viernes, 21 de abril de 2017

Entre promesas y ojalás


Ahora que estamos, tú y yo, a solas. Cada uno con su soledad. Cada uno sin estar. Como dos que se desconocen hasta no llegar ni a desconocidos.

Yo, con un recuerdo herido de muerte por el disparo, a boca jarro, de una realidad tirana que le acarició la sien. Tú, porque no se puede envidar al destino yendo de farol, sin más mano que una repleta de promesas vacías, sin comodines que jugar.

Yo, con un ojalá muerto de inspiración, estrangulado por el interrogante asesino del invierno de tus ojos. Sin reglas en las que atrincherarse. Sin bandera blanca o tregua.

Que no permitan los cielos que halles nunca ese macabro laberinto del que escapé, a tientas, a la luz de los fuegos fatuos, que anunciaban el carnaval de nuestros difuntos. Que no permitan los cielos que tu mundo se cubra de espejismos, ni del silencio que emana de los muertos, solo roto por la campana que nunca tocó a Réquiem.

Entre promesas y ojalás, traté de dilatar un tiempo que no me pertenecía, esperando en el anden de las dudas, por dónde no pasan ya los trenes, pero sin querer perder la espernza, mientras me dedicaba a mendigar un mendrugo de palabras.

Apreté el frasco que contenía el veneno disfrazado de cariño. Las esquirlas laceraron mis manos hasta pintar con sangre, en la ventana, un S.O.S. Un "te necesito más que nunca", porque nunca te necesité realmente, mientras dejaba que el espíritu del pasado abofetease mi mejilla al tiempo que, el del presente, me hincaba la Espada de Damocles en medio del corazón. Los afilados dientes de las comparaciones invitables me arrancaron la venda del alma impíamente y, por un instante, me volví estatua de sal.

La vela polar no marcaba el sur y yo no hallaba mi norte. No quería quedarme en aquel horrendo y dantesco lugar, pero tampoco me quise ir.

Lunas después, una mano apareció en la negrura, asiendo con fuerza la mía. "No estarás sola", susurró una conocida voz que no supe identificar. Cargó conmigo, más yo no era capaz de recorrer el camino que nos separaba. Paso a paso, por una senda que no había visto, bajo el manto de una luna que comenzaba a parecer hermosa desde allí. Sin prisa, pero sin pausa, siguió caminando. Paso a paso. A veces, gemía contrariada, muerta de nostalgia, pérdida y vacío. Otras, me quejaba en vano.

"No estarás sola...", volvió a decir, "se unirán a ti aquellos a los que preguntaste por sus sueños, te seguirán a los que regalaste la esperanza, te recorarán todos aquellos a los que les regalaste alas, tiempo, detalles de valor incalculable, a los que devolviste la risa, a los que enseñaste a reir... Se unirán a tu cruzada aquellos a los que tocaste el corazón bajo la piel de piedra, a los que les regalaste tu aliento y abrazo, los que protegiste hasta de sí mismos". Y siguió andando, paso a paso, cargando con mi cuerpo.

Poco después, recordé como se reía a carcajadas. Seguí caminando, ya por mi propio pie, paso a paso. "¿Quién eres?", me atreví a preguntar al fin. La voz respondió: "Tu instinto". Y se produjo un silencio, por fin, desbordante de contenido.

Así fue como no volví a pensar nunca más en nuestras ciudad de ruinas.

Así fue como juré no volver a recordar el dantesco laberinto que se encuentra ente las promesas y los ojalás.

jueves, 6 de abril de 2017

Alas doradas y negras

Capítulo 1.- Alas doradas

Cuidado con lo que deseas porque... Se puede hacer realidad.
Quiso volar.

El mundo era un lugar demasiado pequeño para sus sueños. La realidad demasiado inestable para sus instantes perdidos. El sol no brillaba bajo la lluvia. El gris era un arco iris de asfalto. Las almas de plástico paseaban por los parques, dejando su sombra de astío en todos ls bancos.

Quiso volar y voló.

Allí, en mitad de la nada a la que había reducido el vacío de sus bolsillos, con las rodillas clavadas en el suelo y manos sobre el pomo de la espada, una mujer lloraba como se llora de verdad: hacia dentro. Las alas brotaron majestuosad en su espalda. Doradas. Incendiadas por el fuego del atardecer. De aquel adormidero de infelicidades seguras, tan falto de pasiones que la alimentasen.

Espada y escudo bien asidos, se elevó en vertical, alejándose de aquel cementerio de ladrillo muerto y escamas de trazos de olvido. De aquel cenagal de hipocresía pintado de espejismo.

Voló por encima de las nubes. En libertad. Con un viento a favor que engrandecía las plumas.

Entonces lo supo. Había nacido para volar y aquella, su nueva piel, era en verdad la esencia de lo que siempre había sido.