domingo, 4 de junio de 2017

La pantera y el Templario

Por las noches montaba sobre aquella salvaje pantera negra que, en cierto modo, era parte de ella. Se alejaba de su ejército para contemplar el mundo desde la felina perspectiva.

Se movía lenta y sigilosamente, como si el enemigo acechase. Aunque no lo hubiera. Era su ritual nocturno del arco. De vez en cuando, bajaba del animal y ambos se bañaban desnudos en un estanque, bajo la luz azulada de la luna. Era su momento de paz y reencuentro con su esencia, lejos del clamor de la batalla y de los filos invisibles pero letales. Era el descanso de la guerrera y su fiel montura nocturna. Katrhina Tassar amaba aquellos instantes por encima de todos los demás.

Fue una noche cualquiera, durante el baño desnuda, cuando le vio por primera vez. Una sombra entre la maleza se había movido. Buscó visual e instantáneamente, con instinto de defensa animal, el arco y el carcaj. Las orejas del felino se irguieron también. Sin embargo, no detuvo su ritual. Continuó como si ignorase la furtiva presencia de alguien.

Como siempre que terminaba su baño, continuaba su excursión. Con aquella lentitud frente al frenético paso de la vida cotidiana.

Y cada noche lo repetía. Pero ahora sabía que alguien andaba sobre sus pasos. Aunque no dio muestras de saberlo, ni varió su ritual lo más mínimo.

Pasó un ciclo lunar completo.

Estaba agazapada sobre la rama de un árbol, daga en mano, conteniendo hasta su respiración. Mientras la pantera negra descansaba, apaciblemente, en la base del árbol. La sombra apareció en el pequeño claro. Katrhina saltó sobre ella, derribándola al suelo y apoyando el filo de su daga sobre una sorprendida yugular, inflamada por la adrenalina del inesperado asalto.

Katrhina había clavado sus ojos negros en aquellos otros, reflejo de la mar enbravecida. Fue entonces, cuando vió aquella noble insignia: La cruz Templaria.

Exhaló el aire de sus pulmones. Aflojó la daga y se puso en pie. La pantera se posicionó a su lado. Ella seguía perdida en la tempestad de sus ojos y el tiempo se detuvo unos instantes. El universo reverenció el encuentro.

El por qué la siguió, o como se hicieron compañeros de la luna, pertenecen a otros retazos de la misma historia. Lo que también era cierto es que coniguió desnudarle la piel del cuerpo y del alma, mentras se besaban con pasión adolescente producto del paraíso encarcelado de sentimientos. Nadie hubiera podido imaginar que Katrhina Tassar, la Princesa sin reino, líder del ejército rebelde... en aquellas noches, ya solo era Kat, la mujer que ronroneaba ante sus caricias como un cachorro de gatito. La que ya no arañaba si no era para tatuar corazones en su espalda. Kat, la amiga, la compañera, la amante... Pero simplemente Kat.

Eso fue hace tiempo... Antes de separar sus caminos.

Ahora, arrodillada ante el estanque, absorta en su propio reflejo proyectado sobre él, recordaba cada instante de aquel recuerdo, paseando por ocultos rincones. Pero también recordaba cuando la negó. Cuando la arojó a los pies de los caballos, manchando su noble insignia con la cobardía. La negó y vendió a cambio de nada, cuando Katrhina Tassar hubiera sido capaz de crear un mundo a medida para el Lobo y la Pantera.

No lo odió. No podía hacerlo. Lo había querido demasiado, eso sí podía jurarlo. Rogó a los dioses que maldijeran a todos los hombres con la obligación de "decir todas las verdades", aunque solo fuera un día. Pero ese día no llegó. Y ella desapareció a lomos de su Pantera, bajo la luna azulada, en silencio dando por perdida aquella batalla.

Se mimetizó entre los árboles y dejó de creer en caballeros Templarios. Aunque éste hubiera dejado tatuada una marca en la piel del alma que, a veces, se podía ver bajo la sangrante luna de los vientos.

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