viernes, 23 de noviembre de 2018

La posesión - 25N


ELLA acababa de cumplir quince primaveras. Iba al instituto. Tenía un remolino de fuerzas en su interior, terribles dudas sobre quién era, la incertidumbre propia de esa edad y demasiadas cosas que decidir sobre su futuro.

Era rebeldía y frescura. Fuerza y timidez. Era pura vida.

Le conoció una tarde cualquiera y, en aquellas mariposas, se enredó entre suspiros. Supo que le amaba, tan intensamente, que no se imaginaba su vida sin él. Lo era todo.

Aquel primer beso que le robó el alma y aquellas carcajadas a media noche, hablando hasta las tantas de la madrugada. Nunca había sido tan feliz. Nunca la habían tratado de aquel modo, en que volaba sin alas y se columpiaba en el borde de la luna.

Pasaron dos eternos meses, tan fugaces como la espuma de una ola.

Comenzó a retirar los escotes de su vestuario. No estaba bien que otros la mirasen y eso hiciera daño al amor de su vida.

Dejó de hablar con aquel mejor amigo con quién compartía sus secretos más íntimos. "Seguro que quiere algo más, así son todos los tíos", le había dicho él y, aunque ella no lo creyese, lo dejó de lado porque jamás podría hacerle daño. Le amaba tanto...

Quemó sus mini faldas en aquella hoguera de San Juan, porque parecía una guarra y eso no estaba bien.
No volvió más a sus clases de volley ball. Su entrenador creía que tenía mucho talento... Pero entre las clases, los deberes, los exámenes, la familia... Apenas tenía tiempo para él y no quería perderle por nada en el mundo.

Dejó de maquillarse porque era tan guapa que no necesitaba adornos. Se lo había dicho él y fue tan bonito aquello que jamás volvió a sonrosar sus mejillas de color prefabricado.

El le había dicho que no le gustaban sus amigas, que le daban malos consejos... Y quizá llevase razón, porque le decían que pasaba demasiado tiempo con él, pensando en él, hablando de él... Que había más vida detrás. Ella tenía claro que no la entendían porque su vida era él y sin él se moría.

Dejó también de estudiar tanto para ese futuro mejor que era tan importante para los adultos. Las cosas empeoraron en casa. La otra mitad de sus amigas ya no la llamaban tanto, así que las borró de su Instagram. No salía sola porque, aunque ella era una buena chica, también era muy confiada y el mundo estaba lleno de mala gente que la quería llevar a la cama.

Discutieron. En el primer insulto, las espinas de las rosas la hicieron sangrar por dentro. Sintió la mordedura de la culpabilidad y el terrible miedo de perder a su alma gemela. Su sonrisa se apagaba con lágrimas que abrasaban su cara.

Se reconciliaron y fue tan hermoso. El la quería de verdad.

Discutieron más veces. La insulto en todas ellas. Sangró hacia dentro por heridas invisibles a los ojos del resto.
Cedía y cedía, porque su vida sin él no tenía ningún sentido.

Comenzó a ver defectos en dónde antes solo había virtudes. Si confiaba en ella, ¿Por qué no la dejaba salir sola? ¿Por qué era tan celoso? ¿Por qué creía que se iba a ir con cualquier tío, si sólo le amaba a él?... Se estaba perdiendo en el bucle de no saber cómo demostrar tanto amor verdadero.

Aquella noche en que hacían cinco meses, él había estado ahorrando mucho tiempo para aquella habitación de hostal. Ella soñaba con aquella primera vez a diario... hasta que el día llegó.

Era culpa suya y lo sabía, pero la verdad es que le apetecía más abrazarle y besarle. No quería tener sexo. El insistió. Ella dijo que otro día. El insistió más. Ella que no le apetecía. "Eso es porque no me quieres lo suficiente". Ella accedió. No habían comprado condones, pero a él tampoco le gustaban y ella le quería tanto...

Nada se arregló. Algo se rompía cada día. El amor debía de ser aquella droga dura. Aquella adicción fatal con aquel horrible síndrome de abstinencia. Le perdonó mil veces y empezaron "de cero" mil y una.
A los cinco meses, un pequeño ataúd iba flotando entre lágrimas y dolor. Estaban sus amigas y aquel mejor amigo suyo y la familia de la que se apartó. Salió en las noticias, era la número 49 asesinada aquel año. Esa última pelea se le fue de las manos y ya no vivió para contarlo. El la asesinó.

Él era menor. Estuvo dos años en un reformatorio. Dos años para compensar algo que no tenía reparación.

A los dieciocho, él vivía el otro lugar. Tenía otra novia y todo aquello sólo fue un recuerdo para olvidar.
Sin duda, eso no fue amor, sino simple posesión. Pero ella ya no podía escuchar los consejos. Demasiada tierra la cubría. Ya no cumplió más primaveras, dejando huérfanos todos los sueños rotos.

En la manifestación se oía a coro "Ni una menos". Pero a ella ya no le valieron de nada las consignas.

viernes, 26 de octubre de 2018

Fuego en la Sangre


Hay que haber caminado por el infierno para hablar del fuego.

Rosabel se levantó en medio de aquel basto terreno, en mitad de una desoladora nada. En la línea que divide la devastación del vergel.

Aún tenía sangre seca alrededor de sus heridas cerradas. Cicatrices que hablaban de terrores pasados, de cárceles oscuras como el infinito, de corazones hechos zarzales, de arenas movedizas camufladas bajo el camino. Heridas del paso del tiempo y las experiencias. Situaciones demoledoras.

Miraba para atrás recordando aquel infierno, en dónde la mentira siempre ganaba el juego con dados trucados. Las hogueras en las que fue quemada sin juicios, pero con demasiados jueces. Los restos del naufragio de sus alas muertas, putrefactas y olvidadas en una carretera que no llevaba a ninguna parte. De la soledad, como gota malaya que perfora el cráneo. De aquella falta de oxígeno con exceso de hollín que tapó el sol. Que casi le arranca la vida.

 "Hay cosas peores que la muerte" - Pensó mientras se levantaba del suelo.

Se sacudió los últimos restos de cenizas y desplegó sus alas incendiadas, como un fénix más conocido por su fortaleza que por su belleza.

Tenía fuego en la sangre. Podía hablar del Infierno y también del paraíso, pues había conocido ambos extremos.

Para unos, una bruja difícil de destruir. Para otros, una guerrera casi imbatible. Ambas sustentadas bajo la misma ilusión: siempre remontaba de las cenizas. Siempre encontraba la salida en el laberinto del Infierno.

Rosabel, sólo era simplemente ella misma. Ella sabía del fuego y pendía en llama. Todo lo demás era pasado o futuro y, por tanto, inútil.

martes, 14 de agosto de 2018

Va a salir genial


"Va a salir genial" puede ser el típico tópico que se le dice a cualquiera que te importa, cuándo está preocupado por algo. Si se acompaña, además, de un abrazo de los de verdad, de los que salen del alma y acarician a otra alma, de los que duran tiempo porque el tiempo deja de importar, entonces, es además doblemente curativa.

Pero no siempre es así. No siempre es un tópico y, mucho menos, típico. A veces, esa frase oculta cosas que no se dicen y que la hacen sencillamente real.

Va a salir genial porque...

Porque siempre trabajas duro para conseguir lo que te propones, y eso siempre se nota en el resultado. En lo que fluye. Se transmite por el aire y llega. Llega a tocar otros corazones. Remueve sentimientos y conciencias. Y propone preguntas con las que cuestionarse a uno mismo. Y eso es, sencillamente, genial.

Quizá no salga perfecto, pero sí genial. No hay que confundir esas dos grandes palabras, porque una de ellas es una impostora. Algunos aspiramos a ella cada día. Tratamos de que la siguiente vez sea mejor que la anterior. Hablo de las personas perfeccionistas, en el mejor de los sentidos del término. Esas personas que se fijan y cuidan los pequeños detalles en los que, muchas veces, la mayoría no repara porque se han perdido en el conjunto. Una persona perfeccionista siempre encontrará fallos en cualquier cosa que haga, porque de esos fallos aprende, saca lecciones y los corrige. Eso les hace superarse. Tú eres una persona perfeccionista y por eso nunca saldrá perfecto, porque la perfección es subjetiva y no existe; y en dónde otros lo vean inmejorable, tú sabrás que puede ser aún mejor. Eso lo distingue del resto, eso lo hace genial. Genial viene de genio, y los genios (talentos) sí existen.

Será genial porque habrá diversidad. Es subjetivo. Habrá a quién no le guste y otros lo amaran embobados. Va a salir genial porque no dejará indiferente. Porque tuve la ocasión de ver dos retazos fijos, sin saber lo que veía y me removieron. Así que verlo completo, como he dicho, va a ser genial.

Va a salir genial porque las personas perfeccionistas suelen ser, además, muy auto-exigentes. Por lo que sacrificaras el tiempo que haga falta. Porque te exigirás el máximo y darás ese máximo, porque no te conformarías con menos. Y lo haces por tí, por quedarte satisfecho. Por decir "puede mejorar, pero ha salido genial". Porque bien sabes, y sé, que las personas verán cuarenta minutos, pero más de la mitad no se imagina cuántas horas llevan invertidas esos minutos. Así que tú eres tú mejor espectador y tú peor crítico. Y, también por eso, va a salir genial.

Quizás no perfecto. Pero estoy segura de que sí genial.

lunes, 9 de julio de 2018

Una de esas mujeres


Ella es una de esas mujeres que es capaz de desnudarte el alma sin venderla como mercancía.

Lo supe nada más verla. Desde luego no era la más guapa del baile, pero la saqué a bailar. Y fue una de las mejores decisiones de mi vida, porque ella aceptó.
Es una de esas mujeres que es dueña de su vida, también de quien entra y sale de ella. Y a mí me dejó entrar. Pude ver su mundo.

Cómo explicarlo con palabras que aún no han sido inventadas. Ella estaba llena de defectos, de imperfección, de claros y oscuros, de manantiales y tormentas, de playas paradisíacas y tornados destructores... Era caos dentro de un orden.

Es una de esas mujeres jodidamente fuertes. No digo dura, qué también, digo fuerte. De las que es capaz de regalarte una sonrisa que ilumina tu mundo y un abrazo que reconstruye ruinas, aunque ella se haya roto y sea ceniza. Esa fortaleza que se admira y algunos envidian.

Es una de esas mujeres flexibles y camaleónicas, que puede ser puro rock y cuero, sensual sin piedad, loca sin remedio, irreverente. Puede hablar lo mismo con el campesino que con un rey, y a ambos los tratará a la par. Es de las que no se calla cuando se lo dicen, porque también es dueña de sus silencios y su voz. Medio dama medio vampira. Más compleja que la física cuántica y también sencilla como las cosas cotidianas.
Lloraba de noche los desmanes del día y cada cicatriz le recordaba que estaba viva, cada arruga un aprendizaje, cada herida una oportunidad.

Es una de esas mujeres que no te regala el oído con palabras vacías que alimentan los egos, pero te hace sentir la persona más especial del mundo con la sinceridad valiente que no siente miedo de demostrar "de más". Porque ella sabe bien que, en todo caso, siempre tendemos a demostrar de menos.

Dicen algunos, quiénes la conocen de lejos, que su soberbia no tiene límites. Creo que se equivocan, confundiendo seguridad en sí misma con altanería. Nunca la vi en un altar y sí, muchas veces, defendiendo al débil.

Es una de esas mujeres guerreras que ha ganado sabiduría con los años y ahora elige bien sus batallas porque odia perder el tiempo.

No es sumisa, ni modosa y, mucho menos, complaciente por exigencia. Y, sin embargo, la he visto desvivirse por complacer a su gente. Siempre tuvo una palabra, un abrazo o un consejo para quien la necesitaba.

No sabía nada de esto cuando la saqué a bailar aquel día. Cuando el brillo indomable de sus ojos, me atrapó en las redes insondables de la curiosidad. Pronunció mi nombre y casi pude acariciar su susurro. Luego fue cuando me permitió conocerla de verdad. Y yo no pude hacer otra cosa: Me enamoré de ella.

sábado, 23 de junio de 2018

Que lo limpie el Fuego


Hacía dos años. Setecientos días y un mes. Una condena que nadie previó. La crónica de una muerte anunciada que ninguno supo sortear.
Setecientos días de daños colaterales, de metralla absurda en el corazón, de preguntas como puñales sin respuestas que los esquivasen. Setecientas lunas, ni una más ni una menos, de recuerdos anudados en lo más profundo del SER. De añoranzas y rencores. De deseos y frustraciones. De intentos fallidos y sirenas de bombardeos inminentes.
Primero fueron las promesas, ya no sabría decir si banales o verdaderas. Seguidamente el miedo a que el camino se torciese, y quedase atrapada en las arenas movedizas, que tanto terror le causaban, porque perderle era perderse también a sí misma. Después la tranquilidad de haberse reconstruido de otras guerras. De nuevo, las ganas de luchar y bajarle la luna si soñaba con ella. De cazar dragones si era lo que anhelaba.
En su espera, ya no sentiría la mordedura de las hienas con sus sardónicas sonrisas. Se había levantado con titánica fuerza. Pronto, la lealtad, curaría heridas y calmaría cicatrices. La risa colorearía las avenidas y los fantasmas serían desterrados al infierno, que ellos mismos habían creado.
Cómo el Fénix se irguió, porque podría fallar a todos... Pero a él no.
Y, sin explicación que aliviase el profundo dolor que fingía no sentir, todo se volvió del revés. Cada virtud fue un defecto. Cada promesa, un calvario. Cada duda, una penitencia. Cada abrazo, un impuesto a pagar en sangre... Y así, sin verla venir, llegó la más cruenta de las guerras. La última, acabará como acabase... Si conseguía sobreponerse, sería la última.
Setecientos días de paciencia autoimpuesta. De irse, pero sin irse del todo.
Aquel día no había perdido la esperanza, sino la fe. Cogió una caja vieja de zapatos. Fue depositando, uno a uno, cada recuerdo. Las cartas, las conversaciones, las fotografías, los momentos compartidos, las servilletas, los relatos y poemas... Ya no esperaba nada de nadie, salvo de ella misma. Ahora que volvía a ser más ELLA que nunca. Ahora que, por encima de las heridas, aún sin cerrar, y de todas las cicatrices, se alzaba la esencia de lo que era.
Frente a la hoguera pagana del solsticio de verano, lanzó la caja con todas las fuerzas que pudo, mientras exclamaba a los vientos: ¡Que lo limpie el Fuego!

sábado, 21 de abril de 2018

Los dos puntos suspensivos


"Un fin demasiado insípido para una historia tan larga", se dijo en el preciso instante en que sintió que se habían marchado dos de los puntos suspensivos.
Fue después de todo. Un día anodino. Una tarde cualquiera en la que no recordó nada de su historia.
Habían habido guerras mundiales, alambradas de hielo, sangre en forma de lágrimas. Silencios no pactados. Tratados de paz. Terremotos con tormentas, faros destrozados por los naufragios.

Reconcialiaciones. Se habían perdido y se buscaban y se encontraban. Y volaban juntos y por separado. Creyeron que estaban destinados a no perderse y eso les hacía fuertes. Hubo palabras que rompían corazones, te quieros que se morían en desuso. Gritos y mares salados resbalando por las calles grises. Pero volvían.

Volvían a escontrarse. Por eso, maldiciendo la traición de la nostalgia, a veces, miraba de soslayo el escalón que había al lado de su portal, por si le esperaba allí por sorpresa un día al regresar. Pero nadie había esperando cuando volvía. Paró todos sus relojes para que el tiempo no jugase en su contra. Miraba el móvil con el destructivo deseo de la expectativa rota. Sin mensajes. Sin llamada. Sin señal.
Mandó cartas al aire, susurros al viento que no tocaban su oreja. Se resistió a perder. A perderle cuando todo estaba perdido. Se jugó la nada que le quedaba a que ponía la mano en el fuego sin quemarse. De primer grado fueron las ampollas.

El silencio iba consumiendo el ansia, la esencia y la añoranza. Las dudas se disolvieron en la única respuesta a todas sus preguntas.

El mundo se había dividido en dos realidades que solo se cruzaban para descruzarse. Siguió andando.

Alguien, de tanto en tanto, detenía su paso para hablarle de lo que ya no quería escuchar y el pasado conjunto mordía con saña su yugular. Se quedó sin sangre.

Aquel día no había sentimiento valorable. Un ni fu ni fa que volvió témpano de cristal aquel desierto repleto de otros oasis. Ya bebía otras aguas y se colgaba de otros abrazos. Lo dio por perdido.

Los dos puntos suspensivos se suicidaron del reglón, cuando se dieron cuenta que habiendo oportunidades, nadie apareció.

miércoles, 21 de marzo de 2018

El Espejismo

Ella le propuso aquel plan. Espontáneo. De esos que salen desde muy adentro y solo porque sí. A él le encantó la idea, hace tiempo que no la veía y quería pasar tiempo con ella.
Ella fantaseó con toda la noche. Con cada instante bajo la luna. Escogió las palabras, que fueran certeras y llanas, verdaderas y profundas… que expresaran todo aquello que no tenía humana palabra para ser descrito. Tenía tanto que agradecerle. Tanto que decirle.

Fantaseo más allá de su propia fantasía y estiró los segundos imposibles, como si fuera la inventora y dueña del tiempo. Coincidían poco para su gusto y tenía ya demasiados besos colgando de abrazos, que se habían despeñado por el árido desierto de las noches en vela.

Ideó cada detalle. Desde su ropa hasta el color de su carmín. Escogió mentalmente el perfume que mejor le iba con la sonrisa de él.

Desde luego no se lo esperaba. Sabía que él no era amante de las sorpresas, pero aquella era diferente porque ella iba a crear magia. Y probablemente deseo desbocado en una pasión que creían domada.

Esa semana estuvo casi sin hablarle. No quería que sus ganas la traicionaran y, como una niña, fuera a contarle lo que su corazón tramaba. Tampoco quería que la presión le desbordarse, por eso le dio tiempo, libertad y alas.

Cada noche, antes de dormir, cerraba los ojos repasando cada fleco, cada puntada, cada instante… saboreando las palabras que saldrían de su boca. Aquel sentimiento encogido que aún no había sido confesado. Le daría todos los por qués y le mostraría todos los cómos.

Llegó el día y esperó una señal. La chispa que encendía la mecha de su oasis particular. De aquel paraíso que había urdido para ponérselo a sus pies y admirar juntos y abrazados la belleza efímera del instante.

Silencio.

El pronunció aquel “prácticamente imposible" y ella se tragó el dolor de la lanzada tras una sonrisa superpuesta. No podía ser… Aquello no lo había soñado. Tras una breve explicación, ella comprendió. A él le había engullido el tiempo mal entendido, disfrazado con el manto de plazos y obligaciones. No había construido ningún oasis, sólo un espejismo que se diluyó en una noche cualquiera sin magia que la arrope.