"Pero eso es normal...- Dijo ella en medio de aquella conversación, con cierta profundidad, que había nacido del modo más trivial: en un encuentro fortuito.- Yo no tengo la misma cara contigo, alguien a quién aprecio, respto y admiro que la que mantengo ante el que me traiciona o rompe el corazón a sabiendas de lo que hace".
"Puede ser... El problema de verdad viene de aquellos que tienen demasiadas caras".- Aseveró él con tono jocoso, aunque matizado con ciertos tintes de dolor y amargura pasada, que aún, a veces, movían la rueda de molino.
Ella sonrió, con mirada cómplice, quizá había pasado también por abismos que nunca debieron de abrirse bajo sus pies: "No lo creo. Hay pocas caras y demsiadas caretas".
La cara es la que ríe a carcajadas, hasta las entrañas, hasta sentir dolor de la propia risa, cuando la provocas con una de tus payasadas y la misma cara de la moneda tampoco le ríe las gracias a quién no me las causa, porque nunca tuve la necesidad de aplaudir a los bufones para que me den tres cacahuetes de premio. La careta es la del bufón, la de buen cortesano, la de servil compañero al amo (no al amigo), la de firma Channel comprada en el rastro, la del bolso caro y cuna baja, la de la sobervia pintada de humildad.
La cara es la que se incendia espontáneamente cuando el enemigo de un amigo le lancea, y tu desenvainas la espada Leal, despojada de crueldad, pero tan afilada que aguijonea y traspasa armaduras, la misma cara es la que recibe la bofetada de la calumnia y, sin embargo, sonríe satisfecha de no haber puesto en venta sus principios. La careta es la que usa Judas para confundirte, cobrando siempre menos de las 13 monedas de oro, aquella que defiende pero según a quién o ante quién, careta es aquella que, cuando el viento cambia, abandona la batalla y a quién sea, con tal de salvar solo su vida (o su silla, o cualquier cosa vana y menos importante). La careta es la que finge desprecio cuando miras, pero traba alianzas a tus espaldas con los que antes te habían traicionado.
La cara es la tranquilidad que da hacer lo correcto hasta cuando no hay nadie mirando. La de la sabiduría que dan los años (y los abismos, y las caídas y el haberse levantado en cada una de ellas). La que, si tú levantas el teléfono pronunciando un "Te necesito", parará el mundo y acudirá a los confines de la tierra, por el único motivo por el que soy capaz de parar el tiempo: porque te quiero, amigo mío. La careta es cualquier excusa para no hacerlo, unas más manidas, otras muy bien construídas, otras demasiado exageradas... pero excusas todas.
Yo solo tengo estas tres caras. La careta es la que termina cayendo.
La peligrosa es la careta. La careta es la que consigue que el lobo parezca un cordero, no su piel.
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