viernes, 2 de enero de 2015

Háb1tat

(Este texto me fue encargado para que formase parte del cortometraje "Háb1tat" como voz en of)

Supongo que te sorprenderá este chat y sé que, además, llega a destiempo... Pero ya sabes que siempre me ha gustado decir la última palabra, y creo que éste es el mejor modo de ofrecerte un por qué.
La vida es una continua adaptación al medio. Una desenfrenada lucha de especies por la supervivencia de los más fuertes, en donde los débiles no tienen cabida. Has tratado de adaptarte, de convertirte en aquello que siempre has detestado, tan solo, para recibir el premio de una vida tranquila y en paz. No lo conseguiste. Has tratado de revelarte... De gritarle al mundo que gira en dirección caótica y, a veces, equivocada. No lo conseguiste y el mundo te aniquiló.
Has sido una persona que ha amado la vida. No te has conformado con respirar por obligación. Has querido más sensaciones, más intensidad, menos palabras. Descubriste aquello que muchos callan. Ese contacto con la Madre Naturaleza que nos lleva a la esencia más pura de lo que somos. Iniciaste una búsqueda en los pequeños detalles, tan necesarios para una vida plena, y que, sin embargo, la agobiante rutina del paso del tiempo, evita que nos fijemos en ellos. Sí, se puede decir que has sido un buscador. Un buscador de la esencia común y de la propia.
Has tenido unos valores, tan altos, que se convirtieron en el eje que le daba sentido a las cosas. Has luchado contra lo injusto y has defendido tus creencias, pesara a quien pesase. Y has amado la mentira mucho más allá de cánones o reglas.
Creo que estoy divagando mucho y te debo una explicación de cómo hemos llegado a este punto. Nuestra generación ha visto muchos cambios. Cambios importantes, cambios con los que, nuestros antepasados, ni alcanzaban a imaginar, ni creo que comprendiesen y, mucho menos, hubieran pagado un precio tan alto como el que nos han obligado a nosotros, un crédito vitalicio sin avales pero con intereses. 
Te preguntarás que tiene que ver todo esto contigo. Piensa en el todo, en el conjunto, pero juega tú, apuesta tú, pierde tú.
Sé que te destrocé el corazón y, aun lamentándolo desde el centro de mi alma, ni siquiera puedo decir un lo siento porque era terriblemente necesario. Lo hubiéramos podido evitar, sin duda. Quizá si tú hubieses llorado antes o yo hubiese escuchado desde otra perspectiva, pero no lo hicimos. Emprendimos esa guerra fría en la que nunca puede haber ganadores.
Quisiste comprender la nueva era. Me sumergí contigo en ese frío inframundo de la fibra óptica y lenguaje binario. Del código máquina de unos sentimientos ripeados con una mala compresión. Del no mirarse a los ojos, ni tocarse con las manos. Ese mundo artificial de kilobytes por segundo y medidas para todas las cosas, con la magia propia de lo nuevo, pero carente de alma. Un alma, la tuya, que se dejó atrapar por esa tela de araña a la que llamamos red.
Quise comprender como dos personas que no se habían visto nunca, podían llegar a tener un flujo de energía, tan fuerte, capaz de reducir a cenizas el alma y la piel del otro. De estrellarlo contra una cama de cristales hechos esquirlas y que pareciese aún pura belleza el hacerlo. ¿Qué tipo de grandiosidad puede haber en un mundo dominado por pulsos eléctricos? ¿Qué clase de mundo es ése?. El tuyo.
Quise comprobar la naturaleza magnética de ese sentimiento. Su verdad arbitraria de cobre. Y, si quise hacerlo, es porque ese mundo lo habías creado tú. Quizá yo, lo único que podía aportar, era una luz donde solo existían conectores de mentiras y brillante oscuridad. Si tú que, en otro tiempo habías sido capaz de hablar con los ojos y sentir con cada gota de sangre, estabas creando ese hábitat vacío de instintos y tan lleno de sentimientos prefabricados y falacias, al son de un protocolo de comunicación, a lo mejor es que yo, simplemente, estaba observando en la dirección equivocada. Y, al girarme para comprenderte... Comprendí que estabas muerto.
Por eso, traté de adaptarme. De sumergirme por completo. Pero volví a equivocarme. No sobreviví a ello y lo perdí todo en el intento. Ahora trato de soñarte, leyendo estas líneas, negando que tus ojos vacíos ya no miran, con el pelo revuelto y la cara abrasada en lágrimas; con esa sonrisa a medias, que es máscara de dolor, dándote cuenta que es demasiado tarde para cambiar el curso de mi historia, pero no queriendo ver la sonrisa apacible del sueño eterno, del que ya no es más que un recuerdo logueado por un chat que nunca fue nuestro.
Te podría pedir muchas cosas. Pero, cada una de ellas, sería la insuperable cadena perpetua de ver cómo, aquel que te completaba en todos los sentidos y hasta más allá de cualquier frontera o límite, desaparecía en algún lugar fuera de mi existencia.
No quiero tu tristeza, nunca la he merecido ni deseado. Ahora sé que estás en otro lugar, no sé si más frío o menos interactivo, no sé si mejor o peor. Pero seguro que la adaptación te resultará menos tediosa y el precio no será tan alto. Seguro que ahora sí entenderás la lección que yo no supe transmitirte a través de tu TCP/IP: “Piensa globalmente, pero actúa solo”. Que no te quepa la menor duda que, a pesar de todo, te amé. Nunca te olvidaré. Adiós.

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