martes, 18 de octubre de 2016

Palabras de Luto



Si todos los caminos llevan a Roma… ¿Como se sale de Roma?”… Así comenzaba el audio que le pasó, poco tiempo atrás, porque le recordaba a él en cada palabra. 

Resumir su historia era imposible. Describir la naturaleza o intensidad de aquel amor que se tenían era imposible. Entender aquella relación, alejada del romanticismo pero plagada de matices, era imposible… Así que le llamaron Amistad.

Ella hubiera bajado y puesto la luna a sus pies. Se hubiera enfrentado sola al mas poderoso ejército solo para protegerle e, incluso, se habría echado a los pies de los caballos si con eso le salvaba.

Llevaba ya tiempo haciéndose aquella lacerante pregunta: ¿Realmente se habrá parado a valorar lo que podría perder?. El tiempo es poderoso aliado cuando juega a tu favor, pero ni cura todas las heridas ni repara los corazones rotos. A veces, las cosas, hay que lucharlas. A veces, hay que saber ceder y hablar y poner boca arriba las cartas del ricón más escondido del alma, porque tan peligroso es jugar de farol como ir a ciegas. Y él estaba ya muy lejos de ella, a medio metro, pero terriblemente lejos. Y su alma se retorcía por dentro como se consume en la frustración el náufrago que no ve una sola gaviota.

Esperó. Espero más. Hizo acopio de toda su paciencia. Pero todo caía. Los escombros taparon el sol. Ella moría. Poco a poco. Lenta e insustancialmente. Delante de la mirada impasible de él. Su procesión iría por dentro, seguro, pero ella ya desconocía hasta eso.

Aquel día inspiró profundamente… habían superado tantas cosas… intentó algo más… y ahí estaban, aquellas palabras que se tornaron cicuta. Hubiera jurado que, por momentos, se le había parado el corazón.

Buscó y buscó, mientras el aún hablaba y entonces encontró aquella urna funeraria que encerraban los restos de lo que ya ni vibraba ni latía.

El seguía hablando. Ella lloró la muerte sin que un solo indicio de aquel desgarrador llanto se filtrase a través de la línea fría del teléfono. El entierro duró hasta que acabo aquella llamada.

Ella le habló de aquella súbita muerte. El debía de saberlo. Nunca contestó.

Parecían hechas de aire y supieron a cristales rotos. Eran mucho mas que palabras.

viernes, 13 de mayo de 2016

CICATRIZ DE GUERRA

Forografía: Rubén Fabeiro Media Visual - Modelo: Cristina Martínez


CICATRIZ DE GUERRA



Vivimos en un mundo que me dice qué es bonito y qué es feo, quien triunfa y quien es absorbido por la densa oscuridad del ostracismo. Un siglo tan falto de genios y gente que los siga… Que lloren y rían con la Nela de Galdós, que sufran por el incurable amor de Cyrano, y se derritan con la España de Alberti.

Me han enseñado que tengo que usar una talla 36 con un abundante busto, a ser posible de ojos claros o, en su defecto, grandes. Que la imagen del primer vistazo es mucho más importante que tu inteligencia o tu bondad. Veo a madres, a niñas, a amigas mías… sufriendo de verdad, con dietas imposibles y defectos de un cuerpo imperfecto por naturaleza. Y ahora, los hombres también… algunos de ellos y ellas, en hospitales con enfermedades tan graves como anorexia o bulimia… y sentía una profunda rabia… hacia aquellos que permiten y juzgan en base a este canon de belleza y que son capaces de ignorar a aquella persona que no los cumple o no se esfuerza por ellos, o aun peor, se mofan y atacan con insultos tan bajos como “gorda o fea”.

Un día, cuando celebraba la vida a manos llenas… la vi por primera vez. Estaba allí, cruzando mi vientre desde la boca del estómago hasta el apéndice. Rosada oscura. Con sus 37 puntos, uno por cada primavera que he visto, con su parte final hundida por culpa de un punto mal dado… y sentí vergüenza. “Ningún hombre querrá estar ya conmigo, da asco”, me sorprendí contándole en voz baja a la del espejo. Había nacido mi primer complejo. Sin darme cuenta, todo lo que no me había minado, ni importado antes… ni los kilos de más, ni los de menos… lo conseguía una cicatriz.

En mi rabia hallé la respuesta.

Le pedí a mi mejor amigo que me hiciera una foto porque iba a subirla a las redes sociales, junto con una dedicatoria, para aquellos que vayan a juzgar mi vientre o quien soy, por una marca… así que…. En donde tú ves una cicatriz…

Yo veo una herida de guerra hecha en la arena del ludus más terrible. Con un Gladio medio desgastado y a punto de dejarme allí la sangre y el sudor, y la propia vida.

En donde tú tuerces la boca con un leve gesto de asco, yo veo un gran camino por recorrer, directo a los sueños que quedaron en suspenso cuando creí que la vida se me iba. Un camino plagado de retos, de curvas, sinuoso a veces, otras con grandes avenidas… Un camino compartido con esos amigos que se han quedado cuando todos los demás se habían ido. Un camino para disfrutarlo cada día.

Dónde tú ves una cicatriz, yo veo 37 motivos para ser feliz a manos llenas, pues no tengo mayor prueba de vida y resistencia que la cicatriz que tú prefieres que tape.

No estoy en tu canon de belleza, porque es imposible estarlo y nunca entré en el círculo de crear muñecas de plástico a toda costa. Una cicatriz que me recuerda lo absolutamente maravilloso que es vivir, porque es símbolo y estandarte de la vida que estuve a punto de perder y a la que, ahora, me aferro con más fuerza que antes, sin dejarme en el tintero algo por decir y, mucho menos, un te quiero o un te he echado de menos. Una cicatriz que me recuerda a esas cervezas pendientes de beber y las carcajadas que las acompañan.

En donde tú ves una cicatriz, mi mejor amigo, vio una imagen que captar porque la belleza siempre está en los ojos de quien la mira. Porque belleza hay hasta en la cosa más nimia, pero hay demasiados ciegos que no quieren ver, y muchos invidentes que darían, cualquier cosa, por ver mi cicatriz.

En cada pliegue de mi cicatriz hay un sueño por cumplir, un lugar que visitar, una espada levantada, un escudo reparado, una legión de amigos que me recuerda cada día que sigo viva, una esperanza, un miedo superado, una lucha para la que nadie puede estar preparado, una historia que forja quien soy… Tú ves una cicatriz y yo, en ti, veo un corazón de plástico que chirría y hace ruido.

viernes, 15 de abril de 2016

Un café largo



El camarero sentía curiosidad por aquella mujer que entraba cada mañana, a la misma hora, desde hacía ciento treinta días. Se sentaba en el mismo taburete, en medio de la barra, apoyando su bolso sobre el asiento de al lado. Con voz queda pedía un café con leche. Se lo bebía a sorbos cortos, mientras permanecía con la vista perdida en algún punto del vacío infinito de la taza, como perdiéndose en la espuma. De tanto en tanto, de soslayo, miraba hacia la puerta.
El camarero observaba que, alguna vez cuando el bar se llenaba, algún cliente le preguntaba por el bolso sobre el asiento de al lado. Ella, mirando siempre a los ojos, pero con la voz atrapada en el pecho respondía tajante: “Está ocupado” y volvía a aquel abismo insondable de las profundidades de su pensamiento que solo ella conocía. Terminaba su café. Dejaba sobre la barra el dinero justo. Recogía el bolso. Se despedía de modo alegre, aunque un poco forzado y se iba. Y así día tras día, aquella extraña rutina.
La mañana ciento treinta y uno, algo cambió:
            - Un café largo y solo, por favor.- Pidió la mujer con suave.
            - ¿Cómo?.- Preguntó el camarero sorprendido por aquella variación.
            - Largo y solo… Como mi espera.- Explicó ella.
El camarero, con sorpresa y aún más curiosidad, se lo sirvió, aunque no se atrevió a hacerle ninguna pregunta. Se lo bebió y se marchó.
Aquella fue la última mañana que ella pisó aquel bar.

sábado, 26 de marzo de 2016

Llovía. No llevaba paraguas.

Llovía. Una de esas lluvias de finas gotas que calan hasta los huesos. Ella cargada de bolsas y sin paraguas, sorteando peatones que sí los llevaban.
Un mechón rebelde y mojado le hizo girar la cabeza. Y, sin poder esquivarla, una gran mordedura en el centro de su prisa.
Su sonrisa eterna se desdibujó en una delgada línea recta y sus ojos, puras llamas, tomaron aquel tono plomizo de cielo.
Estaba allí, sin haberlo querido ni bsucado, frente al bar donde todo empezó. Imposible no recordar.
Recordaba que fue el primer gran detalle que había tenido con ella, el día en que él sacrificó el tiempo que no tenía... Y ahora que lo pensaba un instante, no sabía si también había sido el último.
Recordaba aquella mesa de billar en donde perdió por un intento de ganar mucho más, mientras aquellos rizo negros caían sobre la frente de él y su mirada, misteriosa y penetrante, hizo le hizo diana en el centro del alma.
La mano de él, fingiendo descuido, recorrió la frontera de su cintura pero sin visado. Ella le regaló una de aquellas sonrisas sinceras y algo nerviosa. Había magia, de eso estaba segura. Al menos, la hubo aquella noche.
Acabaron en el coche de él, comiéndose a besos como dos adolescentes en plena esfervescencia hormonal y, en cada uno de ellos, ella recuperaba la fe y él agradecía al destino.
Llovía. No llevaba paraguas e iba cargada de bolsas. Ya no recordaba la prisa.
Se sentó en el borde de un escaparate. Había cierta esperanza imposible de que, a él, le diera por pasar por allí en ese preciso instante.
Llovía y aquel bar en donde todo empezó, la transportó a lugares más oscuros. A aquel final sin punto y aparte. A aquella sala vacía de hospital. A sus dedos, siempre fríos, acariciando un surco de la sábana a falta de espalda que explorar. Aquella espera sin esperanza y aquella llamada que no sucedió. Aquella montaña de preguntas sin respuesta que la ahogaba en el mar de las dudas. A no saber si aquello era orgullo o falta de interés.
Llovía. No llevaba paraguas. Las bolsas pesaban.
Se levantó como alma en pena, con los bolsillos cargados de abrazos sin dar, de palabras convertidas en silencioso aliento. Caminó hasta aquella plaza y se paró frente a su casa. Recordó las veces que estuvieron juntos allí, y también todos los días que no estuvieron. Solo quería tener la certeza de que, aunque pasado, no fue tiempo perdido. Solo quería mirar a aquellos ojos castaños, bajo los rizos negros, y comprobar si seguían prendiendo llama. Solo quería apagar sus dudas y poder dormir tranquila.
Llovía. Estaba empapada y no llevaba parguas.
Sacó el teléfono de su bolsillo, sujentando las bolsas con la otra mano. Buscó su número como quien explora en pos del santo grial. Miró la pantalla del móvil con su nombre y su foto. Se le hizo un nudo en la garganta.
Unos niños que corrían, no hubiera podido jurar si lloraba o era la lluvia.
Suspiró. Guardó el teléfono en el bolsillo contrario, mientras se decía: "muchacha estúpida, recoge tus preguntas, esa llamada le corresponde a él".
Y con los ojos plomizos, la sonrisa desdibujada, cargada de bolsas, empada de lluvia, con un saco de dudas por resolver y unos ojos a los que no poder mirar, se fue alejando por aquella calle, manteniendo la esperanza perdida de que el azar, el destino o su llamada les cruzase algún día.

lunes, 29 de febrero de 2016

Convivir con una Enfermedad Rara

"Raras, pero no invisibles". "La rara es la enfermedad, no yo". "3 millones de afectados solo en España". Y podría seguir poniendo una lista inmensa de titulares.

Hoy, Día Internacional de las Enfermedades Raras (y año bisiesto), no podía pasar de escribir este post. Yo soy una de ellos. Yo tengo una Enfermedad Rara. Y no me avergüenza decirlo, ni contarlo, porque no somos invisibles, porque no deberíamos sufrir rechazo, ni debería nadie de juzgar si es realidad o invención (y ocurre, creedme, hay gente de tan baja calaña que es capaz de cuestionar hasta eso).

Podría contar mi testimonio y no se diferenciaría mucho de la gran mayoria de esos 3 millones.

Al principio no lo sabes, estás absolutamente desconcertado y vas al médico. Entonces comienza un absurdo e innecesario peregrinaje por salas de espera y hospitales (en tu comunidad, porque la Salud en España es como la de los Reinos de Taifas y unos tienen más suerte que otros... No es lo mismo nacer en Madrid o en Barcelona o en Sevilla, que en Murcia o Almería o Granada)... Los que conoces, los que te recomiendan, los que buscas... La Sanidad Pública se te queda pequeña y tienes que recurrir a la privada. En la mayoría de los casos, se gasta los ahorros de toda la familia, porque ya se sabe: "la salud es lo primero". Después pasas por un número demasiado alto de diagnósticos erróneos, sin pruebas médicas que los avalen, en la mayor parte de los casos. Si tienes dolores musculares o te cansas, lo más probable es que te diagnostiquen de Fibromialgia y Fatiga Crónica. Y, si no te conformas, el peregrinaje se vuelve más cruel y lleno de obstáculos en los que, lo peor ya no es la propia enfermedad, sino la incertidumbre... Ese monstruo que te come por dentro y te mueres de miedo, porque no hay enemigo más feroz que aquél que no se conoce. Y te sientes como "la patata caliente" a la que todos quieren quitarse de encima. Ir a Urgencias por cualquier cosa se convierte en una situación de riesgo, porque en la mayoría de Hospitales no hay médicos preparados para estos pacientes, por lo que, como sea muy complicada la cosa, prefieren no arriesgar, mandarte a casa y que hables con tu especialista (si lo tienes). Es una situación tan frustrante que solo es capaz de comprenderla el que la haya vivido. En el mejor de los casos, encuentras a alguien que le gusten los retos y aún no se haya corrompido por el sistema (en mi caso es una científica de Coruña) y decida ponerse a investigar, vamos, lo que viene siendo hacer su trabajo (el que no ha hecho el resto, pero al que sí pagaste). Y podría seguir, pero han pasado 12 años... Y, como he dicho, no se diferencia demasiado del testimonio de cualquiera. Lo que si hice, por mucho motivos, pero el principal fue que mi "macabra procesión" sirviese para algo, que no fuese en vano, que ayudara a otras personas a que su Calvario fuera más soportable, para que supiesen que al final del túnel hay luz, así que creé un grupo de pacientes en Facebook (en donde hay personas de todo el mundo) y un blog (que lleva tiempo inactivo por varios problemas).

Pero hoy no quiero hablar de mi, sino de ellos. ¿Sabéis que muchos no consiguen ni el reconocimuento del 33% de minusvalía solo porque el Real Decreto que lo regula es de 1984 y está abslutamente obsoleto (ese es mi caso también)? De esas personas que, como no pueden hacer las mismas cosas que el resto, son apartados por sus amigos que ya no les llaman para quedar y se sienten injustamente "una carga para los que les rodean". Aquellas personas que han aceptado su enfermedad (porque es el único modo de convivir con ella), pero sus familiares no y son tratados de "trastornados", "hipocondriacos", "Exagerados"... Es peligroso juzgar a las personas si no calzas sus mismos zapatos. Pero también esos millones de personas que aún están en la lucha de conseguir un diagnóstico, que parece no llegar nunca. No dejéis de caminar, siempre hacia adelante. No hay batalla sin lucha, ni victoria sin haber caído muchas veces.

Pero también quiero hacer un llamamiento a Instituciones Públicas y personal Sanitario, para que hagan auto crítica, para que dejen de vernos como un número o una estadística, porque somos personas con una larga historia detrás. Sin investigación, no hay futuro y ustedes dilapidan un dinero necesario en su propio interés. Que nunca les toque esta macabra lotería, porque entonces entenderán realmente la importncia y valor de las cosas.

¡Adelante, siempre adelante!. Diferentes batallas, pero una misma guerra.

viernes, 26 de febrero de 2016

Carta a una Madre con Alzheimer

(Este texto inédito fue escrito exclusivamente para el evento "Versos para recordar" que organizó Visual Dreams a beneficio íntegro de AFAL Cartagena, en Diciembre de 2015, en Mister Witt café, como parte de su acción social. Tanto la autoría como los derechos de explotación pertenecen a Eloísa Lúa, y se ceden a cualquiera que quiera usarla para fines no comerciales)

Ilustración: Sony G. Polo
¿Te acuerdas como ayer caían esas finas gotas de lluvia sobre el gris asfalto, arañando los adoquines, como queriendo devolverles el verde de antaño? ¿Recuerdas el repiqueteo de las gotas sobre el cristal y el café caliente que tomamos juntas y la sonrisa eterna que tenías en ese momento? ¿Recuerdas aquellos dos jóvenes corriendo, saltando sobre los charcos, para llegar a la otra acera, sin lugar seguro donde cobijarse? ¿Y a aquellos otros que, en loco desenfreno, sus almas palpitaron bajo la amenaza de tormenta y se besaban como si el mundo fuera a acabarse mañana? 

La lluvia…. Como me gustaba la lluvia y verla sentada, a tu lado, junto al fuego, en las cortas tardes de invierno, cuando era pequeña y el mundo parecía un lugar amable, humano, sencillo… Cuando mi mayor problema era recordar que no te gustaba nada que usara mi vena creativa en la pared blanca de mi habitación… O que las “cosas estaban ahí, donde yo las había dejado” y esa cariñosa amenaza de después diciendo “¡A qué voy yo y lo encuentro!”… Y lo encontrabas…

No, mamá. No soy María. Soy Ángela, tu hija.

¿María? María es tu hermana… Ella… Ella ya no está con nosotros.

¿Recuerdas cuando, siendo yo una niña, me daban aquellas otitis que no había pastilla alguna que me calmase el dolor y el llanto empapaba mi cara y los gemidos contenidos escapaban de mi garganta en un quejido lastimero y frágil? Te pasabas la noche entera despierta, acariciando mi pelo, escondiendo la frustración que sufre quien no puede ayudar, curando con amor lo que no sabía atajar la medicina. ¡Cómo olvidar aquellas noches!, No el llanto… Sino tu mano sobre mi pelo… 

¿Recuerdas cuando me ayudabas con las manualidades? ¿O viajábamos juntas y me descubrías paraísos perdidos en carreteras secundarias?... Estabas ahí. Siempre. Estás en cada uno de mis recuerdos… Aunque no estés, estás. Y eso es tan bello… Habrá millones de historias como la nuestra y todas serán la más especial del mundo… Pero la nuestra, es solo nuestra. Tuya y mía.

¿Qué cuando viene María?... Pronto mamá. Ya verás… Probablemente mañana.

Mañana… Vendrá mañana, que será otro día que no recuerdes lo de hoy…

Así tampoco recordarás mi llanto de esta noche. El dolor, como espada al rojo que lacera y se hunde en una carne podrida de luchar… El dolor de que no sepas ni quien soy, con lo que hemos sido.
Maldito seas… ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Y mil veces maldito!...

Pero tu tranquila mamá, que ya recuerdo yo por ti, ya conservo yo todos esos momentos que hemos pasado… Tranquila mamá… Si no recuerdas mi nombre, mis labios lo repetirán una y otra vez, aunque no cale nunca, aunque no se quede, aunque mañana vuelvas a confundirme con la Tía María… Tranquila mamá, porque no tengo un solo recuerdo en el que no estés y como decía Benedetti “Porque te quiero y porque no estás sola”.
¡Maldito Alzheimer!... Malditas enfermedades quita-dignidades… Malditos males ahoga-familias… Que los cielos perdonen mi rabia, porque mi corazón no puede… No puede con el cinismo, ni la injusticia, con saber que podríamos tener la cura para muchas enfermedades, pero “Poderoso Caballero es Don Dinero” y es agotador vencer a Goliat. Es imposible vencerle con una sola piedra… Pero…¿ Imposible?… Si era yo la que decía que no había cosas imposibles, como mucho, poco probables… A lo mejor con una sola piedra no, pero ¿y con la mía, más la tuya, más aquella otra?... Las batallas se ganan afrentándolas, mirándolas cara a cara, con esperanza y respeto, pero sin descanso y sin tregua… A lo mejor no bastan todas nuestras piedras siquiera… Pero… ¿Y si llamamos a las demás guerrillas, a las de ELA, Esclerosis múltiple, hidrocefalia, Espina bífida, Enfemedades mitocondriales, Cáncer…? Porque son distintas batallas, pero la guerra… Esa, sí que es la misma.

No lo conseguiré para ti mamá… Pero nadie puede arrancarme la esperanza de conseguirla para mis hijos o mis nietos.

A ti te ha arrancado los recuerdos el Alzheimer, pero, con cada uno, ha creído mi esperanza, mi fuerza y mi valor… Y los suyos también. Juntos.
 Hacia delante, siempre adelante… Lo conseguiremos.