jueves, 26 de marzo de 2015

Recreación Histórica en el Casino de Cartagena

Próxima recreación histórica y visita guiada al Casino de Cartagena. Organiza Visual Dreams, documentación y dramaturgia por Eloisa Lua:

"No se dejen llevar por el lacónico discurso de María Eustaquia de los Tomatillos… El maldito bastardo, Príncipe de los Franceses. Disculpen ustedes mis palabras, tan impropias de una Dama de alta cuna como yo, pero un título nobiliario no te protege de los más bajos sentimientos que tenemos los humanos… El Señor Godoy engañó a mi marido, pero a mí no. Claro que había puestos sus ojos en esta villa de Cartagena… Como la pusieron, antes que él, civilizaciones tan grandes como los fenicios, los cartagineses, los romanos y tantas otras… Éramos uno de los puertos más importantes del comercio de todo el Mediterráneo e infranqueable fortaleza del Mar que, amparada por sus cinco colinas, nunca fuerza militar alguna consiguió conquistarnos con flota navía. Eso es lo que quería Godoy, su valor como plaza militar y su puesto de paso en el mercado internacional. Y así quiso comprarnos, con la cesión de una silla Episcopal que siquiera era suya."

viernes, 20 de marzo de 2015

Cortometraje "El Terrorista"

Comenzamos la andadura de nuestro cortometraje "El Terrorista" por Festivales, tanto nacionales como internacionales. Habiendo sido enviado, esta semana, a los primeros cinco certámenes.
Muy ilusionados con este proyecto y con el calor y cariño de la gente que nos augura muy buen futuro.

"Hay atentados capaces de derribar cualquier muro".

lunes, 16 de marzo de 2015

Los que siempre estuvieron

Las risas caían a cascadas de los labios. La espuma blanca de la cerveza barría cualquier rastro de negatividad. El grupo tocaba a ritmo de rock. Una chica vendía figuritas artesanales en un maletín metálico. Las velas piratas mantenían el rumbo fijo hacia la madrugada.
Ella compartía chistes y opiniones y recordaban juntos anécdotas de un pasado compartido. Un pasado no pasado de moda. De tanto en tanto, ella se aislaba brevemente de la conversación, para grabar en su mente aquellos recuerdos.
Escuchó la primera nota de aquella canción y la reconoció al instante. No había vuelto a escucharla desde aquella noche, años atrás, en un concierto en el que él la cantó. Recordaba aquella noche con memoria fotográfica. Se había sentido demasiado sola, aún rodeada de gente. La hicieron sentir así, aunque ella buscase una barata justificación para lo que nunca la tuvo.
Contrajo sus labios como reacción al recuerdo que le mordió el corazón causando una pequeña y sangrante herida. Hizo recuento y faltaba alguien a quien había considerado importante. Se desdibujó su sonrisa hasta conformar una mueca neutra y vacía de todo sentimiento. Una voz interior le recordó: "Si de verdad hubiese querido ser tu amigo, habría encontrado el modo. Deja de engañarte, no era para él lo suficientemente importante". Sus ojos se tornaron opacos y su gesto infranqueable. Había vuelto a construir aquel inaccesible muro que la protegía. Pero ellos se dieron cuenta, la conocían demasiado bien. Y preguntaron el motivo de aquel cambio, sacándola así de la carcel de su mente. "Nada. No es nada. Acabo de darme cuenta que, a veces, te acuerdas de quien no está y la nostalgia te anuda los ojos. Sin ebargo, estáis los que habéis estado siempre. Ni más ni menos. Así que gracias por permanecer, a pesar de todo".
No le dio más vueltas. El no iba a arrepentirse. Ya había elegido, sacrificando lo único real que ella creyó tener: su amistad. No había que darle más vueltas. Al fin y al cabo, mejor haberse dado cuenta a tiempo.

martes, 10 de marzo de 2015

La Danza Prohibida

Sus manos entrelazadas, anudadas a las sábanas, en tensión hecha deseo. Sus bocas se buscaban con la locura de un náufrago por encontrar playa que le asegure la vida. Sus lenguas mantenían una lasciva lucha de poder y sometimiento. Las caderas de ella, acompañadas de las de él, bailaban la danza prohibida de la pasión furtiva. Sus senos, frutos en su punto perfecto de maduración, caían sobre su boca, intermitentemente, saboreándolas durante efímeros instantes, acrecentando el deseo cada vez que le eran negadas. Ella arqueó bruscamente su espalda al sentirlo dentro de ella. Jadeaba como si le hubieran arrancado todo el aire. El no podía dejar de mirarla. Ella reía iluminando la penumbra de aquel cuarto.
Dos a dos. Piel contra piel. Labio con labio. Jugando a dos locos a los que no les queda un mañana.
Entonces... Un rayo de sol aguijoneó sus párpados. Miró la mesa. Tal y como había pedido en recepción la noche anterior, su desayuno estaba a la hora prevista. Miró el reloj. Mojó sus ganas en el café y se comió lentamente una magdalena. Desnuda, pero sola.

lunes, 9 de marzo de 2015

El espejo roto del baño

El deseo se escapó de sus labios, furtivo entre las sombras. Saltó por la ventana, haciendo añicos el cristal. El ruido los convirtió, a todos, en piedra marmórea, mientras los planes de una mañana sin futuro se secaban al sol de medio día. La falsa flor del árbol prohibido deshojó la margarita del tedio, sirviéndose una copa de fracaso, veneno confundido con licor suave. Unos dedos buscaron a tientas, sin encontrar ni rastro de lo que fueron. Una gota de sangre ardiente de un corazón helado resbaló de su lagrimal, surcando una contraída mejilla, dibujando una malpintada sonrisa. Solo una bastó. Miró al suelo y no halló más que cristales vacíos de esencia, silencio anudado a las sábanas de aquel hotel. Una mortecina luz asesinada por las sombras de la realidad. Un sueño quimérico al que le habían arrancado las alas a dentelladas. El deseo escapó de sus labios, como un ladrón, dejando, tan solo, un signo de interrogación escrito con carmín en el espejo roto del baño.

domingo, 8 de marzo de 2015

El eslabón más débil

Sentada en la playa, contaba los granos de arena, mientras los pensamientos jugaban a cara o cruz con el futuro más incierto.
El agua mojaba sus pies desnudos. Lamiendo las invisibles heridas que, el camino, había causado.
Su rostro pétreo, no mostraba expresión alguna. Sostenía una rama en su mano. Dibujaba palabras inconexas en la arena, que luego borraba el agua. "Amistad", "Lealtad", "Justicia", "Amor", "Batalla", "Honor", "Honestidad"... Utopías y no realidades. Conceptos que ya poco importaban en una realidad que no eligió.
El cielo, cada vez más endrino, amenazaba furiosa tormenta. Ni el inminente peligro, consiguió que se moviese de allí.
No sentía nada. Le habían arrancado lo que llegó a ser un día. No culpaba a nadie. No los había. La única culpa era la suya. Si las historias acaban del mismo modo y las batallas las pierdes por el mismo flanco, es que la cadena se rompe siempre por el eslabón más débil.
Ella sabía cual era. Se arrancó el corazón como el que desgaja un trozo de naranja. Metió las ruinosas cenizas que aún quedaban en aquella botella de cristal. E hizo lo único que podía hacer. Lanzarlo con fuerza contra las olas.

sábado, 7 de marzo de 2015

La historia repetida de los gatos bajo la luna

La luna era testigo, cada noche, de todos sus juegos. Y todos sus juegos eran secretos al abrigo de la noche.
Corrían por los tejados, susurraban en su lenguaje de dos, que nunca fue uno. Aullaban en silencio. Ronroneaban en suspiros.
Siempre bajo la luna. Siempre amparados en la noche quién, cómplice, ocultaba sus pecados.
Ella, gata parda. Solitaria. Juguetona ante la apetencia. Con férreos principios de gata.
El, gato con collar. Vivía en aquel hogar al calor de la lumbre. Viendo la luna a través de los cristales empañados, desde la seguridad de aquel sofá al que ya se había acostumbrado. La veía allí, siempre que salía la luna, encima del tejado de enfrente. Su silueta de sombras era inconfundible.
Un día decidió salir a buscarla. Quería saber más de ella y la gata se prendó de aquel intruso en su vida. Primero rehuyó el contacto, como hacía siempre que algo era capaz de tambalear su nocturna realidad. Estuvieron juntos un tiempo. Ella le descubrió lugares nuevos en una ciudad perdida. El rió bajo su abrazo, piel contra piel.
Una noche, la gata lo esperaba. El no volvió a aparecer.
Le esperó una noche y otra y otra... Pero nadie volvió a subir a aquel tejado que habían hecho suyo. "Otra vez, la luna y yo", pensó la gata desde el centro del dolor de un corazón roto.
La gata parda continuó su vida. La herida fue cerrando lentamente. A veces, aún sin querer, se acordaba del sonido del cascabel de aquel gato de hogar. Sacudía con fuerza la cabeza para desechar los recuerdos y, con ellos, el dolor aún latente. Ella era una gata parda. Parda y nocturna. Una gata de luna.
Pasaron años. La vida, la suerte o simplemente la causalidad, les volvió a cruzar en un tejado diferente. La gata parda lo miró altiva. Había sido traicionada una vez, sin explicación que valiese la pena. No habría una segunda oportunidad. El gato de hogar se acercó a ella. La gata bufó. Y así pasaron el tiempo, como dos gatos que se rehuyen hasta que lo inevitable ocurre.
Fue una noche, piel contra piel, bajo la caja de secretos de la luna. Ella se rindió. Poco después, olvidó el dolor pasado. Volvió a confiar. Le contó travesuras, preocupaciones, tesones, sinrazones... Hicieron planes, fantasearon con siguientes lunas y los días fueron pasando, entre risas y deseo.
Cuando la gata comenzó a escuchar aquella frase "La caja de los secretos de la luna se ha roto...", sabía como acabaría aquella historia. Esta vez, ni siquiera pensó que sería diferente. El le daría una explicación, que en nada cambiaría el final de la historia de los gatos bajo la luna, después, se iría al calor de la lumbre. No todos los gatos están preparados para vivir en las sombras, aunque sea injusto probar sin advertirlo. Ella no diría nada. Sabía, por repetidas experiencias, que nada valdría la pena decir. El gato se iria y no volvería más. Si acaso, alguna vez, la miraría de soslayo a través del cristal empañado, fingiendo que nunca le importó aquella gata parda, aunque con algún que otro recuerdo anudado en la garganta.
La gata, de nuevo, solitaria e hija de la luna, sin más corazón para romper, volvería a frecuentar sus tejados, su noche, su oscura realidad. Pero sin él. Sabía que el gato nunca la habría elegido. La amistad no suele ganar el juego del fuego de la chimenea. Así que, realmente, nunca fue su amigo.
Y así fue, tal cual imaginó. Lo supo porque, la historia repetida de los gatos bajo la luna, siempre acaba del mismo modo y sin perdices. No hay finales felices para los gatos pardos. No hay cenizas que quemar en los corazones en ruinas.