jueves, 13 de agosto de 2015

La peor guerra

El usaba hábilmente toda una retahíla de metáforas para explicar sin reconocer lo que ocurría dentro de él. De vez en cuando, apelaba a su comprensión, como un niño que no debe de hacer algo pero no ha podido evitarlo y busca desconsoladamente la consideración de su madre.
Ella lo escuchaba. Asentía. Trataba de no interrumpirle... Sabía que, para él, era difícil abrir de aquel modo el corazón:
- Esas guerras son las más terribles.- Asintió ella en tono grave, mientras cubría la mitad de su cuerpo desnudo.
- ¿Cuáles?.- Preguntó sorprendido y fuera de juego.
- La del debo contra el quiero. Y, si el debo, viene acompañado de la seguridad y, el quiero, escoge, como vanguardia, al deseo es aún más cruenta. Es una guerra en donde sólo puede quedar uno. En la que no se hace prisioneros. Y no hay peor batalla que la que se libra contra uno mismo.- Aseveró ella con aquel tono circunstancial.
Unos segundos de silencio. El masticaba sus palabras. Las desmigajaba. Las asumía. Las consideraba... La mano de ella le acariciaba el pecho con el deseo que sólo él provocaba, librando su propia guerra, más silenciosa. Hubiera querido montarse sobre él y caer sobre su cuerpo, rendida... Sin reconocer que el corazón le apretaba la garganta y que el control que creía tener era una mentira amable y que ella también sentía de más y reconocía de menos.
El miró su mano pasearse a su antojo por la ciudad
prohibida. Sin dar muestra en su pétreo rostro de la excitación que le provocaba, de aquella obsesión a la que se veía abocado y trataba de evitar. Miraba la mano con fingido tono de reproche:
- No lo has entendido.
- Perfectamente.- Replicó ella tajante.
- Si lo hubieras entendido no estarías acariciándome de esa tentadora manera.- Dijo él.
- Si no lo deseas, pídeme sinceramente que pare.- Retó ella con altanería, mientras fijaba sus ojos en aquella mirada de cielo y nubes de tormenta.- El guardó silencio y su mano siguió explorando caminos ya conocidos.- Lucha tus guerras que yo tengo las mías propias. Pero no aquí. No ahora. No conmigo. No desaproveches un sólo segundo pensando en que podría pasar mañana o si lo de ayer traerá consecuencias... Hazlo. Sólo. Pero aquí seamos completamente sinceros. Nadie sabe que ocurrirá dentro de un segundo, así que no los desperdicies como si fueran eternos. Aprovéchalos. Cuando acabe la guerra, dime quien ganó.
No dio más opción. Se zafó de las sabanas que la cubrían y subió a horcajadas sobre él. El sabía que ella llevaba razón. Siempre la tenía hasta cuando le faltaba. ¿Que otra cosa podía hacer? Le hizo el amor como si mañana sólo fuera una quimérica ilusión.

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