Oyeron unos cascos al galope. Solo uno de los caballeros saltó raudo sobre su corcel y salió al encuentro del inesperado intruso. Ningún otro se movió, más que para observar la escena sin ánimo, sin moral... Sin ganas.
Era imponente aquel pura sangre blanco que relinchó cuando, su jinete, tensó con fuerza las bridas.
Una espada apuntaba a su garganta:
- ¿Atravesaríais el corazón de vuestra amiga?.- Preguntó una voz femenina detrás del yelmo que le protegía y ocultaba el semblante.
Aunque hubieran pasado mil vidas reconocería aquella voz en cualquier lugar. Una de sus rodillas se clavó en tierra, al lado de la punta enterrada de su espada. Miró al suelo, con lágrimas en los ojos:
- Katrhina...
- ¡Levanta del suelo, Barquero! Y dadme un abrazo.- Dijo riendo la mujer, asiéndolo del brazo para levantarlo de la servil postura.
Se quitó el yelmo y sus cabellos se inflamaron como brasas encendidas con la luz del sol. Apenas pudo verla bien un instante, antes de fundirse entre sus brazos. "Te he echado de menos...", susurró el Barquero. Cuando volvieron a dividir sus corazones, dejando que la distancia los apartase lo justo para seguir tocándose, ella vio aquello en su cara... Aquel aire de preocupación que empañaba ligeramente su alegría:
- ¿Qué ocurre?.- Interpeló la mujer atravesando sus pupilas para leer en el fondo de su alma aquello para lo que aún no se habían inventado las palabras.
- Yo... Nosotros... Temimos perderte... Yo... Creí que nunca volvería a verte.
- Os di mi palabra.- Aseveró ella.
- Y no debí dudar, pero...
- ¿Sabéis? Yo también temí perderme.
Katrhina lo miró detrás de aquel muro de sombras enigmáticas. Recordaba, quizá, todas esas noches en que la luna habían sido la única testigo, conferosa y silenciosa consejera. Pero era su amigo, le debía lealtad y respeto. Le debía una explicación.
- Barquero, hay batallas que uno debe de librar solo. Abismos que no puedes pedir que nadie cruce por tí. Laberintos que conducen directamente a la más terrible de todas las locuras. Bandadas de carroñeras ávidas del elixir de tus ojos... Existen mundos muy oscuros.
La mujer hizo una pausa, sin dejar de mirar un punto no definido del infinito, mientrás el apretaba sus manos entre las suyas. Permanecía expectante.
- Os pedí que esperárais por mi, a las murallas de la ciudad y no debí... Perdí mucho. Perdí mis alas. Lo perdí todo. Se apagaron todos las faros y hasta la última vela del mundo. Y cuando eso sucede, la negrura lo engulle todo. Los fantasmas ríen y te muestran la más cruel realidad... Es como si os arrrancasen el corazón aún latiendo. Y mueres... En cierto modo, cierta parte de ti... Muere. Y quieres volver, aunque sepas que ya nunca serás la misma persona, pero solo encuentras zarzales donde antes se hallaba el camino. Y se te cae a tiras la piel del alma... Y por mucho que os cuente, no hay palabra humana que pronunciada se parezca al horror que mis ojos vieron.
Una lágrima brotó de sus pardos ojos. El Barquero volvió a abrazarla:
- No sigas. Lo he entendido. No vuelvas a irte... Nunca.
- Nunca. Os lo prometo.- Replicó Katrhina.
- No os contesté antes... No, no sería capaz de atravesar el corazón de una amiga.
Ella sonrió. El sol volvía a salir por el Este.
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