miércoles, 3 de febrero de 2016

El hombre coraza y la mujer ganzúa

Lo que pasara antes o después de esta historia, de este momento ficticio que tanta realidad encierra, es indiferente... Digamos que él la había visto antes, aunque fingió que le era nueva. Que ella le sonrió una vez y él se la devolvió. Digamos que hubo una noche, extraña en esencia, rara para ambos, en la que todo era casi perfecto en una nebulosa onírica de sudor y fuego, de arder sin quemarse. Digamos que él, entrenada aquella táctica durante años, se colocó la férrea coraza que nunca se había quitado. Digamos que ella se asomó a la ventana de sus ojos y pudo ver algo del interior que él protegía como si fuera la vida en ello. Digamos que él se llamaba Lobo y a ella la llamaban Gata, pues pretendía hacer, de sus uñas, una ganzúa.

Lobo, como el solitario llanero que podía ser, dominaba el arte del silencio. No volvió a mirar aquella díscola risa que parecía iluminar toda oscuridad. No volvió a mirar aquella parte del felino cuerpo que descubrió aquella noche. No la volvió a mirar porque no se iba a permitir ni la más mínima posibilidad de que ella llenara un espacio que él quería vacío, no fuera a ser que quisiera irse con ella al fin del mundo, cuando él quería acabar solo su viaje.

Gata sabía como hacerse de notar. Lo mismo ronroneaba, que rozaba la pierna tan sutilmente que causaba confusión sobre si había sido o no intencionado. Gata era dueña del misterio a veces y podía desaparecer durante días. No saber nada de ella. Lobo, entonces, no la recordaba. Quizá alguna vez, en algún momento de descuido, le venía a la cabeza algo y, quizá, ese recuerdo provocara una sonrisa que él tornaba, enérgico, en un gesto seco. Y, entonces, Gata aparecía. Como siempre. Como nunca. Como si el tiempo no hubiese pasado. Y le maullaba como si él le contestara. Y él buscaba cualquier escondrijo donde y no volverla a mirar nunca más.

¿No debería haber entendido ya ella que mentía cuando decía que nada le ocurría? Porque estaba claro que mentía... Sin embargo, ella, o inocente al extremo o tan traviesa como para fingir inocencia en algo tan serio, volvía y le maullaba cuando apunto estaba ya de olvidarla. A Lobo le costaba, por lo menos una luna, volver a olvidar aquella risa, aquella fuerza, aquel modo felino de mirarle, aquella boca que callaba mucho más de lo que decía, aquel mundo de sueños que la rodeaba... Aquella... Sacudía la cabeza y rugía. Rugía para sí. Se enfadaba consigo mismo, por permitírselo. ¿Por qué no se iba? Pero Gata tenía la costumbre de volver.

Digamos que a él no lo llamaban lobo, pero que era un "hombre coraza". Digamos que ella, algo felina en esencia, quería robar la ganzúa que abría la puerta prohibida. ¿Quién ganó? La luna que fue testigo de cada momento.

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