaico caótico sin solución. Por mucho que desease conservarlo, distorsionaba cada vez más. Y, entonces, se le partió el corazón.

Sacó las pocas fuerzas que su Voluntad atesoraba, y lo lanzó contra la pared de realidad que tenía enfrente. Lo redujo a móleculas invisibles.

Sin decir nada. Se marchó.

viernes, 21 de abril de 2017

Entre promesas y ojalás


Ahora que estamos, tú y yo, a solas. Cada uno con su soledad. Cada uno sin estar. Como dos que se desconocen hasta no llegar ni a desconocidos.

Yo, con un recuerdo herido de muerte por el disparo, a boca jarro, de una realidad tirana que le acarició la sien. Tú, porque no se puede envidar al destino yendo de farol, sin más mano que una repleta de promesas vacías, sin comodines que jugar.

Yo, con un ojalá muerto de inspiración, estrangulado por el interrogante asesino del invierno de tus ojos. Sin reglas en las que atrincherarse. Sin bandera blanca o tregua.

Que no permitan los cielos que halles nunca ese macabro laberinto del que escapé, a tientas, a la luz de los fuegos fatuos, que anunciaban el carnaval de nuestros difuntos. Que no permitan los cielos que tu mundo se cubra de espejismos, ni del silencio que emana de los muertos, solo roto por la campana que nunca tocó a Réquiem.

Entre promesas y ojalás, traté de dilatar un tiempo que no me pertenecía, esperando en el anden de las dudas, por dónde no pasan ya los trenes, pero sin querer perder la espernza, mientras me dedicaba a mendigar un mendrugo de palabras.

Apreté el frasco que contenía el veneno disfrazado de cariño. Las esquirlas laceraron mis manos hasta pintar con sangre, en la ventana, un S.O.S. Un "te necesito más que nunca", porque nunca te necesité realmente, mientras dejaba que el espíritu del pasado abofetease mi mejilla al tiempo que, el del presente, me hincaba la Espada de Damocles en medio del corazón. Los afilados dientes de las comparaciones invitables me arrancaron la venda del alma impíamente y, por un instante, me volví estatua de sal.

La vela polar no marcaba el sur y yo no hallaba mi norte. No quería quedarme en aquel horrendo y dantesco lugar, pero tampoco me quise ir.

Lunas después, una mano apareció en la negrura, asiendo con fuerza la mía. "No estarás sola", susurró una conocida voz que no supe identificar. Cargó conmigo, más yo no era capaz de recorrer el camino que nos separaba. Paso a paso, por una senda que no había visto, bajo el manto de una luna que comenzaba a parecer hermosa desde allí. Sin prisa, pero sin pausa, siguió caminando. Paso a paso. A veces, gemía contrariada, muerta de nostalgia, pérdida y vacío. Otras, me quejaba en vano.

"No estarás sola...", volvió a decir, "se unirán a ti aquellos a los que preguntaste por sus sueños, te seguirán a los que regalaste la esperanza, te recorarán todos aquellos a los que les regalaste alas, tiempo, detalles de valor incalculable, a los que devolviste la risa, a los que enseñaste a reir... Se unirán a tu cruzada aquellos a los que tocaste el corazón bajo la piel de piedra, a los que les regalaste tu aliento y abrazo, los que protegiste hasta de sí mismos". Y siguió andando, paso a paso, cargando con mi cuerpo.

Poco después, recordé como se reía a carcajadas. Seguí caminando, ya por mi propio pie, paso a paso. "¿Quién eres?", me atreví a preguntar al fin. La voz respondió: "Tu instinto". Y se produjo un silencio, por fin, desbordante de contenido.

Así fue como no volví a pensar nunca más en nuestras ciudad de ruinas.

Así fue como juré no volver a recordar el dantesco laberinto que se encuentra ente las promesas y los ojalás.

jueves, 6 de abril de 2017

Alas doradas y negras

Capítulo 1.- Alas doradas

Cuidado con lo que deseas porque... Se puede hacer realidad.
Quiso volar.

El mundo era un lugar demasiado pequeño para sus sueños. La realidad demasiado inestable para sus instantes perdidos. El sol no brillaba bajo la lluvia. El gris era un arco iris de asfalto. Las almas de plástico paseaban por los parques, dejando su sombra de astío en todos ls bancos.

Quiso volar y voló.

Allí, en mitad de la nada a la que había reducido el vacío de sus bolsillos, con las rodillas clavadas en el suelo y manos sobre el pomo de la espada, una mujer lloraba como se llora de verdad: hacia dentro. Las alas brotaron majestuosad en su espalda. Doradas. Incendiadas por el fuego del atardecer. De aquel adormidero de infelicidades seguras, tan falto de pasiones que la alimentasen.

Espada y escudo bien asidos, se elevó en vertical, alejándose de aquel cementerio de ladrillo muerto y escamas de trazos de olvido. De aquel cenagal de hipocresía pintado de espejismo.

Voló por encima de las nubes. En libertad. Con un viento a favor que engrandecía las plumas.

Entonces lo supo. Había nacido para volar y aquella, su nueva piel, era en verdad la esencia de lo que siempre había sido.

viernes, 31 de marzo de 2017

Cara y Cruz

La imagen de María JJimenez que insipiró a "La Musa de la Luna"
Me llegó como un regalo a modo de publicación en una red social y con un mensaje que decía: "Cuando eres buena eres muy buena pero cuando eres mala eres mucho mejor... -Pongamos que me llamó Eloísa- no pierdas tu esencia".

Me quedé un rato mirándolas, "una mujer sentada" las llamé huyendo de prejuicios y stereotipos de género... Pero viéndolas ahí... Dos instantes, la misma mañana y, aún así, separado por el tiempo. El angel y la diablo. "Ha conseguido captar la esencia, la jodida", me dije sin decírselo. ¿Cómo cambiar lo que era? ¿Cómo renunciar a mi esencia? ¿Y que importan los nombres en la magia de los momentos?

Pongamos que la mujer sentada sobre fondo negro, Eloísa, es el ángel. Pongamos que la mujeres retando al suelo rojo, La Ordago, es la diablo. Pero un diablo repudiado del Infierno. Nunca entendieron la ética. Y allí estaba: la cara y la cruz, la noche y el día... Eloísa y la desterrada "La Ordago".

Entonces recordó a aquel a quien quiso tanto como para no dejar de quererlo nunca. Aquel que con voz grave y rizos negros, en aquel momento, en aquella habitación, con aire preocupado y, aquella chica que bien conocía su alma, pudo atisbar hasta miedo - Fuera nevaba: "Estoy enamorado de Eloísa, no contaba con ella y puso mi mundo entero del revés, y todo lo seguro era inseguro, y todo lo malo bueno, y todo lo negro fue blanco, la niña que apaga farolas a su paso... Pero La Ordago, ésa es mi mejor amiga, la que siempre está ahí, la de la lealtad y palabra, la guerrera que no traiciona y ahora necesito a mi mejor amiga". Un precioso recuerdo. Por cierto, la tuvo (a su mejor amiga).

Eloísa es la fantasía de lo cotidiano, la pasión que vuelve los lunes en sábados, la dulzura que sale cuando no se la llama. La Ordago es la de lengua afilada y satírica, la que llamas a las tres de la mañana y acude sin pensarlo, la que protege a los suyos, a los amigos... A esa familia que se elige.

Eloísa es la de sesibilidad extrema que es capaz de tocar algunos corazones y sacar lo mejor de sí mismos, es la que te sorprende por que sí con una piruleta, la que te regala un no cumpleaños, la que sueña despierta, la que llora pero prefiere la sonrisa, la belleza de lo simple.  La Ordago es la guerrera que no teme, la que enfrenta las afrentas, la que te cubre con su escudo y sacrifica una vida, que usa su lanza contra lo injusto y miserable. La que no teme hablar y aborrece la mentira y al que miente, la que no entiende la traición y nunca se planteó olvidar una. La que cae de rodillas, sangra, llora, mira al sol y se levanta.

Es todo eso y no es nada de lo anterior. Dos caras de la misma moneda, dos gotas en medio del oceáno. Dos realidades pero un solo corazón.

Para María José (Nakarte).
Un regalo de mi musa a la tuya. 

lunes, 27 de marzo de 2017

Los cuatro elementos

Lo eran todo.

Fueron FUEGO. Aquella admiración mutua, aquel amor que se profesaban más allá de lo carnal y mundano, más allá del Parnaso de los poetas, más allá de cualquier definición que pueda encerrarse en unas letras. Y ardían en la hoguera de un abrazo de verdad, de ésos que te acarician el corazón y que se comunican en el idioma del alma. Ardían en solitario cuando sus ojos no se hallaban, sus manos no se tocaban y sus pasos no se cruzaban. Hasta que se volvían a ver y se incendiaba el aire y los espíritus primigenios bailaban sobre las brasas. Y sus ojos prendían llama. Un fuego que era acogedor como el hogar o pura devastación. Y, cuando se unían, cuando daban los mismos pasos en la misma dirección, no había lanza de poderoso ejército que contenerles pudiera. Eran uno. Latían al tiempo y el mundo se arrodillaba a sus pies. El mismo mundo que se tornaba Infierno cuando Dante no tocaba el violín y el tiempo no era un buen aliado.

Fueron AIRE. Aire fresco de primavera que renueva con risas verdaderas, de ésas que duelen. De esas que se graban. De ésas inusuales. De ésas que, cuando faltan, se echan de menos a manos llenas y saben a despensa vacía de lunes. Y, cuando a una de las partes, se le quebraban las alas, la otra parte buscaba siempre el modo de repararlas o forjar unas más grandes y fuertes. ¿De que valdría el aire si no fuera para volar? Y cuando Eolo se callaba, los dos se soplaban las velas a pulmón; viviendo cada uno su vida, pero amando sus sueños, alimentándose mutuamente. Pero, otras veces, el cielo amenazaba tempestad y el choque era tal que no se conocía ciclón peor, y las ruinas llegaban y la calma no aparecía hasta ver cenizas grises de corazones rotos. Pero siempre volvían. Se buscaban. Es una de las características del aire: Es indivisible.

Fueron TIERRA. Siempre había un lugar al que regresar. Una tierra prometida por conquistar. Cuando se apagaban todos los faros y la oscuridad cegaba a uno de los dos, el otro prendía la almenara indicando tierra a la vista. No había mejor brújula que aquel abrazo. Y, si las dos partes naufragaban, el primero que encontraba tierra rescataba al otro de su propio temporal. Siempre había un lugar que era principio y fin. La arena bajo el asfalto de la playa que conquistaron. Aquel mundo construído para ellos, en dónde no existía más distancia que la que se recorría, nunca la que separaba.

Y quizá por eso, porque lo habían sido todo. Una parte intentó dilatar el tiempo, extenderlo, alargarlo, jugarlo en su favor, pisotearlo, recomponerlo y volverlo a pisar, mientras la otra parte permanecía inmóvil. Como estátua de gesto pétreo que, con su sola sombra, causa terror. Y buscó el fuego, pero eran las cenizas. Y buscó el aire, pero era la calma absoluta. Y buscó la tierra, pero solo halló el mar. Y gritó en silencio y a pleno pulmón. Y lloró. Y rió histriónicamente. Y se mintió en la mentira de una realidad cada vez más tirana. Y trato de abrazar a aquel pequeño recuerdo... El único que conservaba con color, que no había perdido su brillo. Pero fue AGUA. Y, por mucho que quiso retenerlo, agarrarlo fuertemente... Estrujarlo por negarse a perderlo, se le escapó entre los dedos congelándole la mano. Hasta la última gota que vió difuminarse con tristeza agónica. Ya no habían preguntas, y todas las respuestas se habían fundido en una sola.

Realmente, no eran nada.

martes, 21 de marzo de 2017

Pocas caras y demasiadas caretas

"Pero eso es normal...- Dijo ella en medio de aquella conversación, con cierta profundidad, que había nacido del modo más trivial: en un encuentro fortuito.- Yo no tengo la misma cara contigo, alguien a quién aprecio, respto y admiro que la que mantengo ante el que me traiciona o rompe el corazón a sabiendas de lo que hace".

"Puede ser... El problema de verdad viene de aquellos que tienen demasiadas caras".- Aseveró él con tono jocoso, aunque matizado con ciertos tintes de dolor y amargura pasada, que aún, a veces, movían la rueda de molino.

Ella sonrió, con mirada cómplice, quizá había pasado también por abismos que nunca debieron de abrirse bajo sus pies: "No lo creo. Hay pocas caras y demsiadas caretas".

La cara es la que ríe a carcajadas, hasta las entrañas, hasta sentir dolor de la propia risa, cuando la provocas con una de tus payasadas y la misma cara de la moneda tampoco le ríe las gracias a quién no me las causa, porque nunca tuve la necesidad de aplaudir a los bufones para que me den tres cacahuetes de premio. La careta es la del bufón, la de buen cortesano, la de servil compañero al amo (no al amigo), la de firma Channel comprada en el rastro, la del bolso caro y cuna baja, la de la sobervia pintada de humildad.

La cara es la que se incendia espontáneamente cuando el enemigo de un amigo le lancea, y tu desenvainas la espada Leal, despojada de crueldad, pero tan afilada que aguijonea y traspasa armaduras, la misma cara es la que recibe la bofetada de la calumnia y, sin embargo, sonríe satisfecha de no haber puesto en venta sus principios. La careta es la que usa Judas para confundirte, cobrando siempre menos de las 13 monedas de oro, aquella que defiende pero según a quién o ante quién, careta es aquella que, cuando el viento cambia, abandona la batalla y a quién sea, con tal de salvar solo su vida (o su silla, o cualquier cosa vana y menos importante). La careta es la que finge desprecio cuando miras, pero traba alianzas a tus espaldas con los que antes te habían traicionado.

La cara es la tranquilidad que da hacer lo correcto hasta cuando no hay nadie mirando. La de la sabiduría que dan los años (y los abismos, y las caídas y el haberse levantado en cada una de ellas). La que, si tú levantas el teléfono pronunciando un "Te necesito", parará el mundo y acudirá a los confines de la tierra, por el único motivo por el que soy capaz de parar el tiempo: porque te quiero, amigo mío. La careta es cualquier excusa para no hacerlo, unas más manidas, otras muy bien construídas, otras demasiado exageradas... pero excusas todas.

Yo solo tengo estas tres caras. La careta es la que termina cayendo.


La peligrosa es la careta. La careta es la que consigue que el lobo parezca un cordero, no su piel.

miércoles, 15 de marzo de 2017

El abismo de Katrhina

Oyeron unos cascos al galope. Solo uno de los caballeros saltó raudo sobre su corcel y salió al encuentro del inesperado intruso. Ningún otro se movió, más que para observar la escena sin ánimo, sin moral... Sin ganas.

Era imponente aquel pura sangre blanco que relinchó cuando, su jinete, tensó con fuerza las bridas.

Una espada apuntaba a su garganta:

  - ¿Atravesaríais el corazón de vuestra amiga?.- Preguntó una voz femenina detrás del yelmo que le protegía y ocultaba el semblante.

Aunque hubieran pasado mil vidas reconocería aquella voz en cualquier lugar. Una de sus rodillas se clavó en tierra, al lado de la punta enterrada de su espada. Miró al suelo, con lágrimas en los ojos:

  - Katrhina...
  - ¡Levanta del suelo, Barquero! Y dadme un abrazo.- Dijo riendo la mujer, asiéndolo del brazo para levantarlo de la servil postura.

Se quitó el yelmo y sus cabellos se inflamaron como brasas encendidas con la luz del sol. Apenas pudo verla bien un instante, antes de fundirse entre sus brazos. "Te he echado de menos...", susurró el Barquero. Cuando volvieron a dividir sus corazones, dejando que la distancia los apartase lo justo para seguir tocándose, ella vio aquello en su cara... Aquel aire de preocupación que empañaba ligeramente su alegría:

  - ¿Qué ocurre?.- Interpeló la mujer atravesando sus pupilas para leer en el fondo de su alma aquello para lo que aún no se habían inventado las palabras.
  - Yo... Nosotros... Temimos perderte... Yo... Creí que nunca volvería a verte.
  - Os di mi palabra.- Aseveró ella.
  - Y no debí dudar, pero...
  - ¿Sabéis? Yo también temí perderme.

Katrhina lo miró detrás de aquel muro de sombras enigmáticas. Recordaba, quizá, todas esas noches en que la luna habían sido la única testigo, conferosa y silenciosa consejera. Pero era su amigo, le debía lealtad y respeto. Le debía una explicación.

  - Barquero, hay batallas que uno debe de librar solo. Abismos que no puedes pedir que nadie cruce por tí. Laberintos que conducen directamente a la más terrible de todas las locuras. Bandadas de carroñeras ávidas del elixir de tus ojos... Existen mundos muy oscuros.

La mujer hizo una pausa, sin dejar de mirar un punto no definido del infinito, mientrás el apretaba sus manos entre las suyas. Permanecía expectante.

  - Os pedí que esperárais por mi, a las murallas de la ciudad y no debí... Perdí mucho. Perdí mis alas. Lo perdí todo. Se apagaron todos las faros y hasta la última vela del mundo. Y cuando eso sucede, la negrura lo engulle todo. Los fantasmas ríen y te muestran la más cruel realidad... Es como si os arrrancasen el corazón aún latiendo. Y mueres... En cierto modo, cierta parte de ti... Muere. Y quieres volver, aunque sepas que ya nunca serás la misma persona, pero solo encuentras zarzales donde antes se hallaba el camino. Y se te cae a tiras la piel del alma... Y por mucho que os cuente, no hay palabra humana que pronunciada se parezca al horror que mis ojos vieron.

Una lágrima brotó de sus pardos ojos. El Barquero volvió a abrazarla:

  - No sigas. Lo he entendido. No vuelvas a irte... Nunca.
  - Nunca. Os lo prometo.- Replicó Katrhina.
  - No os contesté antes... No, no sería capaz de atravesar el corazón de una amiga.

Ella sonrió. El sol volvía a salir por el Este.

lunes, 13 de marzo de 2017

Mujeres empresarias y estereotipos "al DESNUDO"



Creo que ya es hora de que empecemos a dar un paso al frente todas nosotras, por esa igualdad de oportunidades, en contra de los estereotipos de género. Y esta es mi forma de gritarle al mundo que los prejuicios cierran mentes y abren heridas. 
Soy mujer, soy empresaria, mi nombre real es Cristina Martínez y este es mi manifiesto. Porque, ante todo, soy una persona.
Cuando la fotógrafa, referente y amiga María JJimenez (antes “Nakarte”) me propuso una sesión de “fotografía boudoir”, ni lo dudé. Fue un rotundo “Sí, quiero”. Es una de mis disciplinas fotográficas favoritas en la que, desde la más pura sensualidad, cualquier mujer puede verse bonita y especial. Y, en cada foto, hay algo de la modelo y otra parte que reside en los ojos de María José.
Cuando conté la propuesta, que tanta ilusión me había hecho, alguien me preguntó: “Siendo empresaria ¿Hacerte esa sesión y publicarla en las redes sociales, no perjudicará la imagen de tu negocio?”. Me apenó el hecho de que no me sorprendiese esa pregunta, pero no me asustó que pudiera perjudicarme y, por eso, respondí: “Pues espero que no, porque eso significaría que me están juzgando por un estereotipo de género”.
Y es a ese estereotipo al que llevo enfrentándome toda mi vida, personal y profesional. Sobre todo, en esta última, en dónde he oído, demasiadas veces, “Este es que es un mundo de hombres” y ni entiendo, ni quiero entender que significa eso de ser una de las “afortunadísimas féminas” que se mueven como pececillo en estos mundos. No sabía que tuviera que pedir permiso y, mucho menos, perdón. Y lo único que puede molestarme es que yo no cumplo, aparte de estar biológicamente preparada para procrear, ni una sola de esas reglas que son “ley” en un estereotipo, y debo de ser una persona muy afortunada, porque la inmensa mayoría de mujeres que conozco, tampoco los cumplen.
La imagen, en mi profesión actual, es esencial. Es vital. Es el primero “filtro” que pasas… O no.
Pues ahí lo tienen: su “estereotipo” al desnudo (nunca mejor dicho). 
Porque mi imagen, la de verdad, la que me da valor a mí, a mi empresa, a mis amigos, a mi familia, en resumen, a mi verdadero mundo… Son la honestidad, la auto exigencia, los objetivos, la sana competitividad, el que rendirse no sea una opción, la humildad, la lealtad, los días que exprimo al máximo, mi manera de apasionarme con tantas cosas, mi niña interior, la calidad de mis trabajos… Y, por supuesto, mis defectos. Como todos tenemos. Y ni unas ni otros necesitan de disfraces o máscaras artificiales. De postureos fingidos.
La profesionalidad no se compra en boutiques.
Si a alguien le molesta la desnudez humana lo respeto (no le pido que la mire); pero el mismo respeto exijo para mostrar la sencillez de la mía, que está muy lejos de ser frívolo exhibicionismo. Si alguien cree que por mostrar mi piel “cometo excesos impropios de una dama”, puedo responderle que nada tiene que ver, pero que también es virtud mía la discreción de mi vida privada. Porque detrás de mi piel desnuda hay tantos mundos, tantos recovecos, que se necesita mucho más que una fotografía para hacerse una idea de lo que soy o de quién puedo llegar a ser.
¿Qué si tengo miedo de lo que puede provocar esto? Ninguno. Sigo creyendo en aquello de que “cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía, sino Justicia” (El Quijote). Por eso doy un paso al frente porque, por encima de mujer, soy persona.
Y si tú ves, en esa preciosa fotografía de María José, algo más que una mujer sentada en el suelo es que no has entendido una sola palabra de mi manifiesto.
A todas las personas, sea cual sea su género, demos un paso al frente porque “igualdad es aceptar las diferencias” y yo reclamo "mi derecho a SER".
Fdo. Cristina Martínez