Forografía: Rubén Fabeiro Media Visual - Modelo: Cristina Martínez |
CICATRIZ DE
GUERRA
Vivimos en un mundo que me dice qué es bonito y qué es feo,
quien triunfa y quien es absorbido por la densa oscuridad del ostracismo. Un
siglo tan falto de genios y gente que los siga… Que lloren y rían con la Nela
de Galdós, que sufran por el incurable amor de Cyrano, y se derritan con la
España de Alberti.
Me han enseñado que tengo que usar una talla 36 con un
abundante busto, a ser posible de ojos claros o, en su defecto, grandes. Que la
imagen del primer vistazo es mucho más importante que tu inteligencia o tu
bondad. Veo a madres, a niñas, a amigas mías… sufriendo de verdad, con dietas
imposibles y defectos de un cuerpo imperfecto por naturaleza. Y ahora, los
hombres también… algunos de ellos y ellas, en hospitales con enfermedades tan
graves como anorexia o bulimia… y sentía una profunda rabia… hacia aquellos que
permiten y juzgan en base a este canon de belleza y que son capaces de ignorar
a aquella persona que no los cumple o no se esfuerza por ellos, o aun peor, se
mofan y atacan con insultos tan bajos como “gorda o fea”.
Un día, cuando celebraba la vida a manos llenas… la vi
por primera vez. Estaba allí, cruzando mi vientre desde la boca del estómago
hasta el apéndice. Rosada oscura. Con sus 37 puntos, uno por cada primavera que
he visto, con su parte final hundida por culpa de un punto mal dado… y sentí
vergüenza. “Ningún hombre querrá estar ya conmigo, da asco”, me sorprendí
contándole en voz baja a la del espejo. Había nacido mi primer complejo. Sin
darme cuenta, todo lo que no me había minado, ni importado antes… ni los kilos
de más, ni los de menos… lo conseguía una cicatriz.
En mi rabia hallé la respuesta.
Le pedí a mi mejor amigo que me hiciera una foto porque
iba a subirla a las redes sociales, junto con una dedicatoria, para aquellos
que vayan a juzgar mi vientre o quien soy, por una marca… así que…. En donde tú
ves una cicatriz…
Yo veo una herida de guerra hecha en la arena del ludus
más terrible. Con un Gladio medio desgastado y a punto de dejarme allí la
sangre y el sudor, y la propia vida.
En donde tú tuerces la boca con un leve gesto de asco,
yo veo un gran camino por recorrer, directo a los sueños que quedaron en
suspenso cuando creí que la vida se me iba. Un camino plagado de retos, de
curvas, sinuoso a veces, otras con grandes avenidas… Un camino compartido con
esos amigos que se han quedado cuando todos los demás se habían ido. Un camino
para disfrutarlo cada día.
Dónde tú ves una cicatriz, yo veo 37 motivos para ser
feliz a manos llenas, pues no tengo mayor prueba de vida y resistencia que la
cicatriz que tú prefieres que tape.
No estoy en tu canon de belleza, porque es imposible
estarlo y nunca entré en el círculo de crear muñecas de plástico a toda costa.
Una cicatriz que me recuerda lo absolutamente maravilloso que es vivir, porque
es símbolo y estandarte de la vida que estuve a punto de perder y a la que,
ahora, me aferro con más fuerza que antes, sin dejarme en el tintero algo por
decir y, mucho menos, un te quiero o un te he echado de menos. Una cicatriz que
me recuerda a esas cervezas pendientes de beber y las carcajadas que las
acompañan.
En donde tú ves una cicatriz, mi mejor amigo, vio una
imagen que captar porque la belleza siempre está en los ojos de quien la mira.
Porque belleza hay hasta en la cosa más nimia, pero hay demasiados ciegos que
no quieren ver, y muchos invidentes que darían, cualquier cosa, por ver mi
cicatriz.
En cada pliegue de mi cicatriz hay un sueño por
cumplir, un lugar que visitar, una espada levantada, un escudo reparado, una
legión de amigos que me recuerda cada día que sigo viva, una esperanza, un
miedo superado, una lucha para la que nadie puede estar preparado, una historia
que forja quien soy… Tú ves una cicatriz y yo, en ti, veo un corazón de
plástico que chirría y hace ruido.