ELLA acababa de cumplir quince primaveras. Iba al instituto. Tenía un remolino de fuerzas en su interior, terribles dudas sobre quién era, la incertidumbre propia de esa edad y demasiadas cosas que decidir sobre su futuro.
Era rebeldía y frescura. Fuerza y timidez. Era pura vida.
Le conoció una tarde cualquiera y, en aquellas mariposas, se enredó entre suspiros. Supo que le amaba, tan intensamente, que no se imaginaba su vida sin él. Lo era todo.
Aquel primer beso que le robó el alma y aquellas carcajadas a media noche, hablando hasta las tantas de la madrugada. Nunca había sido tan feliz. Nunca la habían tratado de aquel modo, en que volaba sin alas y se columpiaba en el borde de la luna.
Pasaron dos eternos meses, tan fugaces como la espuma de una ola.
Comenzó a retirar los escotes de su vestuario. No estaba bien que otros la mirasen y eso hiciera daño al amor de su vida.
Dejó de hablar con aquel mejor amigo con quién compartía sus secretos más íntimos. "Seguro que quiere algo más, así son todos los tíos", le había dicho él y, aunque ella no lo creyese, lo dejó de lado porque jamás podría hacerle daño. Le amaba tanto...
Quemó sus mini faldas en aquella hoguera de San Juan, porque parecía una guarra y eso no estaba bien.
No volvió más a sus clases de volley ball. Su entrenador creía que tenía mucho talento... Pero entre las clases, los deberes, los exámenes, la familia... Apenas tenía tiempo para él y no quería perderle por nada en el mundo.
Dejó de maquillarse porque era tan guapa que no necesitaba adornos. Se lo había dicho él y fue tan bonito aquello que jamás volvió a sonrosar sus mejillas de color prefabricado.
El le había dicho que no le gustaban sus amigas, que le daban malos consejos... Y quizá llevase razón, porque le decían que pasaba demasiado tiempo con él, pensando en él, hablando de él... Que había más vida detrás. Ella tenía claro que no la entendían porque su vida era él y sin él se moría.
Dejó también de estudiar tanto para ese futuro mejor que era tan importante para los adultos. Las cosas empeoraron en casa. La otra mitad de sus amigas ya no la llamaban tanto, así que las borró de su Instagram. No salía sola porque, aunque ella era una buena chica, también era muy confiada y el mundo estaba lleno de mala gente que la quería llevar a la cama.
Discutieron. En el primer insulto, las espinas de las rosas la hicieron sangrar por dentro. Sintió la mordedura de la culpabilidad y el terrible miedo de perder a su alma gemela. Su sonrisa se apagaba con lágrimas que abrasaban su cara.
Se reconciliaron y fue tan hermoso. El la quería de verdad.
Discutieron más veces. La insulto en todas ellas. Sangró hacia dentro por heridas invisibles a los ojos del resto.
Cedía y cedía, porque su vida sin él no tenía ningún sentido.
Comenzó a ver defectos en dónde antes solo había virtudes. Si confiaba en ella, ¿Por qué no la dejaba salir sola? ¿Por qué era tan celoso? ¿Por qué creía que se iba a ir con cualquier tío, si sólo le amaba a él?... Se estaba perdiendo en el bucle de no saber cómo demostrar tanto amor verdadero.
Aquella noche en que hacían cinco meses, él había estado ahorrando mucho tiempo para aquella habitación de hostal. Ella soñaba con aquella primera vez a diario... hasta que el día llegó.
Era culpa suya y lo sabía, pero la verdad es que le apetecía más abrazarle y besarle. No quería tener sexo. El insistió. Ella dijo que otro día. El insistió más. Ella que no le apetecía. "Eso es porque no me quieres lo suficiente". Ella accedió. No habían comprado condones, pero a él tampoco le gustaban y ella le quería tanto...
Nada se arregló. Algo se rompía cada día. El amor debía de ser aquella droga dura. Aquella adicción fatal con aquel horrible síndrome de abstinencia. Le perdonó mil veces y empezaron "de cero" mil y una.
A los cinco meses, un pequeño ataúd iba flotando entre lágrimas y dolor. Estaban sus amigas y aquel mejor amigo suyo y la familia de la que se apartó. Salió en las noticias, era la número 49 asesinada aquel año. Esa última pelea se le fue de las manos y ya no vivió para contarlo. El la asesinó.
Él era menor. Estuvo dos años en un reformatorio. Dos años para compensar algo que no tenía reparación.
A los dieciocho, él vivía el otro lugar. Tenía otra novia y todo aquello sólo fue un recuerdo para olvidar.
Sin duda, eso no fue amor, sino simple posesión. Pero ella ya no podía escuchar los consejos. Demasiada tierra la cubría. Ya no cumplió más primaveras, dejando huérfanos todos los sueños rotos.
En la manifestación se oía a coro "Ni una menos". Pero a ella ya no le valieron de nada las consignas.
Era rebeldía y frescura. Fuerza y timidez. Era pura vida.
Le conoció una tarde cualquiera y, en aquellas mariposas, se enredó entre suspiros. Supo que le amaba, tan intensamente, que no se imaginaba su vida sin él. Lo era todo.
Aquel primer beso que le robó el alma y aquellas carcajadas a media noche, hablando hasta las tantas de la madrugada. Nunca había sido tan feliz. Nunca la habían tratado de aquel modo, en que volaba sin alas y se columpiaba en el borde de la luna.
Pasaron dos eternos meses, tan fugaces como la espuma de una ola.
Comenzó a retirar los escotes de su vestuario. No estaba bien que otros la mirasen y eso hiciera daño al amor de su vida.
Dejó de hablar con aquel mejor amigo con quién compartía sus secretos más íntimos. "Seguro que quiere algo más, así son todos los tíos", le había dicho él y, aunque ella no lo creyese, lo dejó de lado porque jamás podría hacerle daño. Le amaba tanto...
Quemó sus mini faldas en aquella hoguera de San Juan, porque parecía una guarra y eso no estaba bien.
No volvió más a sus clases de volley ball. Su entrenador creía que tenía mucho talento... Pero entre las clases, los deberes, los exámenes, la familia... Apenas tenía tiempo para él y no quería perderle por nada en el mundo.
Dejó de maquillarse porque era tan guapa que no necesitaba adornos. Se lo había dicho él y fue tan bonito aquello que jamás volvió a sonrosar sus mejillas de color prefabricado.
El le había dicho que no le gustaban sus amigas, que le daban malos consejos... Y quizá llevase razón, porque le decían que pasaba demasiado tiempo con él, pensando en él, hablando de él... Que había más vida detrás. Ella tenía claro que no la entendían porque su vida era él y sin él se moría.
Dejó también de estudiar tanto para ese futuro mejor que era tan importante para los adultos. Las cosas empeoraron en casa. La otra mitad de sus amigas ya no la llamaban tanto, así que las borró de su Instagram. No salía sola porque, aunque ella era una buena chica, también era muy confiada y el mundo estaba lleno de mala gente que la quería llevar a la cama.
Discutieron. En el primer insulto, las espinas de las rosas la hicieron sangrar por dentro. Sintió la mordedura de la culpabilidad y el terrible miedo de perder a su alma gemela. Su sonrisa se apagaba con lágrimas que abrasaban su cara.
Se reconciliaron y fue tan hermoso. El la quería de verdad.
Discutieron más veces. La insulto en todas ellas. Sangró hacia dentro por heridas invisibles a los ojos del resto.
Cedía y cedía, porque su vida sin él no tenía ningún sentido.
Comenzó a ver defectos en dónde antes solo había virtudes. Si confiaba en ella, ¿Por qué no la dejaba salir sola? ¿Por qué era tan celoso? ¿Por qué creía que se iba a ir con cualquier tío, si sólo le amaba a él?... Se estaba perdiendo en el bucle de no saber cómo demostrar tanto amor verdadero.
Aquella noche en que hacían cinco meses, él había estado ahorrando mucho tiempo para aquella habitación de hostal. Ella soñaba con aquella primera vez a diario... hasta que el día llegó.
Era culpa suya y lo sabía, pero la verdad es que le apetecía más abrazarle y besarle. No quería tener sexo. El insistió. Ella dijo que otro día. El insistió más. Ella que no le apetecía. "Eso es porque no me quieres lo suficiente". Ella accedió. No habían comprado condones, pero a él tampoco le gustaban y ella le quería tanto...
Nada se arregló. Algo se rompía cada día. El amor debía de ser aquella droga dura. Aquella adicción fatal con aquel horrible síndrome de abstinencia. Le perdonó mil veces y empezaron "de cero" mil y una.
A los cinco meses, un pequeño ataúd iba flotando entre lágrimas y dolor. Estaban sus amigas y aquel mejor amigo suyo y la familia de la que se apartó. Salió en las noticias, era la número 49 asesinada aquel año. Esa última pelea se le fue de las manos y ya no vivió para contarlo. El la asesinó.
Él era menor. Estuvo dos años en un reformatorio. Dos años para compensar algo que no tenía reparación.
A los dieciocho, él vivía el otro lugar. Tenía otra novia y todo aquello sólo fue un recuerdo para olvidar.
Sin duda, eso no fue amor, sino simple posesión. Pero ella ya no podía escuchar los consejos. Demasiada tierra la cubría. Ya no cumplió más primaveras, dejando huérfanos todos los sueños rotos.
En la manifestación se oía a coro "Ni una menos". Pero a ella ya no le valieron de nada las consignas.