miércoles, 1 de marzo de 2017

La terraza donde se desconocieron

Cuando volvió a aquella terraza, ya habían vuelto los días de vino y rosas. Las carcajadas poblaban las avenidad de nuevo. Ya no habían cascotes en un corazón que ya nunca volvería a ser el mismo, aunque conservara su esencia.

Se sentó en la misma mesa, frente a su silla vacía. Pidió un cafe solo y muy amargo. Lo removió como un arraigado ritual exento de azúcar. Lo quiso así. Aquel fuerte sabor que le recordaba a la hiel que había poblado la cotidianidad de sus días convirtiéndolos en una trajicomedia de bajo presupuesto.

Sorbió el primer trago. Saboreándolo en el paladar como el más exquisito de los licores. Este era por el pasado más pasado... Nunca se había imaginado la vida sin él y no por ese romanticismo que atesoraba tan dentro de ella, sino porque aquella posibilidad nunca había existido. Más de media vida. Conocía sus secretos más íntimos. Sus miedos más desgarradores. Su mejor cara y también la peor. Su lealtad leónida hacia los suyos. La conocía tan bien que llegó a convertirse en una parte esencial de ella misma. En su compañero de equipo, en aquel faro que siempre se mantenía encendido cuando se apagaban todas las luces. En aquella brisa capaz de rescatarla del naufragio. Lo había sido todo y se jugó su suerte por él porque estaba absolutamente convencida de que él habría hecho lo mismo por ella... Sonrió al acordarse el mantra que había sido, cada día, durante un mes, después de decirle adios en aquella misma terraza "Aunque tengas que arrancarte el corazón" - Le recordaba su cabeza cada vez que el pecho ansiaba respuestas o se envenenaba de nostalgia. Eso era el pasado de antes de todo. El pasado compartido de más de media vida. Pero Pasado, al fin y al cabo.

El segundo trago fue por el pasado más reciente. Por aquel no entender que macabra broma de la vida era aquella que, cuánto más se esforzaba por acercase, más lejos la arrojaba de él. Laberintos infinitos que no llevaban a ninguna parte. Naves ardiendo en el cielo de Casiopea. Relojes de arena congelados. Una soledad absoluta rodeada de gente. "Aunque tengas que arrancarte el corazón, jamás volveras a caminar sobre las mismas espinas", era lo que se repetía una y otra vez durante un mes más. Aquel trago fue más corto, pero el más amargo de todos. Como tenía que ser. Como había sido. Como era en realidad.

El tercero lo brindó con su silla vacía. Era el que más la invitaba a brindar. Era el del día de aquella terraza donde le "desconoció". Pero también era el más duro, el que incendiaba en la garganta. El que le arrojaba la verdad escupida a la cara en forma de una realidad tirana. Podía haber hecho mil cosas para no acabar por perderla, pero escogió no hacer nada: "Espero que te haya merecido la pena de verdad", había aseverado ella ante el interrogante de la cara de él, "Sacrificar a tu mejor amiga". Tampoco hizo nada entonces. Al menos, nada que aliviase aquel innecesario dolor. Solo era un estúpido daño colateral de algo que desconocía y de lo qué cargaba una cruz a hombros que le había segado las alas y ya no recordaba ni volar. Sonrió de nuevo porque, al final, ella si pudo elegir quién quería ser e hizo lo correcto. Volvió a dormir tranquila desde aquel día. A veces, aún tenía añoranzas a modo de recuerdos traidores, pero entonces no hacía falta repetir ninguna frase. Le bastaba saber que nunca volvería a aquel punto de aquel abismo que no vio cernirse sobre ellos. Aquel aterrador miedo que le había contado y que aún parecía haberles pillado por sorpresa.

El cuarto sorbo fue de un trago. Ya no era amargo, quizá un pcoo ácido. Ya no sentía nada. Todo marchito, el Fénix había desplegado las alas. Ahora sabía quien era y eso era lo más importante. Habría dado cualquier cosa porque resultara de otro modo y, sin embargo, había sido su peor error pero también su lección de vida más importante. Ahora ya había comenzado a ganar de nuevo, ahora todo giraba en el orden correcto. Ya no se agazapaba llorando debajo de las sábanas. Ya no era necesario. Sentía una especie de extraña satisfacción hacia lo logrado sin tener que arrancarse el corazón. Todo aquello estaba muerto y había quedado atrás. El no la volvería a llamar nunca, por el motivo que fuese, y ella tampoco lo volvería a buscar jamás.

Dejó el doble del precio del café. Se levantó y no volvió más a aquel lugar en el que lo imposible se había aliado con la realidad.

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