“Si todos los caminos llevan a Roma… ¿Como se sale de
Roma?”… Así comenzaba el audio que le pasó, poco tiempo atrás, porque le
recordaba a él en cada palabra.
Resumir su historia era imposible. Describir la
naturaleza o intensidad de aquel amor que se tenían era imposible. Entender aquella
relación, alejada del romanticismo pero plagada de matices, era imposible… Así
que le llamaron Amistad.
Ella hubiera bajado y puesto la luna a sus pies. Se hubiera
enfrentado sola al mas poderoso ejército solo para protegerle e, incluso, se
habría echado a los pies de los caballos si con eso le salvaba.
Llevaba ya tiempo haciéndose aquella lacerante pregunta: ¿Realmente
se habrá parado a valorar lo que podría perder?. El tiempo es poderoso aliado
cuando juega a tu favor, pero ni cura todas las heridas ni repara los corazones
rotos. A veces, las cosas, hay que lucharlas. A veces, hay que saber ceder y
hablar y poner boca arriba las cartas del ricón más escondido del alma, porque tan peligroso es jugar
de farol como ir a ciegas. Y él estaba ya muy lejos de ella, a medio metro,
pero terriblemente lejos. Y su alma se retorcía por dentro como se consume en
la frustración el náufrago que no ve una sola gaviota.
Esperó. Espero más. Hizo acopio de toda su paciencia. Pero
todo caía. Los escombros taparon el sol. Ella moría. Poco a poco. Lenta e
insustancialmente. Delante de la mirada impasible de él. Su procesión iría por
dentro, seguro, pero ella ya desconocía hasta eso.
Aquel día inspiró profundamente… habían superado tantas
cosas… intentó algo más… y ahí estaban, aquellas palabras que se tornaron
cicuta. Hubiera jurado que, por momentos, se le había parado el corazón.
Buscó y buscó, mientras el aún hablaba y entonces encontró
aquella urna funeraria que encerraban los restos de lo que ya ni vibraba ni
latía.
El seguía hablando. Ella lloró la muerte sin que un solo indicio
de aquel desgarrador llanto se filtrase a través de la línea fría del teléfono. El
entierro duró hasta que acabo aquella llamada.
Ella le habló de aquella súbita muerte. El debía de saberlo. Nunca contestó.
Parecían hechas de aire y supieron a cristales rotos. Eran
mucho mas que palabras.