jueves, 17 de agosto de 2017

Perseidas a media tarde


Llovían Perseidas aquella media tarde y, cada una, bailaba en el fuego fatuo que ardía sin quemar.

Danzaban las musas, subía la moral de los ejércitos, los Gladios cortaban alientos, y las armas despertaban conciencias dormidas.

Ella viajaba, sin moverse de sitio, a aquella ciudad sin nombre, custodia de sus iniciales, a la que siempre podían volver. Aunque ella se sintió más Rick que Ilsa Lund en aquella época.

Las Perseidas caían a media tarde arrancando, en su fugaz carrera, hasta el último jirón gris de recuerdo. Con la imaginación volaba a endoquinadas callejuelas de chocolate, que te devolvían siempre al mismo punto, al son de más de doscientas campanas que habían perdido un réquiem.

Sus alas recordaban el vuelo por el simple placer de sentir el viento, sin miedo a que la tempestad la derribase tras la Esquina Incierta. Sobrevolaba los sueños de hoy, que pensaba convertir en las realidades de su mañana, sin sentirse en la cuerda floja atravesando el campo de minas de tra época no tan lejana.

Había ramas como brazos de los que colgarse en cada encrucijada. Las suficientes para afrentar una realidad de la que ya no cabía huída, ni volvería a cambiar por un quimérico quizás mañana. Los escudos la bordeaban en el centro de todos, mientras un bosque de espadas se levantaba con refulgiente fulgor, muchos habían sido protegidas por las alas de fuego, inquebrantablemente leales para con los suyos.

Caían Perseidas a media tarde y ella tornó, en noches con estrellas, todas las sonrisas que se cruzó aquel día. Se cumplieron sus deseos y también alguno que no alcanzó a imaginar. Reencntró una inagotable fuente de energía incondicional al alcance de sus dedos.

No sonaron violines. Ni echaron al vuelo las campanas. Sin embargo, el Universo le había regaldo estrellas fugaces en una taza de cafe.

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