lunes, 9 de julio de 2018

Una de esas mujeres


Ella es una de esas mujeres que es capaz de desnudarte el alma sin venderla como mercancía.

Lo supe nada más verla. Desde luego no era la más guapa del baile, pero la saqué a bailar. Y fue una de las mejores decisiones de mi vida, porque ella aceptó.
Es una de esas mujeres que es dueña de su vida, también de quien entra y sale de ella. Y a mí me dejó entrar. Pude ver su mundo.

Cómo explicarlo con palabras que aún no han sido inventadas. Ella estaba llena de defectos, de imperfección, de claros y oscuros, de manantiales y tormentas, de playas paradisíacas y tornados destructores... Era caos dentro de un orden.

Es una de esas mujeres jodidamente fuertes. No digo dura, qué también, digo fuerte. De las que es capaz de regalarte una sonrisa que ilumina tu mundo y un abrazo que reconstruye ruinas, aunque ella se haya roto y sea ceniza. Esa fortaleza que se admira y algunos envidian.

Es una de esas mujeres flexibles y camaleónicas, que puede ser puro rock y cuero, sensual sin piedad, loca sin remedio, irreverente. Puede hablar lo mismo con el campesino que con un rey, y a ambos los tratará a la par. Es de las que no se calla cuando se lo dicen, porque también es dueña de sus silencios y su voz. Medio dama medio vampira. Más compleja que la física cuántica y también sencilla como las cosas cotidianas.
Lloraba de noche los desmanes del día y cada cicatriz le recordaba que estaba viva, cada arruga un aprendizaje, cada herida una oportunidad.

Es una de esas mujeres que no te regala el oído con palabras vacías que alimentan los egos, pero te hace sentir la persona más especial del mundo con la sinceridad valiente que no siente miedo de demostrar "de más". Porque ella sabe bien que, en todo caso, siempre tendemos a demostrar de menos.

Dicen algunos, quiénes la conocen de lejos, que su soberbia no tiene límites. Creo que se equivocan, confundiendo seguridad en sí misma con altanería. Nunca la vi en un altar y sí, muchas veces, defendiendo al débil.

Es una de esas mujeres guerreras que ha ganado sabiduría con los años y ahora elige bien sus batallas porque odia perder el tiempo.

No es sumisa, ni modosa y, mucho menos, complaciente por exigencia. Y, sin embargo, la he visto desvivirse por complacer a su gente. Siempre tuvo una palabra, un abrazo o un consejo para quien la necesitaba.

No sabía nada de esto cuando la saqué a bailar aquel día. Cuando el brillo indomable de sus ojos, me atrapó en las redes insondables de la curiosidad. Pronunció mi nombre y casi pude acariciar su susurro. Luego fue cuando me permitió conocerla de verdad. Y yo no pude hacer otra cosa: Me enamoré de ella.