Hace unos días leí este artículo y me pareció tan interesante, que he decidido escribir y dar mis motivos.
Llevo como unos 5 años de "soltería", exceptuando un par de "intentos fallidos" que no cuento.
Muchas personas se extrañan porque tengo 37 años y estoy soltera y preguntan eso de: "Siendo una chica como tú, ¿Cómo es que estás sola?". Pues soltera sí, sola no. Generalmente, doy una respuesta tipo, del estilo "no es mi prioridad en este momento", pero la realidad es bastante más compleja.
No es que tenga dificultad para encontrar una pareja ó alguien que deseé estar conmigo... Sino que, los años, te dan una experiencia que, si aprendes de ella, llegas a un mejor autonocimiento propio y, desde luego, te vuelves más exigente contigo y con los demás, llegando al punto de saber perfectamente lo que quieres y, aún mejor, lo que NO quieres. Por suerte, no "necesito" una pareja a mi lado, por éso, no me puedo ni quiero conformar con el primero que pase, porque estaría traicionando lo que soy y además, podría hacerle mucho daño a esa persona si mantengo una relación solo por compasión.
Así que éstos son mis motivos principales:
- Me han roto el corazón mil veces y, sin embargo, no siento ningún miedo al amor o al compromiso (tampoco necesito ponerle un nombre o etiqueta). La persona que esté a mi lado, debe aceptar que tengo un pasado y debe de haber asumido el suyo propio.
- Necesito realidades, no falsas esperanzas o promesas que nunca se llegan a cumplir. Por experiencia propia y por lo que veo a mi alrededor, cuando un hombre (o mujer) mantiene una pareja y te dice, a modo de promesa: "Mi relación está rota, pero quiero hacer las cosas bien y paso a paso". Nunca se hace bien y nunca se hace paso a paso. Es agradable para tu ego que alguien se fije en ti, pero yo no quiero alimentar egos innecesariamente y, mucho menos, "para nada". Así que jamás me prometas lo que no puedas cumplir, porque cuando yo me comprometo a algo, lo cumplo. A mi lado debe de estar alguien que tenga ese compromiso consigo mismo de mantener su palabra y llevarla a cabo con hechos. No quiero más lágrimas innecesarias, más esperas estúpidas al lado de un teléfono, ni más excusas, ni más "relaciones de mentira abocadas al fracaso".
- Tengo muy claro que quiero hacer con mi vida y a dónde quiero llegar. La persona que esté a mi lado tiene también que tener claro que quiere en la vida y. además, debe de estar caminando hacia esa meta. Debemos "alimentarnos las alas" mutuamente. No quiero a nadie que se estanque en una duda.
- Necesito la confianza ciega y mutua. Soy altamente sensible a la mentira y la traición. Ni las piadosas (de "intentos de sutil manipulación" o "chantajes emocionales", mejor ni hablamos). La persona que esté a mi lado, debe de ser, además, mi mejor amigo y tener la suficiente confianza como para decir sus sentimientos, sus miedos, sus preocupaciones, sus anhelos, mostrar sus debilidades y también sus fortalezas... La comunicación es la base de cualquier relación y una ya está cansada de "hombres herméticos", cuya coraza impenetrable te lleva a "la adivinación", y como no soy bruja, ni telépata, ni parecido... Necesito a alguien que se sepa comunicar, pero que también trate de entender mis sentimientos, porque cuando digo que algo me molesta, no es un reproche ni un ataque personal, sino un modo de decir "como me quieres, no te gusta verme sufrir y esta información me valdrá para tratar de evitar el daño". Necesito EMPATÍA.
- Necesito a alguien que me haga reír, que pueda hablar de cualquier tema, triviales y profundos, que me apasione... Pero que me apasione cada día, cada instante, cada momento... Porque yo no se vivir sin apasionarme y la vida me ha enseñado que entre "un capricho" (cuya pasión acaba súbitamente tal y como empezó) y comenzar a enamorarse, va mucha distancia y muchas variables. No quiero que estén pendiente de mi cada minuto del día, necesito mi espacio como cualquier persona. Pero no quiero "sentirme sola" al lado de nadie. La soledad es algo que yo elijo cuando quiero y no cuando me la imponen.
- No soporto los celos. Los celos (sobre todo los enfermizos, estos que llevan a algunas personas a "espiar" constantemente todo lo que hace su pareja, o peor aún, su expareja. Leyendo sus mensajes, su facebook, sus correos, sus chats... Esto es algo que tratan los psicólogos y que no estoy dispuesta a cargar con ello), ocurre solo por una falta de confianza en uno mismo (o baja autoestima) o en el otro, así que esto definitivamente no es para mí y, a la menor señal de ellos, la relación muere. Eso de que "si no hay celos, no hay amor" es un cuento chino y bastante arcaico. Necesito a alguien que sepa que si estoy con él es por una decisión propia y no por necesidad, por lo que, si apareciese una persona, o los sentimientos empiezan a apagarse, o hay gestos o desprecios que no me gustan, simplemente lo diré y por supuesto no acepto que, por expresar como me siento, se levante un temporal que "desgarre las velas de mi barco". De eso se trata la confianza y la comprensión.
- Necesito a alguien seguro de sí mismo, que sepa librar sus propias guerras sin que eso afecte a un "nosotros". Precisamente ayudaré en sus guerras y él en las mías. Porque una pareja es un equipo en todos los sentidos. Así que no quiero a mi lado hombres que me teman o que se crean inferiores o... etc. porque yo no me creo superior a nadie, ni inferior tampoco. Así que quiero una relación de igualdad en todos los sentidos.
- No quiero a alguien igual que yo. Sería terriblemente aburrido. Necesito a alguien que me rete, que me lleve al límite, que me haga volar, soñar... Quiero a alguien que no dependa de mi, porque yo no dependo de nadie. El apoyo y la dependencia son dos cosas distintas, y si no entiedes la diferencia, no eres para mi.
- Necesito a alguien que no haya perdido el "niño interior", pero que tampoco se comporte como un crío. Los adultos, ante los problemas, se sientan y los hablan. Si tiene solución se repara y si no, pues cada uno que siga su camino, que no pasa nada. No me gusta "jugar en la liga alevin". Y no voy a consentir que se use "el silencio" como castigo. Ante esto, intentaré la comunicación y, si continúa "este castigo injusto", yo seguiré mi camino. No voy a detener mi paso por alguien que juega con este tipo de chantaje emocional que puede causar un terrible daño emocional. Me quiero lo suficiente para "no tener que aguantar este tipo de acitudes".
- Quiero a una persona real, no a su mejor versión. Quiero a alguien que las virtudes compensen a los defectos. Alguien que, ante un problema serio (a veces, la vida te los pone en el camino), no salga corriendo, ni se aisle, ni se convierta en una tortuga dentro de su caparazón. La vida se enfrenta cara a cara. Quiero a alguien que sepa pedir ayuda y también que sepa ayudar.
- Necesito a alguien que, como yo, no soporte la rutina. Porque así, si caemos en ella, uno de los dos llevará al otro a volar de nuevo. Quiero que me sorprendan. Me encantan los pequeños y cotidianos detalles como el regalo de una sonrisa, una mirada como "si yo fuese todo", un como estás oportuno, un abrazo espontáneo, una nota en la almohada. Estas son las cosas que alimentan al amor y la amistad, y si no se usan el sentimiento se enfría y muere. Y me niego a estar con alguien por compasión o por llenar un vacío porque, de conformarme con eso, estaría siendo injusta con él y conmigo.
- Necesito a alguien que entienda que tengo amigos y amigas, que estaban ya antes que él. Tengo un concepto bastante alto de la amistad, y muchos de mis amigos son hombres. Quiero a alguien que comprenda que también hay que cuidar estas relaciones y que ir de cañas con los amigos no implica traicionar la lealtad de nadie. Porque yo haré lo mismo con él. Esto es la confianza y el espacio propio.
- Quiero a alguien que jamás me falte el respeto. Que tenga valores y principios. Que sus palabras y sus actos sean coherentes. Sobre todo porque, por la experiencia pasada, las palabras son solo eso, palabras, igual que las promesas. Puro aire sin contenido. Los hechos, esos son los que nos unen o separan.
Por eso, mientras no aparezca un hombre que sea capaz de todo lo anterior, habrá intentos fallidos. Insisto, estoy soltera, pero no sola. De hecho, mi frase tipo es cierta. No necesito una pareja, por lo que, si la tengo, es porque creo que encaja en todo lo anterior. Una ya no está para determinadas tonterías.
Blog sobre Literatura, Guion y novedades de la escritora Eloisa Lua (pseudónimo)
domingo, 24 de enero de 2016
sábado, 16 de enero de 2016
La niña y el muchacho
La niña, de ondulados cabellos castaños y ojos vivarachos, agazapada detrás de aquella verja de madera, como cada tarde a la caída del sol, veía a aquellos dos muchachos que se sentaban, muy juntos, en el banco frente al acantilado, dónde la ola rompía la roca.
Los miraba. No había motivo. Simplemente sentía curiosidad. Aquella extraña rutina... El muchacho acariciaba el pelo de ella o lo ponía en su sitio cuando lo arremolinaba el viento de la tarde. Ella apoyaba la cabeza en su hombro. Los dos reían. Le gustaba aquella risa. Cerraba los ojos para oírla mejor. Era una risa conjunta. Como una música bonita, pero sin instrumentos. Solo risas.
Jutaban sus labios y permanecían mucho tiempo en silencio. Se miraban a los ojos. Juntaban sus labios. Se volvían a mirar... La niña se escondía mejor, como si fueran a verla los azarosos jóvenes.
Después, cuando el sol había dejado paso a la corona de la noche y, aunque ya brillaban los pimeros luceros, pero aún quedaba luz en el horizonte, los dos muchachos se iban. Cogidos de la mano. Riendo juntos. Ella apoyaba la cabeza en el brazo de él. El le acariciaba el pelo y ponía mechones en su lugar.
Después la niña se iba a casa.
Aquella tarde, la niña, hizo un mohín. Algo no funcionaba bien. No sabía muy bien que era, pero ya no se oían risas. El muchacho había aparecido solo. Se sentó en el banco, mirando al mar. Cayó la noche. Se levantó y se fue. No hubo risas.
Y así al día siguiente. Y al siguiente también. Y el tercero algo volvió a cambiar... El muchacho vino solo. Se sentó. Miró el mar durante horas. Ella no estaba por ningún lado. Pero, al reinar la luna, se oyó un incontenible llanto que partió el cielo en dos. A la niña se le llenaron los ojos de lágrimas también, como si la onda expansiva de aquel desgarrador dolor la hubiera alcanzado. No sabia cómo se había hecho daño aquel muchacho.
La niña se fue a casa. No pudo dormir. Pensaba en el dolor del muchacho.
Al día siguiente, cuando el chico, lánguido y con las ojeras del que malduerme, la esperanza que se niega a morir y es descarnada por la certeza de que, aquella tarde, ella tampoco vendría, por mucho que él la esperase. Justo antes de sentarse, la vio. A aquella menuda niña de cabellos chocolate haciendo hondas y aquellos inteligentes ojos clavados en él, con una sonrisa abierta y una bolsa de papel en la mano, agitándola al aire gesticulando para que la cogiese, el chico levantó una ceja ante la inesperada sorpresa:
- Para ti.- Aseguró la niña sonriendo más.
- ¿Para mi?.- Preguntó con desgana, tratando de que no se le quebrase la voz.- ¿Y por qué me haces un regalo?.
- Porque te has hecho daño.
- ¿Por qué crees que me he hecho daño?
- Porque lloras.- El chico enmudeció, la niña contestó resuelta,- Y cuando yo lloro, mi abuela, siempre me regala algo, me besa en la frente y me dice que al día siguiente estaré bien. Y, al día siguiente, lo estoy. Y cómo no se cómo te has hecho daño, ni cuanto te duele, pues te he traído un montón de cosas.- Acabó la niña zarandeando la bolsa de nuevo.
El muchacho se sentó y abrió la bolsa con cuidado. Miró dentro:
- Aquí no hay nada.- Concluyó tiernamente.
- ¿Cómo que no?.- Contestó indignada la niña, con ese gesto de absoluta justicia reclamando lo evidente, esa aplastante lógica que solo puede darte la inocencia, le arrebató con furia la bolsa y comenzó a fingir que sacaba cosas mientras las iba nombrando.- Esto es un pedacito de mar, por si no puedes venir, que lo lleves siempre; un frasco de viento del norte, los vientos secos son buenos para el reuma; esto es una puesta de sol, siempre conviene que haya una; esto es una estrella, pero no cualquier estrella, sino la estrella Polar... mi papá dice que si me pierdo sola en el bosque, busque esa estrella y me llevará a casa... aunque, no se muy bien para que más puede valer y aquí no hay un bosque cerca; esto es un abrazo, los abrazos de verdad, estrujando mucho, hacen sentir muy bien; esto es un beso en la frente, para que si lloras otra vez, tengas uno cerca; esto es la cola de un dragón... porque me gustan a mi; eso es polvo de hada, si te los echas en las alas, vuelas... Sí, calla, ya se que ibas a decirme, listo... Por eso traje también unas alas, para que puedas volar cuan alto quieras y sentirte libre de ir a cualquier lugar...
Y el muchacho pasó el tiempo allí, escuchando todos los regalos de la niña porque, aunque fueran invisibles, le había hecho uno de incalculable valor: Recodarle cuan necesarias y valiosas son las pequeñas cosas.
Los miraba. No había motivo. Simplemente sentía curiosidad. Aquella extraña rutina... El muchacho acariciaba el pelo de ella o lo ponía en su sitio cuando lo arremolinaba el viento de la tarde. Ella apoyaba la cabeza en su hombro. Los dos reían. Le gustaba aquella risa. Cerraba los ojos para oírla mejor. Era una risa conjunta. Como una música bonita, pero sin instrumentos. Solo risas.
Jutaban sus labios y permanecían mucho tiempo en silencio. Se miraban a los ojos. Juntaban sus labios. Se volvían a mirar... La niña se escondía mejor, como si fueran a verla los azarosos jóvenes.
Después, cuando el sol había dejado paso a la corona de la noche y, aunque ya brillaban los pimeros luceros, pero aún quedaba luz en el horizonte, los dos muchachos se iban. Cogidos de la mano. Riendo juntos. Ella apoyaba la cabeza en el brazo de él. El le acariciaba el pelo y ponía mechones en su lugar.
Después la niña se iba a casa.
Aquella tarde, la niña, hizo un mohín. Algo no funcionaba bien. No sabía muy bien que era, pero ya no se oían risas. El muchacho había aparecido solo. Se sentó en el banco, mirando al mar. Cayó la noche. Se levantó y se fue. No hubo risas.
Y así al día siguiente. Y al siguiente también. Y el tercero algo volvió a cambiar... El muchacho vino solo. Se sentó. Miró el mar durante horas. Ella no estaba por ningún lado. Pero, al reinar la luna, se oyó un incontenible llanto que partió el cielo en dos. A la niña se le llenaron los ojos de lágrimas también, como si la onda expansiva de aquel desgarrador dolor la hubiera alcanzado. No sabia cómo se había hecho daño aquel muchacho.
La niña se fue a casa. No pudo dormir. Pensaba en el dolor del muchacho.
Al día siguiente, cuando el chico, lánguido y con las ojeras del que malduerme, la esperanza que se niega a morir y es descarnada por la certeza de que, aquella tarde, ella tampoco vendría, por mucho que él la esperase. Justo antes de sentarse, la vio. A aquella menuda niña de cabellos chocolate haciendo hondas y aquellos inteligentes ojos clavados en él, con una sonrisa abierta y una bolsa de papel en la mano, agitándola al aire gesticulando para que la cogiese, el chico levantó una ceja ante la inesperada sorpresa:
- Para ti.- Aseguró la niña sonriendo más.
- ¿Para mi?.- Preguntó con desgana, tratando de que no se le quebrase la voz.- ¿Y por qué me haces un regalo?.
- Porque te has hecho daño.
- ¿Por qué crees que me he hecho daño?
- Porque lloras.- El chico enmudeció, la niña contestó resuelta,- Y cuando yo lloro, mi abuela, siempre me regala algo, me besa en la frente y me dice que al día siguiente estaré bien. Y, al día siguiente, lo estoy. Y cómo no se cómo te has hecho daño, ni cuanto te duele, pues te he traído un montón de cosas.- Acabó la niña zarandeando la bolsa de nuevo.
El muchacho se sentó y abrió la bolsa con cuidado. Miró dentro:
- Aquí no hay nada.- Concluyó tiernamente.
- ¿Cómo que no?.- Contestó indignada la niña, con ese gesto de absoluta justicia reclamando lo evidente, esa aplastante lógica que solo puede darte la inocencia, le arrebató con furia la bolsa y comenzó a fingir que sacaba cosas mientras las iba nombrando.- Esto es un pedacito de mar, por si no puedes venir, que lo lleves siempre; un frasco de viento del norte, los vientos secos son buenos para el reuma; esto es una puesta de sol, siempre conviene que haya una; esto es una estrella, pero no cualquier estrella, sino la estrella Polar... mi papá dice que si me pierdo sola en el bosque, busque esa estrella y me llevará a casa... aunque, no se muy bien para que más puede valer y aquí no hay un bosque cerca; esto es un abrazo, los abrazos de verdad, estrujando mucho, hacen sentir muy bien; esto es un beso en la frente, para que si lloras otra vez, tengas uno cerca; esto es la cola de un dragón... porque me gustan a mi; eso es polvo de hada, si te los echas en las alas, vuelas... Sí, calla, ya se que ibas a decirme, listo... Por eso traje también unas alas, para que puedas volar cuan alto quieras y sentirte libre de ir a cualquier lugar...
Y el muchacho pasó el tiempo allí, escuchando todos los regalos de la niña porque, aunque fueran invisibles, le había hecho uno de incalculable valor: Recodarle cuan necesarias y valiosas son las pequeñas cosas.
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