(O puntos finales y apartes. No hay suspensivos. Recuento del año)
Justo en el mismo instante en que sus pies rozaron tierra firme, rió de aquel sárdonico modo. Entre la histeria y la alegría del que ha mirado a los ojos a la muerte y vive para contarlo. Quizá no fue consciente hasta ese momento. No podía dejar de reí, a pesar de sus pies sangrantes y su lacerado cuerpo.
Plegó sobre su cuerpo las alas negras. Habían crecido desde que se rompieron. Recordó la tempestad y lo difícil que fue orientarse sin faro ni brújula. Aquel tiempo en que se agarró a cualquier tronco, esperando un "viento a favor" que nunca llegó. Aún podía sentir en sus entrañas aquel fuego desgarrado de dolor cuando vió como le habían arrancado las alas. Nunca había querido la piedad, hasta rozar ese infierno. Y aquella falta de toda Justicia, aniquiló parte de lo que había sido. Ni aún entonces, cuando creyó que no soportaría el dolor, se podía imaginar que el peor escenario le parecería, días después, un pequeño oasis.
Lo que llegó no hay palabra humana que se acerque a describirlo. Era caminar sobre la cuerda floja. Sobre aquel interminable filo de navaja en el que, el más mínimo descuído, arrojaría sus huesos contra la herrumbre y los cristales de aquel precipicio. Paso a paso. Sintiendo como se clavaba el filo en la piel, como caía la sangre, pero adelante, sin un descuído. Ya no podía volar. Ya no quería retroceder. Ya estaba atrapada en la tela de araña, viendo como la parca afilaba su guadaña en el borde de la luna.
Pensaba en lo que dejaba atras y lo echaba de menos a boca jarro. Pero seguía, paso a paso. De vez en cuando una suave brisa le hacía tambalearse en exceso. Otras veces, la tierra temblaba y llegaba a resbalar. Pero se quedaba agarrada de sus manos, ahora también sangrando. Y así, paso a paso, no viendo nada que indicase el final de aquel afilado cordel. Quizá estuviera mirando hacia el lugar equivocado, pero lo cierto es que ella no veía más que negrura. No sentía nada que no fuese dolor.
Acabó por acostumbrarse de algún modo. Quizá soltó algunas prendas. A lo mejor cayeron sobre el fuego y la lava que había bajo sus pies. Paso a paso, se repetía para sí en una lúgubre letanía. Y lo hizo.
De ahí, la risa histiónica de sentimientos arremolinados cuando sintió sus alas y tocó la tierra. Aún había dolor, pero su murmullo era lejano y la luna ya no servía a la justa muerte. El murmullo de las hojas de los árboles, fue transformándose en un siseo que podía entender:
"Has pasado esa prueba guerrera, más no tienes alas negras. Grises las veo yo. No aprendiste la crueldad. Y tornarán blancas cuando lo requieras. Escogiste ese camino y has aprendido tu lección más valiosa. Pero mantén a buen recaudo toda tu esencia y nunca olvides a dónde no quieres volver".
La muchacha sonrió. Miró atras unos instantes y emitió la palabra más alta de toda, la dada a sí misma: no volveré a pasar nunca por ese filo de navaja.