lunes, 13 de julio de 2015

La ola y la roca

ÉL, como una roca firme e inhiesta. Vigía incansable de los cambios del tiempo. Guardando, en su interior, todo lo que le era vedado al mundo. Encerrado cualquier resquicio de su debilidad. Con autocontrol férreo para soportar los desmanes de la vida.

Ella como una ola. Agua fresca de mayo con cresta de nieve. Dedos fríos que envuelven con su caricia. Era calma y tempestad. Pura energía, hija de Eolo, coronada Reina por Neptuno. Acostumbrada a la vanguardia. Al choque. Al jaque mate.

Cayó sobre él con toda su fuerza. Volviendo su mundo del revés. Poniendo a prueba su pétrea realidad. Empapándolo de sueños. Llevándose el desaliento. Trayéndole la agitación y los sueños y la vida y la sed y el placer y el deseo y la pasión y el musgo fresco y el verano suave y las metas olvidadas y aquel "no te quiero querer". Pero EL acostumbraba a no ceder y ELLA no sabía perder.

Tempestad. Calma. Y otra vez la tempestad. Sus dedos tratando de encontrar la rendija exacta por la que minar aquella fortaleza de piedra. EL sin retroceder ni un milímetro. Estalló la más dulce y apasionada de las guerras. La más terrible y ávida de victoria. La más encarnizada lucha, ella por colarse dentro de él y él por seguir siendo la roca estoica que no cede al embrujo del mar.

Le embistió una y otra vez. Con toda su furia arremolinada de sentimientos contrapuestos. De un quiero sin puedo. De una playa sin arena. De un paraíso con días de lluvia. El no cedía. Ella no se rendía. Pasaron los meses. Y la roca no se rompía, mojando las ganas de estallar en la desvaída luz de aquel ocaso. La ola se retiró a costas tranquilas.

Le acariciaba con sus dedos. Siempre pendiente. Pero debilitada ya la tempestad de dos corazones destinados a fracasar en una realidad kafkiana. EL soñaba, a veces, con un mundo perfecto en que la tenía desnuda sobre él, fresca como el olor a lluvia. ELLA fantaseaba, a veces, con lo que pudo haber sido y jamás sería, con aquel sabor que tuvo en la punta de sus labios. Siempre juntos. Siempre lejos.

Un día, para sorpresa de la ola y la roca, aquella rendija cedió en un gemido. La piedrá estalló por su punto más débil. Por aquellas ganas reprimidas de los dos. La ola cayó sobre él refrescando aquella tediosa mañana. Estuvo dentro. Vio la piel que protegía. Cálida y húmeda a su contacto.

Ganaron los dos.

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