Blog sobre Literatura, Guion y novedades de la escritora Eloisa Lua (pseudónimo)
viernes, 21 de abril de 2017
Entre promesas y ojalás
Ahora que estamos, tú y yo, a solas. Cada uno con su soledad. Cada uno sin estar. Como dos que se desconocen hasta no llegar ni a desconocidos.
Yo, con un recuerdo herido de muerte por el disparo, a boca jarro, de una realidad tirana que le acarició la sien. Tú, porque no se puede envidar al destino yendo de farol, sin más mano que una repleta de promesas vacías, sin comodines que jugar.
Yo, con un ojalá muerto de inspiración, estrangulado por el interrogante asesino del invierno de tus ojos. Sin reglas en las que atrincherarse. Sin bandera blanca o tregua.
Que no permitan los cielos que halles nunca ese macabro laberinto del que escapé, a tientas, a la luz de los fuegos fatuos, que anunciaban el carnaval de nuestros difuntos. Que no permitan los cielos que tu mundo se cubra de espejismos, ni del silencio que emana de los muertos, solo roto por la campana que nunca tocó a Réquiem.
Entre promesas y ojalás, traté de dilatar un tiempo que no me pertenecía, esperando en el anden de las dudas, por dónde no pasan ya los trenes, pero sin querer perder la espernza, mientras me dedicaba a mendigar un mendrugo de palabras.
Apreté el frasco que contenía el veneno disfrazado de cariño. Las esquirlas laceraron mis manos hasta pintar con sangre, en la ventana, un S.O.S. Un "te necesito más que nunca", porque nunca te necesité realmente, mientras dejaba que el espíritu del pasado abofetease mi mejilla al tiempo que, el del presente, me hincaba la Espada de Damocles en medio del corazón. Los afilados dientes de las comparaciones invitables me arrancaron la venda del alma impíamente y, por un instante, me volví estatua de sal.
La vela polar no marcaba el sur y yo no hallaba mi norte. No quería quedarme en aquel horrendo y dantesco lugar, pero tampoco me quise ir.
Lunas después, una mano apareció en la negrura, asiendo con fuerza la mía. "No estarás sola", susurró una conocida voz que no supe identificar. Cargó conmigo, más yo no era capaz de recorrer el camino que nos separaba. Paso a paso, por una senda que no había visto, bajo el manto de una luna que comenzaba a parecer hermosa desde allí. Sin prisa, pero sin pausa, siguió caminando. Paso a paso. A veces, gemía contrariada, muerta de nostalgia, pérdida y vacío. Otras, me quejaba en vano.
"No estarás sola...", volvió a decir, "se unirán a ti aquellos a los que preguntaste por sus sueños, te seguirán a los que regalaste la esperanza, te recorarán todos aquellos a los que les regalaste alas, tiempo, detalles de valor incalculable, a los que devolviste la risa, a los que enseñaste a reir... Se unirán a tu cruzada aquellos a los que tocaste el corazón bajo la piel de piedra, a los que les regalaste tu aliento y abrazo, los que protegiste hasta de sí mismos". Y siguió andando, paso a paso, cargando con mi cuerpo.
Poco después, recordé como se reía a carcajadas. Seguí caminando, ya por mi propio pie, paso a paso. "¿Quién eres?", me atreví a preguntar al fin. La voz respondió: "Tu instinto". Y se produjo un silencio, por fin, desbordante de contenido.
Así fue como no volví a pensar nunca más en nuestras ciudad de ruinas.
Así fue como juré no volver a recordar el dantesco laberinto que se encuentra ente las promesas y los ojalás.
jueves, 6 de abril de 2017
Alas doradas y negras
Capítulo 1.- Alas doradas
Quiso volar.Cuidado con lo que deseas porque... Se puede hacer realidad.
El mundo era un lugar demasiado pequeño para sus sueños. La realidad demasiado inestable para sus instantes perdidos. El sol no brillaba bajo la lluvia. El gris era un arco iris de asfalto. Las almas de plástico paseaban por los parques, dejando su sombra de astío en todos ls bancos.
Quiso volar y voló.
Allí, en mitad de la nada a la que había reducido el vacío de sus bolsillos, con las rodillas clavadas en el suelo y manos sobre el pomo de la espada, una mujer lloraba como se llora de verdad: hacia dentro. Las alas brotaron majestuosad en su espalda. Doradas. Incendiadas por el fuego del atardecer. De aquel adormidero de infelicidades seguras, tan falto de pasiones que la alimentasen.
Espada y escudo bien asidos, se elevó en vertical, alejándose de aquel cementerio de ladrillo muerto y escamas de trazos de olvido. De aquel cenagal de hipocresía pintado de espejismo.
Voló por encima de las nubes. En libertad. Con un viento a favor que engrandecía las plumas.
Entonces lo supo. Había nacido para volar y aquella, su nueva piel, era en verdad la esencia de lo que siempre había sido.
viernes, 31 de marzo de 2017
Cara y Cruz
![]() |
La imagen de María JJimenez que insipiró a "La Musa de la Luna" |
Me quedé un rato mirándolas, "una mujer sentada" las llamé huyendo de prejuicios y stereotipos de género... Pero viéndolas ahí... Dos instantes, la misma mañana y, aún así, separado por el tiempo. El angel y la diablo. "Ha conseguido captar la esencia, la jodida", me dije sin decírselo. ¿Cómo cambiar lo que era? ¿Cómo renunciar a mi esencia? ¿Y que importan los nombres en la magia de los momentos?
Pongamos que la mujer sentada sobre fondo negro, Eloísa, es el ángel. Pongamos que la mujeres retando al suelo rojo, La Ordago, es la diablo. Pero un diablo repudiado del Infierno. Nunca entendieron la ética. Y allí estaba: la cara y la cruz, la noche y el día... Eloísa y la desterrada "La Ordago".
Entonces recordó a aquel a quien quiso tanto como para no dejar de quererlo nunca. Aquel que con voz grave y rizos negros, en aquel momento, en aquella habitación, con aire preocupado y, aquella chica que bien conocía su alma, pudo atisbar hasta miedo - Fuera nevaba: "Estoy enamorado de Eloísa, no contaba con ella y puso mi mundo entero del revés, y todo lo seguro era inseguro, y todo lo malo bueno, y todo lo negro fue blanco, la niña que apaga farolas a su paso... Pero La Ordago, ésa es mi mejor amiga, la que siempre está ahí, la de la lealtad y palabra, la guerrera que no traiciona y ahora necesito a mi mejor amiga". Un precioso recuerdo. Por cierto, la tuvo (a su mejor amiga).
Eloísa es la fantasía de lo cotidiano, la pasión que vuelve los lunes en sábados, la dulzura que sale cuando no se la llama. La Ordago es la de lengua afilada y satírica, la que llamas a las tres de la mañana y acude sin pensarlo, la que protege a los suyos, a los amigos... A esa familia que se elige.
Eloísa es la de sesibilidad extrema que es capaz de tocar algunos corazones y sacar lo mejor de sí mismos, es la que te sorprende por que sí con una piruleta, la que te regala un no cumpleaños, la que sueña despierta, la que llora pero prefiere la sonrisa, la belleza de lo simple. La Ordago es la guerrera que no teme, la que enfrenta las afrentas, la que te cubre con su escudo y sacrifica una vida, que usa su lanza contra lo injusto y miserable. La que no teme hablar y aborrece la mentira y al que miente, la que no entiende la traición y nunca se planteó olvidar una. La que cae de rodillas, sangra, llora, mira al sol y se levanta.
Es todo eso y no es nada de lo anterior. Dos caras de la misma moneda, dos gotas en medio del oceáno. Dos realidades pero un solo corazón.
Para María José (Nakarte).
Un regalo de mi musa a la tuya.
lunes, 27 de marzo de 2017
Los cuatro elementos
Lo eran todo.
Fueron FUEGO. Aquella admiración mutua, aquel amor que se profesaban más allá de lo carnal y mundano, más allá del Parnaso de los poetas, más allá de cualquier definición que pueda encerrarse en unas letras. Y ardían en la hoguera de un abrazo de verdad, de ésos que te acarician el corazón y que se comunican en el idioma del alma. Ardían en solitario cuando sus ojos no se hallaban, sus manos no se tocaban y sus pasos no se cruzaban. Hasta que se volvían a ver y se incendiaba el aire y los espíritus primigenios bailaban sobre las brasas. Y sus ojos prendían llama. Un fuego que era acogedor como el hogar o pura devastación. Y, cuando se unían, cuando daban los mismos pasos en la misma dirección, no había lanza de poderoso ejército que contenerles pudiera. Eran uno. Latían al tiempo y el mundo se arrodillaba a sus pies. El mismo mundo que se tornaba Infierno cuando Dante no tocaba el violín y el tiempo no era un buen aliado.
Fueron AIRE. Aire fresco de primavera que renueva con risas verdaderas, de ésas que duelen. De esas que se graban. De ésas inusuales. De ésas que, cuando faltan, se echan de menos a manos llenas y saben a despensa vacía de lunes. Y, cuando a una de las partes, se le quebraban las alas, la otra parte buscaba siempre el modo de repararlas o forjar unas más grandes y fuertes. ¿De que valdría el aire si no fuera para volar? Y cuando Eolo se callaba, los dos se soplaban las velas a pulmón; viviendo cada uno su vida, pero amando sus sueños, alimentándose mutuamente. Pero, otras veces, el cielo amenazaba tempestad y el choque era tal que no se conocía ciclón peor, y las ruinas llegaban y la calma no aparecía hasta ver cenizas grises de corazones rotos. Pero siempre volvían. Se buscaban. Es una de las características del aire: Es indivisible.
Fueron TIERRA. Siempre había un lugar al que regresar. Una tierra prometida por conquistar. Cuando se apagaban todos los faros y la oscuridad cegaba a uno de los dos, el otro prendía la almenara indicando tierra a la vista. No había mejor brújula que aquel abrazo. Y, si las dos partes naufragaban, el primero que encontraba tierra rescataba al otro de su propio temporal. Siempre había un lugar que era principio y fin. La arena bajo el asfalto de la playa que conquistaron. Aquel mundo construído para ellos, en dónde no existía más distancia que la que se recorría, nunca la que separaba.
Y quizá por eso, porque lo habían sido todo. Una parte intentó dilatar el tiempo, extenderlo, alargarlo, jugarlo en su favor, pisotearlo, recomponerlo y volverlo a pisar, mientras la otra parte permanecía inmóvil. Como estátua de gesto pétreo que, con su sola sombra, causa terror. Y buscó el fuego, pero eran las cenizas. Y buscó el aire, pero era la calma absoluta. Y buscó la tierra, pero solo halló el mar. Y gritó en silencio y a pleno pulmón. Y lloró. Y rió histriónicamente. Y se mintió en la mentira de una realidad cada vez más tirana. Y trato de abrazar a aquel pequeño recuerdo... El único que conservaba con color, que no había perdido su brillo. Pero fue AGUA. Y, por mucho que quiso retenerlo, agarrarlo fuertemente... Estrujarlo por negarse a perderlo, se le escapó entre los dedos congelándole la mano. Hasta la última gota que vió difuminarse con tristeza agónica. Ya no habían preguntas, y todas las respuestas se habían fundido en una sola.
Realmente, no eran nada.
Fueron FUEGO. Aquella admiración mutua, aquel amor que se profesaban más allá de lo carnal y mundano, más allá del Parnaso de los poetas, más allá de cualquier definición que pueda encerrarse en unas letras. Y ardían en la hoguera de un abrazo de verdad, de ésos que te acarician el corazón y que se comunican en el idioma del alma. Ardían en solitario cuando sus ojos no se hallaban, sus manos no se tocaban y sus pasos no se cruzaban. Hasta que se volvían a ver y se incendiaba el aire y los espíritus primigenios bailaban sobre las brasas. Y sus ojos prendían llama. Un fuego que era acogedor como el hogar o pura devastación. Y, cuando se unían, cuando daban los mismos pasos en la misma dirección, no había lanza de poderoso ejército que contenerles pudiera. Eran uno. Latían al tiempo y el mundo se arrodillaba a sus pies. El mismo mundo que se tornaba Infierno cuando Dante no tocaba el violín y el tiempo no era un buen aliado.
Fueron AIRE. Aire fresco de primavera que renueva con risas verdaderas, de ésas que duelen. De esas que se graban. De ésas inusuales. De ésas que, cuando faltan, se echan de menos a manos llenas y saben a despensa vacía de lunes. Y, cuando a una de las partes, se le quebraban las alas, la otra parte buscaba siempre el modo de repararlas o forjar unas más grandes y fuertes. ¿De que valdría el aire si no fuera para volar? Y cuando Eolo se callaba, los dos se soplaban las velas a pulmón; viviendo cada uno su vida, pero amando sus sueños, alimentándose mutuamente. Pero, otras veces, el cielo amenazaba tempestad y el choque era tal que no se conocía ciclón peor, y las ruinas llegaban y la calma no aparecía hasta ver cenizas grises de corazones rotos. Pero siempre volvían. Se buscaban. Es una de las características del aire: Es indivisible.
Fueron TIERRA. Siempre había un lugar al que regresar. Una tierra prometida por conquistar. Cuando se apagaban todos los faros y la oscuridad cegaba a uno de los dos, el otro prendía la almenara indicando tierra a la vista. No había mejor brújula que aquel abrazo. Y, si las dos partes naufragaban, el primero que encontraba tierra rescataba al otro de su propio temporal. Siempre había un lugar que era principio y fin. La arena bajo el asfalto de la playa que conquistaron. Aquel mundo construído para ellos, en dónde no existía más distancia que la que se recorría, nunca la que separaba.
Y quizá por eso, porque lo habían sido todo. Una parte intentó dilatar el tiempo, extenderlo, alargarlo, jugarlo en su favor, pisotearlo, recomponerlo y volverlo a pisar, mientras la otra parte permanecía inmóvil. Como estátua de gesto pétreo que, con su sola sombra, causa terror. Y buscó el fuego, pero eran las cenizas. Y buscó el aire, pero era la calma absoluta. Y buscó la tierra, pero solo halló el mar. Y gritó en silencio y a pleno pulmón. Y lloró. Y rió histriónicamente. Y se mintió en la mentira de una realidad cada vez más tirana. Y trato de abrazar a aquel pequeño recuerdo... El único que conservaba con color, que no había perdido su brillo. Pero fue AGUA. Y, por mucho que quiso retenerlo, agarrarlo fuertemente... Estrujarlo por negarse a perderlo, se le escapó entre los dedos congelándole la mano. Hasta la última gota que vió difuminarse con tristeza agónica. Ya no habían preguntas, y todas las respuestas se habían fundido en una sola.
Realmente, no eran nada.
martes, 21 de marzo de 2017
Pocas caras y demasiadas caretas
"Pero eso es normal...- Dijo ella en medio de aquella conversación, con cierta profundidad, que había nacido del modo más trivial: en un encuentro fortuito.- Yo no tengo la misma cara contigo, alguien a quién aprecio, respto y admiro que la que mantengo ante el que me traiciona o rompe el corazón a sabiendas de lo que hace".
"Puede ser... El problema de verdad viene de aquellos que tienen demasiadas caras".- Aseveró él con tono jocoso, aunque matizado con ciertos tintes de dolor y amargura pasada, que aún, a veces, movían la rueda de molino.
Ella sonrió, con mirada cómplice, quizá había pasado también por abismos que nunca debieron de abrirse bajo sus pies: "No lo creo. Hay pocas caras y demsiadas caretas".
La cara es la que ríe a carcajadas, hasta las entrañas, hasta sentir dolor de la propia risa, cuando la provocas con una de tus payasadas y la misma cara de la moneda tampoco le ríe las gracias a quién no me las causa, porque nunca tuve la necesidad de aplaudir a los bufones para que me den tres cacahuetes de premio. La careta es la del bufón, la de buen cortesano, la de servil compañero al amo (no al amigo), la de firma Channel comprada en el rastro, la del bolso caro y cuna baja, la de la sobervia pintada de humildad.
La cara es la que se incendia espontáneamente cuando el enemigo de un amigo le lancea, y tu desenvainas la espada Leal, despojada de crueldad, pero tan afilada que aguijonea y traspasa armaduras, la misma cara es la que recibe la bofetada de la calumnia y, sin embargo, sonríe satisfecha de no haber puesto en venta sus principios. La careta es la que usa Judas para confundirte, cobrando siempre menos de las 13 monedas de oro, aquella que defiende pero según a quién o ante quién, careta es aquella que, cuando el viento cambia, abandona la batalla y a quién sea, con tal de salvar solo su vida (o su silla, o cualquier cosa vana y menos importante). La careta es la que finge desprecio cuando miras, pero traba alianzas a tus espaldas con los que antes te habían traicionado.
La cara es la tranquilidad que da hacer lo correcto hasta cuando no hay nadie mirando. La de la sabiduría que dan los años (y los abismos, y las caídas y el haberse levantado en cada una de ellas). La que, si tú levantas el teléfono pronunciando un "Te necesito", parará el mundo y acudirá a los confines de la tierra, por el único motivo por el que soy capaz de parar el tiempo: porque te quiero, amigo mío. La careta es cualquier excusa para no hacerlo, unas más manidas, otras muy bien construídas, otras demasiado exageradas... pero excusas todas.
Yo solo tengo estas tres caras. La careta es la que termina cayendo.
La peligrosa es la careta. La careta es la que consigue que el lobo parezca un cordero, no su piel.
"Puede ser... El problema de verdad viene de aquellos que tienen demasiadas caras".- Aseveró él con tono jocoso, aunque matizado con ciertos tintes de dolor y amargura pasada, que aún, a veces, movían la rueda de molino.
Ella sonrió, con mirada cómplice, quizá había pasado también por abismos que nunca debieron de abrirse bajo sus pies: "No lo creo. Hay pocas caras y demsiadas caretas".
La cara es la que ríe a carcajadas, hasta las entrañas, hasta sentir dolor de la propia risa, cuando la provocas con una de tus payasadas y la misma cara de la moneda tampoco le ríe las gracias a quién no me las causa, porque nunca tuve la necesidad de aplaudir a los bufones para que me den tres cacahuetes de premio. La careta es la del bufón, la de buen cortesano, la de servil compañero al amo (no al amigo), la de firma Channel comprada en el rastro, la del bolso caro y cuna baja, la de la sobervia pintada de humildad.
La cara es la que se incendia espontáneamente cuando el enemigo de un amigo le lancea, y tu desenvainas la espada Leal, despojada de crueldad, pero tan afilada que aguijonea y traspasa armaduras, la misma cara es la que recibe la bofetada de la calumnia y, sin embargo, sonríe satisfecha de no haber puesto en venta sus principios. La careta es la que usa Judas para confundirte, cobrando siempre menos de las 13 monedas de oro, aquella que defiende pero según a quién o ante quién, careta es aquella que, cuando el viento cambia, abandona la batalla y a quién sea, con tal de salvar solo su vida (o su silla, o cualquier cosa vana y menos importante). La careta es la que finge desprecio cuando miras, pero traba alianzas a tus espaldas con los que antes te habían traicionado.
La cara es la tranquilidad que da hacer lo correcto hasta cuando no hay nadie mirando. La de la sabiduría que dan los años (y los abismos, y las caídas y el haberse levantado en cada una de ellas). La que, si tú levantas el teléfono pronunciando un "Te necesito", parará el mundo y acudirá a los confines de la tierra, por el único motivo por el que soy capaz de parar el tiempo: porque te quiero, amigo mío. La careta es cualquier excusa para no hacerlo, unas más manidas, otras muy bien construídas, otras demasiado exageradas... pero excusas todas.
Yo solo tengo estas tres caras. La careta es la que termina cayendo.
La peligrosa es la careta. La careta es la que consigue que el lobo parezca un cordero, no su piel.
miércoles, 15 de marzo de 2017
El abismo de Katrhina
Oyeron unos cascos al galope. Solo uno de los caballeros saltó raudo sobre su corcel y salió al encuentro del inesperado intruso. Ningún otro se movió, más que para observar la escena sin ánimo, sin moral... Sin ganas.
Era imponente aquel pura sangre blanco que relinchó cuando, su jinete, tensó con fuerza las bridas.
Una espada apuntaba a su garganta:
- ¿Atravesaríais el corazón de vuestra amiga?.- Preguntó una voz femenina detrás del yelmo que le protegía y ocultaba el semblante.
Aunque hubieran pasado mil vidas reconocería aquella voz en cualquier lugar. Una de sus rodillas se clavó en tierra, al lado de la punta enterrada de su espada. Miró al suelo, con lágrimas en los ojos:
- Katrhina...
- ¡Levanta del suelo, Barquero! Y dadme un abrazo.- Dijo riendo la mujer, asiéndolo del brazo para levantarlo de la servil postura.
Se quitó el yelmo y sus cabellos se inflamaron como brasas encendidas con la luz del sol. Apenas pudo verla bien un instante, antes de fundirse entre sus brazos. "Te he echado de menos...", susurró el Barquero. Cuando volvieron a dividir sus corazones, dejando que la distancia los apartase lo justo para seguir tocándose, ella vio aquello en su cara... Aquel aire de preocupación que empañaba ligeramente su alegría:
- ¿Qué ocurre?.- Interpeló la mujer atravesando sus pupilas para leer en el fondo de su alma aquello para lo que aún no se habían inventado las palabras.
- Yo... Nosotros... Temimos perderte... Yo... Creí que nunca volvería a verte.
- Os di mi palabra.- Aseveró ella.
- Y no debí dudar, pero...
- ¿Sabéis? Yo también temí perderme.
Katrhina lo miró detrás de aquel muro de sombras enigmáticas. Recordaba, quizá, todas esas noches en que la luna habían sido la única testigo, conferosa y silenciosa consejera. Pero era su amigo, le debía lealtad y respeto. Le debía una explicación.
- Barquero, hay batallas que uno debe de librar solo. Abismos que no puedes pedir que nadie cruce por tí. Laberintos que conducen directamente a la más terrible de todas las locuras. Bandadas de carroñeras ávidas del elixir de tus ojos... Existen mundos muy oscuros.
La mujer hizo una pausa, sin dejar de mirar un punto no definido del infinito, mientrás el apretaba sus manos entre las suyas. Permanecía expectante.
- Os pedí que esperárais por mi, a las murallas de la ciudad y no debí... Perdí mucho. Perdí mis alas. Lo perdí todo. Se apagaron todos las faros y hasta la última vela del mundo. Y cuando eso sucede, la negrura lo engulle todo. Los fantasmas ríen y te muestran la más cruel realidad... Es como si os arrrancasen el corazón aún latiendo. Y mueres... En cierto modo, cierta parte de ti... Muere. Y quieres volver, aunque sepas que ya nunca serás la misma persona, pero solo encuentras zarzales donde antes se hallaba el camino. Y se te cae a tiras la piel del alma... Y por mucho que os cuente, no hay palabra humana que pronunciada se parezca al horror que mis ojos vieron.
Una lágrima brotó de sus pardos ojos. El Barquero volvió a abrazarla:
- No sigas. Lo he entendido. No vuelvas a irte... Nunca.
- Nunca. Os lo prometo.- Replicó Katrhina.
- No os contesté antes... No, no sería capaz de atravesar el corazón de una amiga.
Ella sonrió. El sol volvía a salir por el Este.
Era imponente aquel pura sangre blanco que relinchó cuando, su jinete, tensó con fuerza las bridas.
Una espada apuntaba a su garganta:
- ¿Atravesaríais el corazón de vuestra amiga?.- Preguntó una voz femenina detrás del yelmo que le protegía y ocultaba el semblante.
Aunque hubieran pasado mil vidas reconocería aquella voz en cualquier lugar. Una de sus rodillas se clavó en tierra, al lado de la punta enterrada de su espada. Miró al suelo, con lágrimas en los ojos:
- Katrhina...
- ¡Levanta del suelo, Barquero! Y dadme un abrazo.- Dijo riendo la mujer, asiéndolo del brazo para levantarlo de la servil postura.
Se quitó el yelmo y sus cabellos se inflamaron como brasas encendidas con la luz del sol. Apenas pudo verla bien un instante, antes de fundirse entre sus brazos. "Te he echado de menos...", susurró el Barquero. Cuando volvieron a dividir sus corazones, dejando que la distancia los apartase lo justo para seguir tocándose, ella vio aquello en su cara... Aquel aire de preocupación que empañaba ligeramente su alegría:
- ¿Qué ocurre?.- Interpeló la mujer atravesando sus pupilas para leer en el fondo de su alma aquello para lo que aún no se habían inventado las palabras.
- Yo... Nosotros... Temimos perderte... Yo... Creí que nunca volvería a verte.
- Os di mi palabra.- Aseveró ella.
- Y no debí dudar, pero...
- ¿Sabéis? Yo también temí perderme.
Katrhina lo miró detrás de aquel muro de sombras enigmáticas. Recordaba, quizá, todas esas noches en que la luna habían sido la única testigo, conferosa y silenciosa consejera. Pero era su amigo, le debía lealtad y respeto. Le debía una explicación.
- Barquero, hay batallas que uno debe de librar solo. Abismos que no puedes pedir que nadie cruce por tí. Laberintos que conducen directamente a la más terrible de todas las locuras. Bandadas de carroñeras ávidas del elixir de tus ojos... Existen mundos muy oscuros.
La mujer hizo una pausa, sin dejar de mirar un punto no definido del infinito, mientrás el apretaba sus manos entre las suyas. Permanecía expectante.
- Os pedí que esperárais por mi, a las murallas de la ciudad y no debí... Perdí mucho. Perdí mis alas. Lo perdí todo. Se apagaron todos las faros y hasta la última vela del mundo. Y cuando eso sucede, la negrura lo engulle todo. Los fantasmas ríen y te muestran la más cruel realidad... Es como si os arrrancasen el corazón aún latiendo. Y mueres... En cierto modo, cierta parte de ti... Muere. Y quieres volver, aunque sepas que ya nunca serás la misma persona, pero solo encuentras zarzales donde antes se hallaba el camino. Y se te cae a tiras la piel del alma... Y por mucho que os cuente, no hay palabra humana que pronunciada se parezca al horror que mis ojos vieron.
Una lágrima brotó de sus pardos ojos. El Barquero volvió a abrazarla:
- No sigas. Lo he entendido. No vuelvas a irte... Nunca.
- Nunca. Os lo prometo.- Replicó Katrhina.
- No os contesté antes... No, no sería capaz de atravesar el corazón de una amiga.
Ella sonrió. El sol volvía a salir por el Este.
lunes, 13 de marzo de 2017
Mujeres empresarias y estereotipos "al DESNUDO"
Creo que ya es hora de que empecemos a dar
un paso al frente todas nosotras, por esa igualdad de oportunidades, en contra
de los estereotipos de género. Y esta es mi forma de gritarle al mundo que los
prejuicios cierran mentes y abren heridas.
Soy mujer, soy empresaria, mi nombre real es
Cristina Martínez y este es mi manifiesto. Porque, ante todo, soy una persona.
Cuando la fotógrafa, referente y amiga María
JJimenez (antes “Nakarte”) me propuso una sesión de “fotografía boudoir”,
ni lo dudé. Fue un rotundo “Sí, quiero”. Es una de mis disciplinas fotográficas
favoritas en la que, desde la más pura sensualidad, cualquier mujer puede verse
bonita y especial. Y, en cada foto, hay algo de la modelo y otra parte que
reside en los ojos de María José.
Cuando conté la propuesta, que tanta ilusión
me había hecho, alguien me preguntó: “Siendo empresaria ¿Hacerte esa sesión y
publicarla en las redes sociales, no perjudicará la imagen de tu negocio?”. Me
apenó el hecho de que no me sorprendiese esa pregunta, pero no me asustó que
pudiera perjudicarme y, por eso, respondí: “Pues espero que no, porque eso
significaría que me están juzgando por un estereotipo de género”.
Y es a ese estereotipo al que llevo
enfrentándome toda mi vida, personal y profesional. Sobre todo, en esta última,
en dónde he oído, demasiadas veces, “Este es que es un mundo de hombres” y ni entiendo, ni
quiero entender que significa eso de ser una de las “afortunadísimas féminas”
que se mueven como pececillo en estos mundos. No sabía que tuviera que pedir
permiso y, mucho menos, perdón. Y lo único que puede molestarme es que yo no
cumplo, aparte de estar biológicamente preparada para procrear, ni una sola de
esas reglas que son “ley” en un estereotipo, y debo de ser una persona muy
afortunada, porque la inmensa mayoría de mujeres que conozco, tampoco los
cumplen.
La imagen, en mi profesión actual, es
esencial. Es vital. Es el primero “filtro” que pasas… O no.
Pues ahí lo tienen: su “estereotipo” al desnudo (nunca mejor dicho).
Porque mi
imagen, la de verdad, la que me da valor a mí, a mi empresa, a mis amigos, a mi
familia, en resumen, a mi verdadero mundo… Son la honestidad, la auto exigencia,
los objetivos, la sana competitividad, el que rendirse no sea una opción, la humildad, la lealtad, los
días que exprimo al máximo, mi manera de apasionarme con tantas cosas, mi niña
interior, la calidad de mis trabajos… Y, por supuesto, mis defectos. Como todos
tenemos. Y ni unas ni otros necesitan de disfraces o máscaras artificiales. De
postureos fingidos.
La profesionalidad no se compra en
boutiques.
Si a alguien le molesta la desnudez humana
lo respeto (no le pido que la mire); pero el mismo respeto exijo para mostrar la sencillez de la mía,
que está muy lejos de ser frívolo exhibicionismo. Si alguien cree que por
mostrar mi piel “cometo excesos impropios de una dama”, puedo responderle que
nada tiene que ver, pero que también es virtud mía la discreción de mi vida
privada. Porque detrás de mi piel desnuda hay tantos mundos, tantos recovecos,
que se necesita mucho más que una fotografía para hacerse una idea de lo que
soy o de quién puedo llegar a ser.
¿Qué si tengo miedo de lo que puede
provocar esto? Ninguno. Sigo creyendo en aquello de que “cambiar el mundo, amigo Sancho, que
no es locura ni utopía, sino Justicia” (El Quijote). Por eso doy un paso al
frente porque, por encima de mujer, soy persona.
Y si tú ves, en esa preciosa fotografía de
María José, algo más que una mujer sentada en el suelo es que no has entendido
una sola palabra de mi manifiesto.
A todas las personas, sea cual sea su
género, demos un paso al frente porque “igualdad es aceptar las diferencias” y yo reclamo "mi derecho a SER".
Fdo. Cristina Martínez
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